en la inmensidad que es la vida
SIEMPRE he pensado que un libro conecta (o no) con un determinado lector cuando este se identifica y reconoce de algún modo en él, que lo que en el fondo buscamos (aunque sea subconscientemente) como lectores es ver nuestra odisea reflejada en los libros, nuestros deseos, temores, dudas y sentimientos, o lo que es lo mismo: nuestra forma de estar y sentir en la Tierra. Y he pensado siempre también (y cada vez lo pienso más) que la buena literatura autobiográfica es aquella que hablando de la propia experiencia, trasciende lo meramente anecdótico y refleja la de la colectividad: de lo particular a lo universal, y viceversa.
Tengo siempre presentes a la hora de escribir estas premisas (consiga llevarlas a buen puerto o no, cosa que, aunque lo parezca, no es nada sencilla) y agradezco igualmente como lector que otros poetas las tengan en cuenta también: en esa simbiosis de escritor y lector reside, para mí, la magia de la poesía.
Lo demás, la forma, la ética, la estética y el ritmo, ha de venir añadido y personalizar a cada poeta en concreto. Pero si el lector no se reconoce en los poemas de un libro, estaremos, desde mi punto de vista, ante un libro fallido.
Por eso he disfrutado (y sufrido) tanto los dos primeros poemarios de Pedro César A. Verde, Retrovisor (Canalla Ediciones, 2016) y Para que el piano suene alguien tiene que matar al elefante (Canalla Ediciones, 2018), y por eso he aceptado escribir el prólogo de su nuevo libro, Lo humano y lo divino en el ojo de Tarkovski: con pocos poetas de mi generación me identifico tanto, hasta el punto de reconocerme totalmente en muchos poemas, y pocos me llegan tan hondo como él.
Pedro habla en primera persona de su vida, de sus padres, abuelos, mujeres e hijos, de sus trabajos y anhelos, fantasmas y miedos, de su angustia y vacío existencial, y es como si estuviera leyéndonos el pensamiento y traduciendo en versos nuestras emociones. Y en eso, en esa simbiosis de lector y escritor, insisto, reside para mí la magia de la poesía.
Sin olvidar que el resto, la forma, la ética, la estética y el ritmo, en el caso de este y los demás poemarios de Pedro, viene también añadido, y muy bien orquestado además: un puñado de poemas confesionales impecablemente escritos, nostálgicos y evocadores, melancólicos y reflexivos, amargos y estremecedores, que reflejan la sensibilidad de un poeta extraordinario.
Podría, llegados a este punto, hablar de las influencias cinéfilas del libro (además de Tarkovski, por supuesto, siempre presente), de las brillantes metáforas y asociaciones que contiene, de la importancia de lo visual y de los momentos congelados en el tiempo (como gotas de ámbar, pensaba al leerlo, en la inmensidad que es la vida), de la honestidad con que se auto examina y disecciona el poeta, de la crítica social (explícita o encubierta) que contienen estos versos, o de lo desoladores, incisivos y certeros que en ocasiones pueden llegar a resultar... Pero no lo voy hacer, porque esa tarea, opino, corresponde al lector y ha de ser él, en suma, quien diga la última palabra.
Simplemente, pasen y lean:
Vicente Muñoz Álvarez,
prólogo a Lo humano y lo divino en el ojo de Tarkovski
(Rasmia Ediciones, 2022)
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