sábado, 30 de mayo de 2009

GUERRA DE IDENTIDAD/CUADERNO DE BATALLAS: Prólogo de David González.




Déborah Vukušić: VENI, VIDI, VICI

En su primer y doloroso parto, Guerra de identidad, esta deslumbrante y sobrecogedora poeta, Déborah Vukušić, mitad gallega y mitad croata, pero ya universal, valiéndose de una poesía de corte autobiográfico y testificativo y de una voz cercana, sincera y valiente, nos hacía, a sus maravillados lectores, partícipes, confidentes y cómplices de recuerdos personales, secretos hasta entonces inconfesables y hechos reveladores de su recorrido en pos de una identidad propia: fragmentos significativos de una infancia y adolescencia marcadas por las desestructuración familiar, la vida en la sociedad del bienestar, la realidad de una guerra vivida a su finalización y la presencia, constante y opresiva, de la figura paterna: factores desencadenantes todos ellos —este último en especial, el del padre, como elemento aglutinador de los dos anteriores— de una crisis de identidad, una guerra de identidades cuya victoria parece, en los poemas finales de ese fascinante libro, decantarse, tanto en el aspecto emotivo como en el social, del lado de su mitad gallega: la quiero/mi madre.

Es una victoria efímera, no obstante.

En este segundo pero no por ello menos doloroso parto, Cuaderno de batallas, esta poeta a la que no hace justicia ningún adjetivo calificativo, Déborah Vukušić, abeja con orejas de lobo, nos desvela ya en el primer poema que: siempre es igual/ siempre es igual/ siempre es igual estoy dual/mezclada/dividida; para insistir no mucho después en esa misma idea: vuelvo a no saber quién soy… Dicho de otro modo: tras un breve y frágil alto el fuego, las dos identidades de la poeta, mitad gallega y mitad croata, han reanudado las hostilidades: cantaré nuevos fragmentos de mis dos mitades.

La escritora se reafirma ya desde el primer verso, me llamo déborah vukušić, en la práctica de una poesía en la que el yo del poema se corresponde fielmente con el yo de la poeta y en la que ésta se nos presenta a la vez como testigo presencial de los hechos y como víctima o consecuencia natural de los mismos, una poesía del testimonio o de no ficción que nos trae a la memoria libros de poemas como La historia de amor del siglo, Diario de una enfermera, La alambrada de mi boca, Satán dice o El padre. Observamos, sin embargo, que el discurso poético (enriquecido, como antes, por la inclusión de versos en distintas lenguas, elementos propios de la iconografía popular, fotografías y ahora también correspondencia epistolar) se hace, si cabe, más duro, me he clavado un estilete/y me he envenenado, más íntimo, e imaginas que te llaman puta mientras te corres y más confesional, soy una mancha de pura cobardía… Vukušić ha despojado su voz de aquellos recursos poéticos (nanas, coplillas, onomatopeyas) que en sus recuerdos de infancia hacían más colorista y vívido el universo propio de una niña, dando a entender así que ahora se nos habla desde la perspectiva de una mujer adulta, con una vida independiente, que lucha por integrarse en el caos vital y creativo de una gran capital, Madrid, y que parece asumir, aunque a regañadientes, los nuevos valores de la sociedad de consumo a la que pertenece:
soy de una generación de marcas y sellos no autentificados…

En estos nuevos cantos, fragmentos de una memoria individual e histórica, desaparece, sino del todo sí de manera significativa, la infancia de la poeta y con ella uno de sus dos personajes centrales, la madre, mi rubita/ mi tesoro, así como el resto de figuras pertenecientes al entorno próximo de su familia gallega. Vukušić centra su atención en experiencias personales que guardan estrecha o íntima relación con su identidad croata (el diálogo con un estanquero, o con un taxista, su tío Boris, el novio croata, la suerte que ha corrido su hermano, Dado) y con el paisaje en que ésta se desenvuelve, un paisaje con el que sus lectores ya estamos familiarizados, y que no es otro que Croacia, esa Croacia que aparece y desaparece y que en mi opinión se encuentra y se encontrará siempre en Promajna, en la casa de mis abuelos/frente a la playa, brillante metáfora de la infancia perdida, del hogar soñado y de la propia Croacia:
estrella fugaz que ya pasó…

