viernes, 27 de diciembre de 2024

FIESTA INAUGURAL UNDERDOG VENTURES



Este sábado 28 celebramos la puesta de largo de la editorial y os invitamos a que nos acompañéis. Hablaremos con Vicente Muñoz Alvarez de los tres libros publicados hasta la fecha, de futuros proyectos y de qué se nos pasó por la cabeza para ponerlo en marcha. Todo ello regado con caldos de la tierra, un piscolabis acorde a las fechas en las que estamos y música de la que ya no ponen en la MTV.

Os esperamos a partir de las 12:30 en Vía Láctea Valladolid


jueves, 26 de diciembre de 2024

FÁTIMA por LUIS P. SUÁREZ




“A hole is invariably a hole in something.”
Charles Simic

La vida, si te paras a pensarlo,
tampoco está tan mal. Lo malo viene
si tratas de buscarle algún sentido.

Que el tiempo se resbala entre las manos
como agua si intentamos retenerlo,
ya lo escribió Quevedo en un poema.

Así que recordarlo da dolor.
O eso dice Manrique, porque a veces
vuelve la golondrina a golpear

con su ala los cristales y resulta
que sabe nuestros nombres y parece
traernos una nueva primavera.

El río que nos baña no es el río
donde una vez nadamos, pero lleva
al mismo mar de siempre, que es la muerte.

Por eso es conveniente disfrutarlo
(“Collige, virgo, rosas”, canta Ausonio,
antes de que las flores se marchiten),

nadar contracorriente si hace falta,
poner todo el empeño en remontarlo,
aunque al final su fuerza nos arrastre.

Sé que es una obviedad. Tampoco quiero
pensar demasiado, y si lo digo
es solo por hablarte del pasado:

porque hoy he visto a Fátima de nuevo,
currando de cajera en Carrefour.
Y sigue igual de fea, aunque más gorda,

y más vieja también, y más pintada,
aunque de poco sirva a estas alturas
fingir la juventud que se ha perdido.

Cuando salimos juntos (puede hacer
lo menos veintitantos años de eso)
no estaba enamorado, estoy seguro.

Pero que me gustaba no lo niego,
por más que fuera fea (yo tampoco,
me temo, he destacado por ser guapo).

No sé si era su voz, o era su pelo,
o era su piel tan blanca, tan suaves
sus manos tan pequeñas, o quizás

su forma de mirar, que bizqueaba
cuando la penetraba, y eso siempre
a mí me ha compensado lo demás.

Aldana, que lloraba en un soneto,
“tras tanto de uno en otro desatino
tras tanto acá y allá, yendo y viniendo,

pensar todo apretar, nada cogiendo”
−se ve que no mojaba el capitán−,
decía en sus tercetos a un amigo,

o airado reprochaba que anduviese,
mientras él batallaba con honor
reconociendo “el sitio y la trinchea,

allá metido todo en conocer
la dama, o linda o fea” (no importaba),
“buscando introducción por diestro modo”.

Eso me pasa a mí, sin ser, no obstante,
ni diestro ni un experto en la materia
(aunque no negarás que ponga empeño).

Lo cierto es que aquel tiempo lo recuerdo
(más bien no lo recuerdo, esa es la clave)
como uno de los tiempos más felices.

Pero me fui a la mili y lo dejamos.
No sé qué ha sido luego de su vida,
ni a mí me ha interesado, es la verdad.

El caso es que hoy la he visto, y me ha mirado
(y no solo por eso creo en Dios):
también me ha sonreído. Hemos quedado

en tomar algo juntos esta noche
si paso a recogerla en el trabajo
a partir de las once, cuando cierren.

Tan fea como entonces, y más gorda…
Y estoy ilusionado, ya me ves,
porque me gusta igual, o más que entonces.


Luis P. Suárez


sábado, 21 de diciembre de 2024

DEL FONDO: Ya a la venta en Underdog Ventures.



