—¿Qué,
otra vez al cementerio?
—Pobrecito,
está tan solo allí.
—Desde
luego, tu marido, allá donde esté, seguro que te estará agradeciendo tanta
devoción.
La
mujer está de pie ante la tumba. Abre el bolso y, con mucho cuidado, extrae un
recipiente de plástico con tapa hermética. Lo abre despacio, sonríe y vierte
los excrementos sobre la inmaculada losa de mármol.
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