cada vez que recibía
una llamada de la funeraria
para vestir a un muerto
me invadía
una ansiedad insoportable
me costaba respirar
y no podía pensar
en otra cosa
y no podía pensar
en otra cosa
después,
al tener delante
el cadáver,
todo lo que había allí
me golpeaba directamente
el estómago:
el tacto frío
la rigidez de los miembros
el ligero olor a descomposición
el tono amarillento del cuerpo
los primeros momentos
los pasaba reteniendo
el vómito
hasta que me calmaba
y podía comenzar
mi labor
había visto la muerte
más veces,
había visto animales muertos,
flores, árboles,
e incluso cadáveres humanos
en la televisión,
pero ese tipo
de muerte
se comportaba conmigo
de una manera
distante
aquella no
aquella parecía
más cercana
era como leer
a escondidas
el diagnóstico
de una enfermedad
que nadie se atreve
a explicarte
Pedro César Alcubilla
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