lunes, 26 de mayo de 2025

EL LENGUAJE DE LA LLUVIA: Prólogo por Javier Das.



1. José Ángel Barrueco

Se dice que Howard Carter dijo “Veo cosas maravillosas” cuando descubrió la tumba de Tutankhamon. A mí me pareció algo parecido la primera vez que entré en casa de José Ángel Barrueco (sin maldición de por medio, cosa que es de agradecer). La casa de Jab estaba hecha de libros, al menos revestida. Su mesilla de noche podía competir en las mismas ligas que algunas librerías de viejo, y por toda su casa eran varias las filas de libros superpuestas que robaban espacio al oxígeno. Si en la serie Friends, Ross y Joey construyen un fuerte con las cajas de cartón de una mudanza, nosotros podríamos haber hecho algo parecido con todos aquellos libros. Y en lugar de disfrazarnos de indios y vaqueros, habría tenido más sentido convertirnos, por ejemplo, en Cortázar y Bernhard.

Cuando en 2008 edité mi primer libro de poesía y me introduje en el mundillo poético de Madrid, José Ángel Barrueco ya estaba allí. Ya tenía un blog que era una referencia (lo sigue manteniendo actualizado a día de hoy), ya tenía libros editados que sólo se podían conseguir en librerías de viejo, ya formaba parte de esa literatura independiente que estaba a punto de explotar gracias, sobre todo, en nuestro caso, al Bar Bukowski y a una infinidad de editoriales que nacían con la idea de recoger esa vida en ebullición, aunque muchas de ellas cerrasen tras pocos meses, tras descubrir que el trabajo de editor supone un esfuerzo, en muchas ocasiones, titánico.

Recuerdo perfectamente el día que Marcus Versus contaba a David González que estaba pensando montar una editorial, y recuerdo también perfectamente la cara de sorpresa que se nos quedó a todos cuando nos dijo su nombre: Ya lo dijo Casimiro Parker. ¿Quién era Casimiro y qué había dicho?

Los que rodeábamos a Marcus no tardamos en mandarle nuestros manuscritos. Yo lo hice con Sin frío en las manos, y José Ángel Barrueco con Le aplastaré con mis versos. En conversaciones telefónicas nos preguntábamos sobre la respuesta de Marcus, convencidos de que, en caso de que uno de los dos editara con la nueva editorial, lo más normal es que el otro no lo hiciese, por una simple cuestión de probabilidad.

No hay camino al paraíso fue el maravilloso resultado que ninguno de los dos habíamos planeado. Un poemario a dos manos, dos libros independientes pero que se unían en la figura paterna, dos voces con dos mensajes diferentes unidos en un único proyecto.

Durante los meses siguientes compartimos bares, hoteles, cervezas, carreteras, recitales, más cervezas, más recitales, otros tantos bares. Fue allí donde nuestra amistad terminó de fraguarse, donde descubrimos que nos une un sentido del humor parecido, donde cada uno de nosotros se sirvió del otro para contener ese vértigo que supone subirse a un escenario y defender unos poemas frente a gente que no se conoce.

Fue también durante esa época cuando más coincidimos con otro de los nombres propios de la poesía independiente española: David González. Él fue el encargado de escribir el prólogo de nuestro libro, y con él compartimos también varias de esas presentaciones, otros tantos recitales cuando era David el que leía y, de nuevo, muchas cervezas, bares y emails.


2. El lenguaje de la lluvia

José Ángel Barrueco tiene ya 52 años, dos hijos, mucha literatura a sus espaldas, unos cuantos manuscritos inéditos en el cajón y un universo poético propio.

El lenguaje de la lluvia es el resultado de haber juntado todos esos elementos. Es poder ver desde un lugar más calmado que la literatura no te ha dado todo lo que querías, pero que casi todo lo que tienes se lo debes a ella. Es haber recibido el golpe de perder una gran referencia en ese mundo propio, aunque esa referencia fuese en muchas ocasiones una bomba a punto de estallar. Es haber tenido que destinar buena parte de tu tiempo a ser padre y llevar una casa. Es el resultado de sentir que has perdido tantas peleas con la literatura, que ya no sabes si al final te has hecho amigo de ese gran dragón que custodia un tesoro. Pero no os confundáis, El lenguaje de la lluvia no es un libro triste, no es un libro pesimista. Como he indicado, la experiencia y el paso de los años te da una posición más calmada desde la que observar, y desde ese punto de vista José Ángel Barrueco nos habla de aquellas cosas que le importan. Y nosotros tenemos el placer de acompañarle.

