Esa preocupación brota en mí, como escafandra de fuego. Por eso a veces vuelvo a él, para orillar los esqueletos de mariposa y creer que hay un leitmotiv, aunque es mentira, sólo ocurre en mi literatura, en la herida de mandrágora que me mordisqueó una bruja cuando los carámbanos crecían del pasillo. Debería dejar de fumar, pero son tan malos tiempos para eso. Viene a llorar en mi corazón todas las noches el hombre de hojalata y yo sólo tengo moho de vino para consolarle. Cuando sufro su cielo de etanol, mis pies y mi futuro se van de la tierra, me hago como capas de cebolla recubiertas por ácido, y sufro una nostalgia efervescente e imposible. Pierdo mi vestidura y mi casco de metal. Y lloro rayos y cuadernos, sobre la lágrima del pianista del olvido. No me deja en paz esa angustia, no me da tregua, brota como parte de mi identidad, como casa del universo. Por eso a veces noto el violín del abismo oxidarme las palabras. Y mis nervios se vuelven whisky y grietas. A veces tengo miedo, pero sólo la página en blanco lo sostiene y lo camina. Necesito un Sueño fractálico más ancho que todo esto. Necesito mi isla. Me preocupa entrar en ese bucle de alcohol y escombros, de desencanto e indigencia. Me preocupa estar abandonándome al abismo. Necesito una flor que defender con mi vida y con la vida de todos los demás. Algo mucho más profundo que la ausencia y el olvido. Algo más tempestivo que el abandono. Y sé que algo de mí, cuando los tiempos son difícles me vuelve arenas movedizas y andrajo y vanidosa ruina. Me defiendo polarizando la perdición. Pero tengo que hacer algo diferente. Necesito salvar la ternura.
Mareva Mayo, del blog Hoguera de ideas.
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