Le quedaban mal los trajes. A menudo se lo decían, pero le daba igual. Si iba a cualquier sitio iba con traje. Los tenia de todos los colores. Él no lo decía, pero todos olían a reciclaje de contenedor. Algunos a humedad de armario, antiguos trajes que un día vivieron la gloria.
Se las daba de triunfador, aun estando en la calle achicharrado por dentro, por el calor de un vino peleón y con el culo a dos grados bajo cero sobre fría acera. Seguía creyendo que tenía posición o que la volvería a tener. Se creía un jet-set con putas de lujo y oro, como antaño, cuando era jefe de una gran empresa que fabricaba vehículos para el ejército. Se puede decir que se le daba bien el negocio de la guerra y que, por desgracia, no se lo arruino la añorada paz mundial. Ni a él ni a nadie. No. Todavía no. En pleno siglo XXI sigue siendo "el negocio". La guerra da dinero, dinero manchado de traición y hambre. Dinero robado a quien no tiene ni para una barra de pan. Dinero sucio y maldito. Puto dinero.
Su corazón tenía la marca del dinero, como las maquinas de tabaco. Tenía un desconchón que se hizo callo y no había estropajo que lo suavizara. Lo tenía todo, a su manera, y vivía como quería. Sin remordimientos de ¿conciencia?, ¿Eso qué mierda era?, eso no era nada importante entre sus pañuelos de seda.
Le sabían a crucigrama los contratos. Disfrutaba de los encargos como el que disfruta de un paseo mañanero por la estampa primaveral. Disfrutaba vendiendo y comprando. Disfrutaba negociando, consumiendo, engañando. Distrayendo y camuflando. Haciendo más fuertes los principios básicos del capitalismo sin escrúpulos.
Lo tenía todo al alcance de su mano: desvío de fondos, complicidad, suerte y amigos con tricornio. Pero la suerte puede venir de buenas y de malas, y pensar en el karma es para los fracasados. Lo suyo no era para pararse a pensar. Los suyo eran las gallinas, que de equipar al gallo ya se encargaban sus esbirros, esos a los que la lucha obrera les sonaba a chino, esos putos lameculos de mierda que trabajaban diez horas al día (porque no les dejaban mas) y que no lo ponían de hijo de puta ni en el bar. Ni en la vida. Esa vida que no tenían, que no querían. La vergüenza del sabotaje, un insulto a la lucha de clases, unos domingueros del tres al cuarto que hablaban de su equipo de futbol con la primera persona del plural... esos que se quedaron sin el paro ni antigüedad cuando la empresa se vio obligada a cerrar.
Y es que todo iba bien, la moneda siempre sacaba la cruz de otros, de los perseguidos, de los humillados, de la parte sucia y explotada del mundo. Bien para el negocio, bien para él. Parecía que la sagrada estrategia no podía fallar hasta que cayó el imperio.
No fallaron los vehículos en plena guerra, no, ni mucho menos. Eso estaba de sobra controlado. Pero en plena guerra a alguien le había llamado la atención el asunto del opio, alguien con buena mano en los vuelos militares. Las guerras están llenas de intereses y cada uno se lo guisa a su manera: unos nos dicen que buscan algo que no existe. Otros dicen, sin cortarse, que van a por petróleo. Hay otros que imponen su credo a golpe de metralla, y otros ponen las armas.
El caso es que descubrieron el veneno, pero no al mensajero. O si, pero esta vez había alguien que era más grande que aquel fabricante de blindados. Los gobiernos no quisieron participar, oficialmente, pero si a su manera. Había que culpar a alguien y le toco a él, le toco a su empresa y les toco a las familias de los trabajadores. Se esfumaron los contratos para limpiarle la cara al ministerio de defensa. Imagen. Lo que nos enseñan por la tele no era la verdad, pero a esto ya nos vamos acostumbrando.
2.000 y pico obreros a la calle, una minoría se rebeló sin conseguir nada, puesto que al firmar el contrato negabas el derecho a sindicatos, otros se conformaron con las migajas, como siempre, con el paro y con un ridículo finiquito, de esos que cuando te los dan, dan ganas de decirles que se queden con el cambio.
La pirámide se derrumbo, las cosas grandes son mas difíciles de tirar pero cuando caen hacen más ruido, mucho más ruido...
Nunca le quedaron bien los trajes. Sabia cuales le quedaban pequeños, pero no sabía nada de los grandes.
Sabemos que está vivo por el movimiento de persianas de las ventanas del cuarto donde vive, por lo menos es suyo, pero la cruz de la moneda ahora está en su contra... El vicio gasta, y eso lo llevaba de serie, pero antes de fundir toda la herencia del viejo, parece que tuvo un punto de cordura y sensatez y se compro un techo. Un cuartucho que bien podría servir de trastero en un bloque de pisos, al fin y al cabo siempre le gusto rodearse de ratas.
Ahora trabaja la calle, en todos los sentidos, en todos los oficios. Dando tumbos por la patria que cayó, soñando con volver a estar en el ojo del huracán. Pero no. Ya no.
Si la dignidad se paga es porque no es digna, por muy grande que sea la suma. Por muy pequeño que sea el detalle.
Hace poco, y con la educación que dictan sus ideales, vino presumiendo de traje, decía que era nuevo (nuevo, mis cojones) hablaba en pesetas y batallitas, de días de gloria, se las da de importante. Pero a casi todos los cerdos le llega su San Martin, y para lucir guapo un traje hay que tener clase, principios y una solida base en eso que tú nunca aplicaste, que nunca te interesó… ¿Cómo era? A si, el respeto. Esa es la base.
2 comentarios:
Una historia grande, típica entre los cerdos!
Saludos
Siempre fuiste y seràs un màquina.... ;-)
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