Es raro prologar el primer libro de un autor al que llevo años leyendo. En el siglo pasado, que es el mío, esto no me habría ocurrido a menos que se tratara de alguien cercano. Pero no, resulta que vive en otro continente. Así que, claro está, todo se debe a esa cosa que lo ha cambiado todo y que llaman Internet.
Un amigo me dijo hace unos años: “Mira lo que escribe este chico. Me parece que te va a gustar.” En realidad, no me dijo nada, me lo envió escrito por Messenger, pero detesto toda esa terminología anglófila y la evito en lo posible. Digamos que me lo dijo y que tenía razón porque quien me lo dijo me conoce. Aquellos poemas me gustaron. Algo más, me sorprendieron.
Y entré en contacto con él y se lo dije (se lo escribí, claro, porque todo esto ocurrió en el puto mundo virtual) y adopté la costumbre de leer lo que publicaba continuamente en las redes y hasta teníamos charlas de vez en cuando (chats más bien, ay), normalmente cuando yo acababa de levantarme y desayunaba frente al ordenador mientras él estaba a punto de acostarse allá en la Guadalajara de Jalisco. Todo muy siglo veintiuno, como veis.
Podría decir que su poesía es la que me gustaría hacer a mí, lo que me haría quedar como un pringado, un pelota o un embustero, pero es que eso no es exacto: la suya es la poesía que me gustaría hacer a mí si yo viviera en su mundo y si yo viera las cosas como él. En fin. Un lío.
En este género tan raro, como es sabido, hay de todo. Hay autores cuya obra exige un gran esfuerzo al lector. Y a veces es un esfuerzo que merece la pena y todo. Albert es justo de los otros. Su escritura es tan transparente que desarma, que uno puede hasta pensar: ¿esto es todo? Y lo es, claro, porque dice siempre lo justo, porque se limita a observar y a contar lo que ve a su alrededor, sin añadirle nada que no sea su mirada.
Y ese es el truco. Su mirada es tan distante como empática. Se diría que nada le molesta, nada le altera, nada le sorprende y eso que se trata de alguien muy joven. Sin embargo, el mundo que retrata duele. ¿Cuál es el truco de esto otro? Ni puta idea, francamente.
En resumen, Albert hace magia. Esa magia que, a falta de otra palabra, desde hace siglos nuestro idioma llama poesía. Así de sencillo y así de inexplicable. Os invito a disfrutar lo que viene detrás de esta página inútil. Vais a conocer a quien será vuestro amigo para siempre y vais a comprender muchas cosas de esta realidad absurda que nos rodea. Vais a pasarlo de puta madre además. A cambio, no pide nada. Es de lectura fácil, como queda dicho. Lo difícil, claro, y eso lo sabe quien lo intenta, es su escritura.
Ape Rotoma
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