El lenguaje de la lluvia está formado por varios capítulos. Su comienzo y su final nos muestran a un José Ángel Barrueco en ese lugar del que hablábamos antes, analizando su presente, rebuscando en sus éxitos y fracasos, convirtiendo su rutina en un mar tranquilo en el que sumergirse. Me gusta mucho Cosas de familia, la última parte del libro. En sus poemas encontramos al José Ángel Barrueco más reflexivo, aquel que nos hace partícipes de su paternidad y de lo que conlleva, que nos invita a entrar con él a su casa y nos comparte sus pensamientos. Aquel con el que, momentos después, buscaríamos un buen lugar donde compartir una cerveza y conversación.

El resto del libro, en realidad el grueso más importante, está dividido en dos nombres propios: Thomas Bernhard y David González. Junto a José Ángel Barrueco y su mujer viajaremos a seguir los pasos del primero, seremos participes en la búsqueda de un escritor que no quería ser encontrado una vez muerto, que probablemente no habría aplaudido todo ese tiempo invertido en llegar a su tumba para rendirle homenaje. Merece la pena leer con tranquilidad esos poemas, buscar en Google los lugares que se nombran, incluso recorrer los mismos con las herramientas que ofrece la tecnología. Merece la pena ser un viajero más con todas sus consecuencias, y pese a hacerlo desde un sillón o una cafetería, llegar a formar en nuestra mente nuestros propios recuerdos, nuestras propias imágenes, dándoles forma con las palabras que José Ángel Barrueco hace también nuestras en sus versos.

Y dejo para el final el episodio, con toda seguridad, más doloroso del libro. En unos pocos poemas (y no hacen falta más), José Ángel Barrueco revive para nosotros lo que supuso para él la muerte de David González, el vértigo de escuchar y tener que asumir la noticia, y el vacío que el paso de los días hace crecer en su interior, sin tener nada con que volver a llenarlo. Si empezaba este prólogo hablando de mi relación con José Ángel Barrueco era en buena medida para poder dar un contexto a esta última parte. Yo tuve el desgraciado privilegio de ser el primero en darle la noticia, y seguro que como a él, a la cabeza me vinieron tantos y tantos momentos compartidos. A José Ángel Barrueco le destroza la muerte del poeta y amigo y lo comparte con nosotros. Y de paso, a su manera, seguramente de la mejor manera que podía hacerlo, con la literatura, le da un abrazo fuerte y solidario. Muchos de nosotros debemos parte de nuestro camino recorrido a gente como David. Te echaremos de menos.


3. Díselo con balas

Quiero acabar este prólogo con una sonrisa, con una de las mejores anécdotas que tuvo nuestro paso por Blanca, en Murcia, para presentar No hay camino al paraíso. Creo que fue la primera y última vez en que se nos pagó el transporte, el hotel e incluso se nos dio algo de dinero por acudir a una feria de literatura. Nos alojábamos juntos en una habitación del hotel La Casa del Conde. El día que tenía lugar la feria, tras la misma y tras pasar por alguno de los bares que ofrecía Blanca, volvimos a la habitación del hotel a eso de las 4 de la madrugada. No recuerdo el motivo pero decidimos encender la televisión (supongo que había que esperar que la habitación dejase de dar vueltas). A esas horas esperábamos anuncios de la teletienda, donde los seres humanos parecen seres retrasados que necesitan cualquier tipo de herramienta para su vida cotidiana. Pero para nuestra alegría y sorpresa, el directivo de alguna cadena de televisión había decidido que era la hora perfecta para emitir un capítulo de El Equipo A, y como si de un poema de Bukowski se tratara, el título del capítulo te obligaba a mantener la atención. Díselo con balas. Aun así el alcohol pesó más que la acción de los 80 y en pocos minutos ambos estábamos roncando.

Javier Das, 
prólogo a El lenguaje de la lluvia
de José Ángel Barrueco 
(Páramo Editorial, 2025)


sábado, 24 de mayo de 2025

AMÉRICA PROFUNDA. CINE NORTEAMERICANO DE TERROR RURAL: Rocío Alés.