“Del fondo” surgen las visiones más aterradoras, pero también más fascinantes. Surgen las preguntas más angustiosas, pero también las respuestas más necesarias. “Del fondo” nos ha traído Vicente Muñoz Álvarez, siguiendo los pasos perdidos de Poe y escalando en sentido inverso el Monte Análogo de Daumal y las montañas dementes de Lovecraft, esta épica infernal de la nueva y vieja carne, esta crónica bíblica de un éxodo post-humano en pos de una revelación que quizá sea, simple y rugosamente, que no hay luz al final del túnel, sino sólo y por siempre oscuridad. Oscuridad. Oscuridad.

Jesús Palacios

Poesía narrativa que como ya indiqué participa de los principios dantescos del infierno, del viaje iniciático, aunque aquí más alucinatorio que intelectual. No hay que olvidar que una de las ediciones más completas de La divina comedia es la que aparece ilustrada por los grabados de Gustave Doré. Como habrá podido comprobar el lector tras terminar el viaje inducido por Vicente y Andrés, la simbiosis ha sido perfecta y muchas veces cuesta pensar qué fue antes, si la ilustración o la palabra. Se convierten así en un perfecto nuevo cuerpo que como el texto o la imagen se va transformando ante los ojos atónitos del espectador.

Pablo Malmierca

Ya a la venta en Underdog Ventures:


Booktrailer:


