Mi hermano David tenía claro
que su motivo de vida era ser él mismo
y que los demás,
o le seguían
o tendrían que apartarse
de su camino.
Pisó los dedos de los pies a mucha gente
con su literatura de no ficción
y su escaso éxito
para lograr tragar mierdas
fuesen del tamaño que fuesen.
Sulfuró a algunos poetas
(ingleses o de Cuenca, da igual)
instaurados como líderes del underground
a los que despojó del disfraz de malote
para mostrar su pleitesía.
Inflamó las narices también,
a muchos otros intelectuales
que con una mano repudiaban
lo institucional
mientras con la otra recogían las migajas
que las organizaciones públicas
les echaban.
El efecto urticante era tan grande
que causó su aislamiento
y provocó la indiferencia mediática
de los poderosos popes que dirigen la industria de la sangre en el papel,
porque le temían.
Su familia, sus amigos y sus chicas
también supieron de ese poder irritante,
"estás conmigo o contra mí",
ahora sí ahora no,
es amor o interés,
"se trata de sobrevivir".
Sus colegas músicos de rock,
sus editores,
escritores del otro lado de la realidad social.
Muchos tripulantes que le admiraban,
sintieron el aguijón y
dejaron de caminar
junto a él.
Sí, David no se escondía
ni disimulaba su estado de ánimo
fuese el que fuese.
En esa deriva hacia la soledad del ser único,
provocó mucho escozor.
Como buen potro salvaje al que nunca lograron domesticar,
era capaz de lo bueno
y de lo peor.
Así que, cuando nuestra común amiga Marian
me envió una fotografía del lugar donde descansaban sus cenizas,
junto a la tapia de la derruida casa familiar
de San Andrés de los Tacones,
no puede más que sonreír
y susurrar "qué cabrón"
cuando vi que esas cenizas,
níveas y puras,
estaban ahora protegidas por
inmensas y desafiantes
matas
de ortigas.
Esteban Gutiérrez Gómez
https://www.facebook.com/esteban.gutierrezgomez
Foto por Demian Ortiz
1 comentario:
David, siempre vivo.
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