La idea de “América profunda” hunde sus raíces en los orígenes y la historia de Estados Unidos, configurándose paulatinamente a través de las aportaciones de la literatura y algunos géneros clásicos como el western y el melodrama. Este estereotipo, entendido como la materialización del reverso tenebroso de la cultura estadounidense, emprendería su destape definitivo durante la crisis social, política y cultural de la década de 1970. En este contexto, el género de terror moderno configuraría un catálogo iconográfico y temático expuesto por primera vez en películas como La matanza de Texas o Las colinas tienen ojos, continuado en la década de los ochenta en producciones como El día de la madre o El motel del infierno, y restablecido en producciones como La casa de los 1000 cadáveres o X.

AUTORA: Rocío Alés Fernández (Málaga, 1984) es Doctora en Historia del Arte. Compatibiliza su labor como profesora de Historia, con trabajos de investigación sobre la iconografía del cine de terror, el tatuaje y la fotografía, sobre lo cual ha publicado numerosos artículos en revistas y publicaciones colectivas. Ha organizado tres ediciones de los Encuentros sobre el terror, la ciencia ficción y lo fantástico, un congreso concebido para dignificar el estudio de estos géneros. Bajo el seudónimo de MissTerror, lleva a cabo una labor de divulgación sobre cuestiones relacionadas con el terror.


viernes, 23 de mayo de 2025

EL LENGUAJE DE LA LLUVIA: José Ángel Barrueco.



José Ángel Barrueco tiene ya 52 años, dos hijos, mucha literatura a sus espaldas, unos cuantos manuscritos inéditos en el cajón y un universo poético propio.

El lenguaje de la lluvia es el resultado de haber juntado todos esos elementos. Es poder ver desde un lugar más calmado que la literatura no te ha dado todo lo que querías, pero que casi todo lo que tienes se lo debes a ella. Es haber recibido el golpe de perder una gran referencia en ese mundo propio, aunque esa referencia fuese en muchas ocasiones una bomba a punto de estallar. Es haber tenido que destinar buena parte de tu tiempo a ser padre y llevar una casa. Es el resultado de sentir que has perdido tantas peleas con la literatura, que ya no sabes si al final te has hecho amigo de ese gran dragón que custodia un tesoro.

Javier Das


lunes, 5 de mayo de 2025

BARRANCO DE LOS COJOS por LLUIS PONS MORA




Cuando una nube tapa al Sol
todo se enfría y se oscurece,
y ya no pían las flores,
ni a nada los pájaros huelen,
ni los colores sonríen,
ni brota sombra del cerro.
Por mucho que sea una nube blanca.

Cuando una nube tapa al Sol
baja la nieve volando en viento,
y los podencos vuelven conmigo,
y los olivos buscan cobijo
—y las palabras el alimento
por la vereda baldía—.
La noche se para en el día.

Cuando una nube tapa al Sol
nace una cabra hecha de miedo,
cavo en la roca por si hay un verso;
Aún me pregunto, me intriga,
si esto clavado en el pecho
se llama flecha o se llama vida.
Y si debo sacarla, o dejarla estar.


Lluis Pons Mora


sábado, 3 de mayo de 2025

LA CARRETERA MUERTA en DIARIO DE LEÓN


Gabi Oca, la semana pasada en la cafetería de San Marcos,
durante la entrevista. Pacho Rodríguez

Gabi Oca: «León en los años 80 era un reguero de heroína»

El autor leonés rescata 'La carretera muerta' (Papelillo Editorial), 
en donde narra de manera literaria los duros años 80

Pacho Rodríguez, Diario de León 30.04.2025 | 08:48

Esta historia no será como aquella canción de los años 80, veré a las chicas pasar... que cantaban Los Piratas, de Vigo, otra tierra sacudida a mansalva por la heroína y las drogas que representó casi como definición la generación perdida por el narcotráfico. Pero sí es la historia de los 80 en León en la que varios grupos de edad sucumbieron al caballo, se estamparon contra el sida y pocos lo pudieron contar. Uno de ellos lo contó y hasta lo escribió: Gabi Oca. Está ahora sentado en la cafetería de San Marcos y es un reposado conversador. Se libró de todo aquello pero ejerce la memoria como si fuera responsabilidad en la que quiere transmitir que ni ante la peor de las pesadillas la droga es opción, bálsamo o solución. Porque ya avanzado el encuentro cuenta este ejemplo revelador: «Llegó el sida. Lo llamaban el bicho. Sí, el bicho... Cayeron tantos que aquello frenó a muchos. Porque León en los 80 era un reguero de heroína, era una infección. Los que tuvimos suerte nos dimos cuenta de que eso era el final. Pero muchos aunque lo sabían, era tal el mono que tenían que les daba igual coger una jeringuilla de cualquier sitio y de cualquiera. Un día, a un amigo le dije: mira aunque sea por respeto a los que cayeron no uses esa jeringuilla. La había cogido del suelo. Perdí una amistad. Le pareció fatal. Me dejó de hablar y hasta hoy».

