Extraño el invierno, el vaho en los cristales, las ganas de estar en casa, la nariz roja, las manos congeladas, el frío penetrante. Extraño la nieve, la lluvia torrencial, la niebla, el olor a tierra, las mañanas victorianas y el sonido de la leña crepitando en la gloria. Extraño gritos de niños por las calles, ruido de vecinos, pandillas en bicicleta, cascos de caballos y carros… hasta los perros y gatos parece que escasean. Extraño multitud de chimeneas tosiendo sobre cielos blancos, fundiéndose ambos, inundando el ambiente de olor a humo, hogar, cuentos. Extraño entrar en otras casas sin tocar el timbre. Extraño, simplemente, esas casas que ya no existen y donde no había que anunciarse. Bastaba dar un grito por la puerta de atrás, con la certeza de una sonrisa agradecida y contenta de tenerte allí.
Extraño viejas costumbres de viejos y viejas que ya no están. Extraño a mi padre, que se fue una noche como esta, hace ya tres años...cuando subiendo a dormir, el aullido de cientos de perros me heló la sangre con un largo escalofrío. Sabía que estaban llamando a su pastor… y con ellos, al rato, se fue: silbando por la vereda. Días antes de irse, flotando sobre su nube, más ángel ya que otra cosa, me miró fijamente desde la ventanazul de sus ojos cosmonautas y me dijo: “tú, eres guapa”. Fue como si me clavaran una flecha y tuve que salir deprisa, conteniendo unos lagrimones que me nublaban la vista. No se lo decía a mi cara, demacrada por el cansancio y la tristeza acumulados, sino directo al fondo de mi alma, como una verdad sin fisuras, redonda y clara como la luna. Nunca sentí tanta luz de golpe, la misma que inundaba la casa entera desde hacía unos meses, cuando su carácter habitual, recio y templado, fue dando paso a otro que se preparaba para abandonar este mundo, dejándonos montón de anécdotas plagadas de humor: palabras y pensamientos en apariencia inconexos, adulterados por las drogas, que nos hacían llorar y soltar carcajadas a partes iguales y que en todo caso, terminaban taladrándote el corazón.
Extraño, en definitiva, la verdad de las cosas simples. Cuando vivíamos más que pensábamos. Sin medir el tiempo ni el miedo invertidos en causas tal vez ya perdidas. Extraño la pureza y la belleza de todo el que no aspira a ser nada distinto de lo que es.
Dónde andará Saturno esta noche… pareciera que me he tragado el planeta entero con todos sus anillos, que aquí me tiene divagando y taciturna con mi taza de turno… ay Saturno. Y luego pienso que qué necesidad tengo de andar aquí relatando estas cosas a un público multiforme, hiperestimulado o adormecido. Tengo menos necesidad que pudor, desde luego, y a pesar de todo lo hago: por el tributo debido a mis raíces, que me amarran bien firme a tierra, cuando siento que pierdo el rumbo. Licencias, tan sólo, para orbitar.
María Jesús Marcos Arteaga
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