martes, 22 de noviembre de 2011

GSUS BONILLA & LOS CHICOS DEL OTRO LADO by Mario Crespo.


Corría el año 2007 cuando me sumergí por primera vez en las catacumbas del underground madrileño. Recuerdo el Bukowski Club como epicentro de la movida poética de la época. Fue José Ángel Barrueco quien me acompañó en mi primera incursión nocturna. Aquella noche conocí a Gsús Bonilla, cuya única referencia hasta la fecha era la de un blog que posteriormente cerró para abrir el actual. Recuerdo que se dirigió a mí con gran amabilidad y se presentó como Bonilla. “Soy Bonilla”, dijo. Me pareció ya entonces un hombre sencillo, an ordinary man, que diría un americano; uno de esos tipos que se atan las botas tensando bien el nudo, uno de esos rostros en los que puedes apreciar virtudes como la bondad o la honestidad con una sola mirada, una persona, en resumen, tan genuina como su propia poesía, la cual descubriría más tarde y de manera paulatina: un poema suelto en un blog, otro en una compilación de varios autores, un tercero recitado en el escenario del Bukowski… Desde el principio tuve la impresión que Bonilla era uno de esos hombres que sirven de enlace para cohesionar los grupos, para hacer la convivencia de las personas más agradable, para aportar las necesarias dosis de sensatez, camaradería y equidad. La noche que nos conocimos me presentaron también a otros escritores de la misma cuerda, “de los de verdad”, que diría Karmelo Iribarren; gente con quien hoy en día mantengo un trato cordial y en algunos casos amistoso; me refiero a los David González, Javier Das, Marcus Versus, Ana Pérez Cañamares, Vicente Muñoz Álvarez, Déborah Vukusic, Esteban Gutiérrez Gómez o el propio Carlos Salem, que en aquella época regentaba, junto a Inés Pradilla, el famoso local de Malasaña.

Fue Esteban Gutiérrez Gómez, a raíz de la publicación de dos antologías, Beatitud y Viscerales, quien denominó a la gente que provenía de los diversos grupúsculos del underground nacional “los chicos del otro lado”. Una gente que empezó publicando en blogs y leyendo poemas en garitos nocturnos y que poco a poco se ha ido ganando un sitio, a base de esfuerzo y humildad, en el mapa de las letras patrias. No podemos olvidar que a lo largo de este último año parte de la crítica, en ocasiones tan al margen de los movimientos periféricos, se ha hecho eco de que algo está pasando en el panorama español (destaco el artículo de Vicente Luis Mora, “Qué está pasando: De la rabia al asco”). Actualmente, “los chicos del otro lado” no sólo publicamos libros con regularidad, sino que también nos nominan a premios nacionales e internacionales, nos invitan a programas de radio, nos reseñan en publicaciones especializadas e incluso aparecemos, de vez en cuando, en páginas de diarios y suplementos nacionales. Como ni quiero ni puedo dar nombres de autores, para evitar dejarme otros en el tintero, me centraré en Bonilla y diré que su nominación al Premio Nacional de Poesía nos sirve para ejemplificar qué es lo que está pasando.

Y lo que está pasando es que por fin se empieza a reconocer el trabajo bien hecho y el esfuerzo de algunos escritores que, lejos de nacer con estrella, nacieron estrellados. Aunque parezca una evolución natural, se trata en realidad de una recompensa difícil de conseguir para quienes vienen empujando desde abajo sin ayudas ni subvenciones, sin amistades poderosas ni contactos en los medios de masas. Esto significa que la generación de amigos, narradores y poetas, que se gestó en las noches de Malasaña y en la inmensidad de la red de bloggers de primera hornada, se ha convertido, desde mi punto de vista, en el mejor ejemplo a seguir por las generaciones venideras.

Esta reflexión, lejos de lo que pueda parecer, no significa, ni mucho menos, que se haya conseguido algo importante, algo que marque nuestras incipientes carreras, simplemente pretende sintetizar el cambio que se ha producido de un tiempo a esta parte en el mundillo literario español. Cambio del que tiene mucha culpa Internet y que tanto nos ayuda, a unos cuantos, a seguir trabajando con el mismo entusiasmo y la misma ilusión que derrochábamos en las noches del Bukowski.


Mario Crespo, de El viento que agita la cebada.

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