Palabras que con sed se asoman a la noche,
que existirán cuando la luz desangre el pozo
que existirán cuando la luz desangre el pozo
como una garganta abierta donde guardo
mi silencio. Mi silencio es el secreto
donde guardo a mi hijo.
Me arranco las palabras de los brazos
y la saliva del niño hiela los frutales.
Fuera es de noche, es vida espesa,
es río que se mezcla con otro río.
Bebemos la sal que escupe la lluvia
y con ella hacemos temblar la tierra,
primero como tierra, después como vientre.
*
La herida de mi padre,
como una cicatriz de vidrio en una acequia,
se extiende por mi memoria y la abrasa.
Tostado de noche y cuerpo conocido,
besos que no despiden ni dicen hola,
verme mover las manos como un ave despistada
que sueña con un mar que no existe,
juntar los dedos que saben a éxtasis de golosina
y explorar con ellos el agua seca,
enseñar esa danza ridícula a mi hijo,
a tu nieto. Esperar las sirenas y su canto
de coches policía que vigilan el toque de queda.
*
Vivir de la venta de recuerdos,
atrapar en piezas electrónicas
un beso largo de dientes negros.
Mundo extraño
en el que la piel es ceniza
y uno enciende aparatos para
completar la huida.
Vivir es siempre
la mejor muerte.
*
Las huellas de la vida se saben parte del laberinto,
la ruta que te devuelve a tu carne y tu sangre
no puede tener origen ni fuente alguna,
atraviesa una época que se sabe terminada,
una revuelta que no triunfó y, con la visita del invierno,
hay amnesia generalizada.
La muerte es una amante
que habla de ti a los hombres
con los que te engaña.
*
El niño será dueño de mis años
y verá crecer la luna como una molécula
de Dios asesina, una semilla que se convierte
en sonrisa. Una noche, te lo prometo, hijo,
saldremos de esta vida y arrastraremos
por la arena de la playa
a la muerte muda
hasta que confiese dónde enterró
el corazón de mi padre.
Octavio Gómez Milián, de Motel Pandora (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2023)
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