De todo esto ha escrito Gabi Oca. La carretera muerta (Papelillo Editorial) recoge seis historias que relatan las vivencias a finales de los ochenta del protagonista, Gabi, un buscavidas enganchado al caballo. «Genuino hiperrealismo sucio leonés, puro, sin adulterar», he aquí la definición que luego el propio Oca puede resumir en «éramos unos desgraciaos...». Textos autobiográficos y sin cortes, surgidos de la calle y de las entrañas de Oca Fidalgo. A pecho descubierto.

En definitiva, el otro León que coexistió frente al ochentero del Berlín, el Jazz y Nona, Century, el Equilbrio, Dimitri... cuando la noche de la ciudad era un lugar luminoso, florecían talentos artísticos y los crápulas pedían paso. Los Cardiacos, en la tele y el artisteo, ardía. A la vez, cuenta el autor, en Villanueva del Árbol se vende heroína en una roulotte como si no hubiera mañana. Y en Villaquilambre. O a las afueras de León. La realidad es lo que tiene, que no se pierde ni uno de los extremos. Y en medio, este Gabi Oca. Que va a ser un gran escritor pero todavía no lo sabe. Porque va a caer en el caballo como un jinete suicida, como tantos. Ansiedad, Una novela quinqui o este La carretera muerta, reeditado ahora por Papelillo (nueva editorial que merece un capítulo aparte) son su testimonio convertido en literatura. «Hay ficción y realidad porque ambas se necesitan para contar las cosas», afirma. Es el trabajo bien hecho de Gabi Oca, que resucitó entre los muertos que no fueron escritores. No sale la palabra yonqui en esta conversación porque, lo va dejando claro, eran personas. «Yo era un desastre, un chaval que no acabó ni la EGB. Aprendí a leer libros mucho tiempo después. Eso sí, los cómics del Víbora me los había leído todos. Era camarero. Lo narro bastante bien en Ansiedad. Yo empecé de camarero en el Plaza, lo que era el Cantábrico. Según entrabas a mano de derecha estaba la cafetería y a la izquierda, el salón de juegos, como en El Golpe. Iban abogados, médicos, el alcalde... Y de noche ya venía un grupo selecto a jugar al póker. Ahí jugaban mucho dinero. Yo pegaba la oreja y oía al día siguiente: pues fulanito ayer se levantó seis kilos...», prosigue. «En mi caso, mi caída es de cliché. Porros, tripis, caballo y catapún...», afirma sin ningún tipo de disculpa. «Lo que te digo: León estaba infectado de caballo como todas las ciudades de España». Gabi Oca va contando peripecias de esa época en la cafetería de San Marcos, en un confort en el que se le ve a gusto. No tiene nada que ver con ese pasado pero lo tiene siempre en la cabeza.

Recientemente, Gabi Oca ha hecho aparición en Un abrazo fuerte, libro homenaje al poeta asturiano David González y publicado en 2024 por Pregunta ediciones. Ahí comparte sitio con Vicente Muñoz Álvarez y Carlos Salcedo Odklas (representantes también del hiperrealismo sucio leonés), con el mismo Paco Gómez Escribano o con el autor Montero González entre muchos otros. Esos nombres de Vicente Muñoz y de Carlos Salcedo son fundamentales en la trayectoria de Oca, puesto que comparten cierto ideario literario y, como asegura el mismo autor de Una novela kinki, «Yo en realidad escribo pero no sé definir lo que escribo. Cuando Vicente me dice que es tal o cual, pues eso será».

Sobre el autor también comenta Gómez Escribano en el prólogo de La carretera muerta lo siguiente: «Valiente es Gabi Oca, por lo que escribe y por cómo lo escribe. Según declara, la literatura es Louis-Ferdinand Céline más Thomas Bernhard, y un tipo que declara esto es un elemento. Pero es que además su escritura recuerda a un Bukowski aumentado como si el americano hubiera sido un yonqui en vez de un borracho». En el caso del leonés, Vicente Muñoz fue el detonante para que aquello que escribía sin vocación de libro sea ahora el contenido de títulos de culto y que retratan un León que todo el mundo sabía que existía pero se guardaba bajo la alfombra. Con Gabi Oca emerge pero sin demagogia.