lunes, 14 de marzo de 2022

SULTANA DE MATICES por JULIA ROIG



Me duelo de un noviembre crudo y de un mediodía de mayo del 2002. Se cedió la moldura del corazón como un zapato que hubiera recorrido seis mundos y ahora dejo crecer el amor como un helecho salvaje. Se me volcaron algunas ilusiones que habían bebido demasiado y ahora ríos de agua sucia inventan mapas sobre el mantel mientras bebo café y garabateo con resaca manidos paisajes de niños: casa, árbol, montaña, sol. En mis labios se detuvo una palabra y se quedó anclada justo en la parte interna que no ves y la recorro con mi lengua incansable mientras me hablas sin acertar qué dice pero imaginando un lenguaje nuevo. Un holocausto oliváceo se intuye a la deriva en mis ojos cuando se llenan de sal y se desbordan como una cerveza mal tirada. Mi clavícula derecha tiene el poder de detener el mundo con un solo roce. El remake eterno de nuestras noches en mi cabeza hace que repten por mi cuerpo tus yemas aunque estés lejos en un acto de telequinesis romántica. Lo reconozco: mancho tu taza con mis labios rojos para que encajes tu boca en la mía al beber mientras cierras los ojos y sueñas con lolitas contemporáneas nacidas para devorar tus venas esculpidas a lo Bernini cuando de fondo suena I’m the ocean y la casa se llena de olas y te mecen y te sientes tan pleno y ligero que tu pecho se eleva y se funde en la luz que entra por el balcón y bautizas una a una cada mota de polvo.

Después sueño que cruzo un bosque eterno perseguida por tu intangible presencia y en mi cabeza todo sucede a cámara lenta y siento el clic que cada una de las contradicciones que acumulo emite cuando se van grapando en un historial melancólico que se parece a un jardín abandonado y todo crece, lo que sembré y lo salvaje e inesperado, sobre todo, lo salvaje e inesperado. Decido pasar de largo de ese jardín mientras bendigo el grito de la carne que me acompaña como un himno que viene a dar nombre al laberinto de mis emociones, donde seguir perdida supone la hazaña. No hay tortura lógica en el corazón que se destiñe como una bandera que no es de nadie, pero yo te traigo mi propia teoría del temblor. Sé que el poema se arrastra siempre entre las ruinas de algo que fue. La foto del imperio agoniza en la memoria. Ese es el proceso: quemar la imagen. Nos exponemos en exceso y así hacemos desaparecer los detalles de la luz y así creamos la postal del derrumbe o el poema del mundo. Como árboles ebrios que se abrazan de noche mantén tu revolución en mi cerebro mientras dure el heroico baile con el infinito que nos es dado justo ahora que ya no sé qué hacer con el eje roto del desaliento y tampoco sé cómo prenderte de galaxias de islas y metáforas, más allá de estas caravanas de presentes y alambradas. Me mantengo lúcida como un campo en llamas, al grito de María llena eres de rabia, cuando la distancia es un solar lleno de cristales rotos y me dejo hipnotizar por el péndulo de tus caricias que crecen en mi mente como ramas.

Ahora recorro una eterna carretera, quiero llegar al anfiteatro de Atacama y ver como tu piel arde y huele a jacaranda. Siento cómo se clava el aire en mi pecho. Uso mi histeria como instrumento que me lame el óxido del cansancio. Escribir, deshacerse en tinta, generar la terrible belleza que habita los paraísos que son pasado. Partir el horizonte y que naufragues en el Ganges de mis ojos mientras le acaricio la cerviz a tu dolor. Ser la coda de tu vida.

El esqueleto de la noche cuando pierde sus estrellas es una coartada de nervios y obsesión. Las heridas que emprenden su rumbo antes de ser. Un misterio, unas piernas, una costa de piel, el miedo un gigante que se acerca, un campo de amapolas negras, una mejilla que tiembla, un poema que enferma y la noche escupiendo amaneceres como una tragaperras. Y que nuestro amor sea como Las Vegas, y las semillas de las guerras no toquen tierra, que ahora quiero bajar una escalera de fuego que me lleve a lo hondo de mí misma y arañarme una a una, todas las palabras que me definen/deforman/empañan/manipulan/entierran.

Me quiero reescribir entera.

Julia Roig,
del blog Miss Desastres Naturales


1 comentario:

Anónimo dijo...

Julia...incandescente siempre
F.