Con Vicente Muñoz durante la presentación de Resaca /Hank over en 2008
En aquella época el buzón era nuestro cofre del tesoro. Nos asomábamos a él cada mediodía, cuando regresábamos de la universidad, de la fábrica, de la oficina del INEM, esperando ansiosos encontrarnos la respuesta de una editorial o uno de aquellos grandes sobres que llegaban desde León, desde Gijón, desde Punta Umbría, y que contenían el último fanzine en el que habíamos colaborado, o el poemario o libro de relatos que acababa de publicar algún “hermanito”, así nos llamábamos cómplice y cariñosamente en las cartas manuscritas que también nos escribíamos.
Contactábamos entre nosotros buscándonos en las últimas páginas del Ajoblanco, escribiendo a los apartados de correos que dejaban como santo y seña las revistas literarias. Nos leíamos primero, antes de conocernos, y queríamos conocernos porque nos gustaba lo que leíamos (al contrario, creo, que sucede ahora, que los escritores se hacen amigos por acumulación y por Facebook y no se leen unos a otros, les basta con darle al me gusta, que es más barato que un sello de correos)…
David González, Vicente Muñoz Álvarez, David Benedicte, Eva Vaz, Oscar Sipán… Esos eran los nombres. Mono Gráfico, Borraska, Vinalia Trippers, Kastelló, El Canto de la Tripulación… Esas las barricadas de papel en las que nos curtíamos, que a menudo nosotros mismos levantábamos. Soñábamos con vivir de la escritura, antes que con la fama, que nunca llegaba. Sabíamos que, a pesar de eso, escribiríamos siempre, que nos levantaríamos una y otra vez de la lona, ocurriera lo que ocurriera, aunque la suerte fuera esquiva y los golpes bajos. No teníamos padrinos ni éramos complacientes. La mayoría procedíamos de barrios obreros, de ciudades fuera de los mapas del telediario, y eso también contaba, claro que contaba (en contra).
David González estuvo en una cárcel de menores y arrastró durante años la condena —todavía hoy, con más de cincuenta, la arrastra—, aunque su poesía sea mucho más grande que su leyenda. Con él aprendí a leer y a entender y a amar la poesía. Es uno de los imprescindibles y sin embargo se siente, lo hacen sentirse a menudo despreciado, con ganas de quitarse de en medio, de autodestruirse y dejarnos huérfanos a los cientos de lectores que lo queremos y admiramos sus versos. Vicente Muñoz Álvarez, el narrador y poeta más brillante de la noche y la oscuridad, agitador cultural, editor de revistas y libros antológicos, ministro del “underground”… Recorre España durante medio año con una furgoneta cargada de muestrarios de zapatos y se siente agradecido por ello, porque así le queda el otro medio para escribir y para ensoñar, para conspirar contra Babilonia y merodear en los márgenes del arcoiris. Ellos son mis “hermanitos”. Mi generación. My generation, como cantaba The Who. Léanlos. Vicente acaba de reeditar su, a mi juicio, libro más logrado, El merodeador. David prepara una antología de sus mejores poemas, seleccionados por sus propios lectores. Lean las novelas de David Benedicte, los poemarios de Eva Vaz, los cuentos de Oscar Sipán…. No les resultará fácil encontrarlos, eso sí. No los verán reseñados en los suplementos culturales, ni se los encontrarán en los displays de las librerías. Hay que buscarlos. Como cofres del tesoro.
Patxi Irurzun
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