Siempre se me ocurren ideas estúpidas. Venir a Marruecos el año que más está lloviendo es una de ellas. Hacerlo con una moto vieja, comprada de segunda mano y a la que casi no he usado es otra. Como los que montáis sabéis, una moto es como una mujer. Si os vais juntos de viaje sin saber sus manías, el romance puede acabar como el rosario de la Aurora.
En Tarifa me dijeron que o salía esa misma noche o probablemente me quedaría en tierra todo el fin de semana porque se avecinaba temporal. El barco de las ocho no salió. Sí lo hizo el de las nueve. Llegamos a Tánger a las diez y cruzar la aduana llevó sus buenos cuarenta minutos. Quizá yo salí de los últimos porque no pagué a ninguno de los “tramitadores”.
Al despertar, Tánger era un lago. Agua por arriba, por abajo y por los lados. Poco tardó mi nueva montura en empezar a fallar. El agua se metía en las pipas de las bujías y la moto se paraba. Lo cual aumentaba el problema porque parado, el chaparrón era ineludible. A base de soplar las pipas, conseguí que al menos un cilindro arrancara. A cuarenta por hora hice los 30 km que me separaban de Larache.
Chapucilla con unos pedazos de goma a modo de condones y aire soplado a presión. Hala, listos para chupar más agua que tontos. Tuvimos que dejar la carretera nacional porque estaba cortada por las inundaciones y meternos por la autopista, donde los automovilistas locales nos demostraron lo mal que conducen por aquí. Por fin llegamos a Casablanca. Y siento decirlo, pero la película es puro cuento. Aquí no hay más que caos y suciedad. Ingrid Bergman hace mucho tiempo que cogió el avión.
Pero siempre hay motivos que justifican la locura de este viejo Jedai, como tener a la espalda un arco iris completo. Tal vez mañana tengamos suerte y encontremos los cofres lleno de monedas de oro que hay en sus extremos.
Miquel Silvestre, del blog Viajes de Invierno.
En Tarifa me dijeron que o salía esa misma noche o probablemente me quedaría en tierra todo el fin de semana porque se avecinaba temporal. El barco de las ocho no salió. Sí lo hizo el de las nueve. Llegamos a Tánger a las diez y cruzar la aduana llevó sus buenos cuarenta minutos. Quizá yo salí de los últimos porque no pagué a ninguno de los “tramitadores”.
Al despertar, Tánger era un lago. Agua por arriba, por abajo y por los lados. Poco tardó mi nueva montura en empezar a fallar. El agua se metía en las pipas de las bujías y la moto se paraba. Lo cual aumentaba el problema porque parado, el chaparrón era ineludible. A base de soplar las pipas, conseguí que al menos un cilindro arrancara. A cuarenta por hora hice los 30 km que me separaban de Larache.
Chapucilla con unos pedazos de goma a modo de condones y aire soplado a presión. Hala, listos para chupar más agua que tontos. Tuvimos que dejar la carretera nacional porque estaba cortada por las inundaciones y meternos por la autopista, donde los automovilistas locales nos demostraron lo mal que conducen por aquí. Por fin llegamos a Casablanca. Y siento decirlo, pero la película es puro cuento. Aquí no hay más que caos y suciedad. Ingrid Bergman hace mucho tiempo que cogió el avión.
Pero siempre hay motivos que justifican la locura de este viejo Jedai, como tener a la espalda un arco iris completo. Tal vez mañana tengamos suerte y encontremos los cofres lleno de monedas de oro que hay en sus extremos.
Miquel Silvestre, del blog Viajes de Invierno.
1 comentario:
El periplo pinta muy lúdico y altamente seductor, lo seguiré de cerca, tanto en sus momentos álgidos como en los bajos. Yo tengo una moto pero no la dejo salir de la ciudad, me he prometido a mi mismo que cuando vaya a Marruecos será en camello.
Saludos,
VD
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