Arranco mis ojos para no verme,
pero la oscuridad me devuelve el reflejo.
Es una danza de sombras:
yo mismo devorándome,
gozando en el filo de mi propia condena.
La soledad me lame las heridas
con lengua de vidrio;
cada corte es un beso,
cada beso, un grito.
El pecho arde, un horno negro
donde cuecen los delirios:
rostros que se burlan,
manos que rozan y luego desaparecen.
Quiero morir de este placer amargo,
clavar mis uñas en el vacío
y sentir cómo el eco me escupe de vuelta.
El miedo, el maldito,
se ríe conmigo, se burla,
y juntos quemamos las reglas del alma.
Al final, sólo queda esto:
yo, la nada,
y el orgasmo eterno de mi caída.
Felipe J. Piñeiro, del poemario Susurros de un Alma Rota.
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