La guerra, en toda la extensión de la palabra, es el tema central de estos nuevos cantos, algo que queda bien patente desde el mismo título, Cuaderno de batallas, o en estos versos: porque mi guerra está en cada línea que leo/en cada nota que escucho/en las ráfagas de murmullos de la ciudad que despierta… Batallas contra sí misma, en las que adquiere especial resonancia el examen del yo, el yo desde el que se nos escribe, un examen en profundidad, a conciencia, sin concesiones: tampoco tendré piedad conmigo… Batallas en la antigua Yugoslavia, cuyo horror se concreta en la desaparición de las amigas serbias, iva e ives/que no he vuelto a ver/después de la guerra, afianzándose en nuestra conciencia mediante la repetición, hipnótica, casi subliminal, de sus nombres, iva e ives, en momentos puntuales de estos nuevos y desgarradores cantos… Batallas que confluyen, todas ellas, en la figura del Enemigo contra el que se lleva luchando desde el principio, desde siempre, desde su anterior guerra identitaria, o sea, en la figura del padre: la última vez que hablé con mi padre/me empezó a gritar. Un padre que para la autora simboliza tanto la Guerra como todos los males que ésta trae consigo: que ligo a/los muertos de los balcanes/que ligo a/los ojos sin fondo/los ojos sin fondo/los ojos sin fondo de mi padre. Un padre cuyos defectos y maldades le emparentan con los aborrecibles padres de poetas de sobra conocidos entre nosotros, como puedan ser, por citar sólo dos ejemplos, los poetas norteamericanos Charles Bukowski o Sharon Olds; padres que aunque dejan mucho o todo que desear, se constituyen en el detonante del genio poético que más adelante desplegarán sus hijos. Un genio que Vukušić despliega ante nosotros para derrotar a su padre y a lo que éste representa de la única manera en que ello aún parece posible: llevándole a su terreno, trasladando las batallas, después de interiorizarlas, a otro campo, trasladándolas al papel, activándolas en estos cuadernos. La experiencia que le dio su primer parto, hace que la poeta sea consciente, en el momento mismo de empezar a concebir estos nuevos cantos, de que la poesía, como la picadura de una abeja, es capaz de actuar sobre la vida real de las personas: logré que mi padre no me hablara/que mi padrastro estuviera 6 meses dolido y que mi tía lilí se enfadara conmigo por celos/porque le presté la misma atención que a otras primas//nunca pensé que un libro pudiera surtir un efecto semejante// pero ahora no sólo lo piensa, lo sabe, como también sabe, a ciencia cierta, que su padre se encuentra del todo indefenso en este terreno, sobre el papel, ya que carece de algo que a ella le sobra: talento para la creación artística y todas esas mierdas/joder… Así, la poeta puede averiguar qué genes comparte con su padre, aprender a vivir con lo que haya heredado de su maldad y de su inconsciencia, asumir, como propia, su identidad, dando así por concluida su guerra de identidades: ahora tengo los ojos perdidos/que nunca miran a otros a la cara/ojos sin fondo/sin fondo/sin fondo y abandonar después su sombra sobre la cama, con la seguridad que da el saber que
nunca asumiré un acto de crueldad/nunca mandaré la guerra a mi padre/nunca me vestiré de caqui/ ni empuñaré un fusil suicida.

De este modo, Déborah Vukušić, mediante la creación, mediante la escritura, mediante la poesía, vence, se salva a sí misma y nosotros, los amantes de la verdadera poesía, la que se escribe a sangre y fuego, con el corazón, ganamos una extraordinaria POETA.

David González

Prólogo a Guerra de Identidad, 2º Edición ampliada y revisada. Déborah Vukušić (Baile del sol, 2009).
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http://www.bailedelsol.org/
http://vukusic.blogspot.com/

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