jueves, 19 de diciembre de 2024

LEGIÓN DE CONSPIRADORES por RICHARD MATHESON



Y luego estaba el hombre que se sorbía los mocos interminablemente.
Se sentaba al lado del señor Jasper en el autobús. Cada mañana subía gruñendo las escaleras delanteras y avanzaba dando tumbos a lo largo del pasillo hasta dejarse caer junto a la figura menuda del señor Jasper.
Y empezaba a hacer ¡sniff! mientras hojeaba su periódico: ¡sniff!, ¡sniff!
El señor Jasper se estremecía. Y se preguntaba por qué aquel hombre insistía en sentarse a su lado. Había otros asientos libres, pero el hombre siempre dejaba caer invariablemente su abultada figura junto a la del señor Jasper, y sorbía kilómetro tras kilómetro, invierno y verano.
Tampoco es que hiciera frío. Algunas mañanas eran frescas en Los Ángeles, cierto. Pero no justificaban aquel interminable sorber por la nariz, como si hubiera una neumonía arrastrándose por todo el organismo del individuo.
Hacía que al señor Jasper se le pusiera la carne de gallina.
Hizo varios intentos de abandonar la esfera de sorbidos del hombre. Para empezar, retrocedió hasta dos asientos más atrás de su localización habitual. El hombre le siguió. Veo, conjeturó un casi exasperado señor Jasper, que este hombre tiene la costumbre de sentarse a mi lado y no se ha dado cuenta de que he retrocedido dos asientos.
Al día siguiente, el señor Jasper se sentó al otro lado del pasillo. Permaneció sentado con ojos irascibles, vigilando al hombre que avanzaba a tumbos por el pasillo. Se quedó petrificado cuando la figura vestida de tweed se desmoronó a su lado. Lanzó una mirada de aborrecimiento por la ventana.
¡Sniff!, empezó el hombre. ¡Sss-niff! Y la dentadura postiza del señor Jasper rechinó en una furia de porcelana.
Al día siguiente se sentó cerca de la parte posterior del autobús. El hombre se sentó a su lado. Al día siguiente se sentó cerca de la parte delantera del autobús. El hombre se sentó a su lado. El señor Jasper permaneció atrincherado en su erosionada paciencia durante dos kilómetros. Por fin, agotado hasta el límite de su resistencia, se volvió hacia el hombre.
—¿Por qué me sigue? —preguntó, su voz un sollozo tembloroso.
El hombre estaba a mitad de sorbido. Miró al señor Jasper con ojos bovinos de ignorancia. El señor Jasper se levantó y recorrió tambaleante toda la distancia del autobús para alejarse del hombre. Se quedó colgado de la barra superior, con los ojos como piedras. De qué forma le había mirado aquel necio olisqueante, musitó. Era intolerable. ¡Por amor de Dios, ni que hubiera hecho algo ofensivo!
Bueno, al menos se había librado momentáneamente de aquellas narices goteantes. Músculos agazapados se relajaron, agradecidos. Suspiró aliviado.
Y entonces el chico que tenía sentado al lado silbó veintitrés versos de «Dixie».
El señor Jasper vendía corbatas.
Era un empleo lleno de vejaciones, un empleo que garantizaba acabar con la resistencia incluso de los más robustos estómagos.
Las paredes estomacales del señor Jasper pertenecen a la clase más suspicaz.
Cada día se veían atacadas por todo tipo de ofensas y molestias, y también por las mujeres. Mujeres que se demoraban en palpar la lana, el algodón y la seda, y que se marchaban sin comprar nada. Mujeres que asediaban el inflamable cerebro del señor Jasper con interrogantes y sentencias, y que no dejaban ningún dinero, sino sólo al señor Jasper rígido, un palmo más próximo a su inevitable detonación.
Con cada irritante cliente, una andanada de observaciones ingeniosamente desagradables se elevaba en la mente del señor Jasper, cada una de ellas superior a la anterior. Su mente sufría literalmente por liberarlas, por dejar que manaran como torrentes de ácido sobre su lengua y que, ardientes, se derramasen directamente sobre las caras de las mujeres.
Pero el amenazador fantasma de un encargado de planta o de un inspector de tienda estaba siempre invariablemente próximo. Revoloteaba en su mente con espectral autoridad, acallando su anhelante lengua, calcinando sus huesos con cólera contenida.
Y luego estaban las mujeres de la cafetería de la tienda.
Hablaban mientras comían, y fumaban y soplaban nubes de nicotina hacia sus pulmones en el mismo instante en que intentaba introducir un cuenco de sopa de tomate en su estómago ulcerado. ¡Puf!, empezaban las señoritas, y agitaban sus bonitas manos para disipar el humo no deseado.
El señor Jasper se lo quedaba todo.
Con los ojos hinchándosele poco a poco, lo devolvía a manotadas. Las mujeres lo enviaban una vez más. Así circulaba el humo hasta que se desvanecía o era reforzado por exhalaciones nuevas y más poderosas. ¡Puf! Y entre manotadas, cucharadas y tragos, el señor Jasper sufría espasmos. El ácido tánico de su té apenas le servía para restañar el avance del ardor en su estómago. Pagaba sus cuarenta centavos con dedos oscilantes y regresaba al trabajo, desmoronándose.
A enfrentarse a una tarde entera de quejas y preguntas, y de manoseo de la mercancía, y el colmo de todo: la chica que compartía el mostrador con él y que masticaba chicle como si quisiera que los habitantes de Arabia la oyeran masticar. El chasquido, y el burbujeo, y el rechinar, hacían que las tripas del señor Jasper se contorsionaran frenéticas, y que permaneciera en pie como una estatua, trastornado, o que estallara con un siseo:
—¡Deje de emitir ese repugnante sonido!
La vida estaba llena de molestias.

Luego estaban los vecinos, la gente que vivía en el piso de arriba y en los de los lados. La sociedad que formaban, esa ubicua hermandad que siempre vivía en los apartamentos que lindaban con el del señor Jasper.
Esa gente formaba una unión. Su comportamiento se distinguía por un cierto toque, por un criterio discernible.
Consistía en caminar con pasos especialmente pesados, en mover muebles con insistente regularidad, en dar fiestas salvajes y ruidosas noche sí, noche también, y en invitar sólo a personas que prometieran llevar botas claveteadas y bailar el baile del pollo. En discutir sobre todos los temas a voz en cuello, en poner sólo música de vaqueros y paletos en radios cuyo mando de volumen estaba irreparablemente atascado en el nivel más alto. En poseer un juego de pulmones disfrazado de niño de dos a doce meses, que se inflaba cada mañana para emitir sonidos que recordaban el lamento de las sirenas antiaéreas.
La némesis actual del señor Jasper era Albert Radenhausen, hijo, edad siete meses, poseedor de un juego de pulmones increíblemente resistentes, que desarrollaban su máxima potencia entre las cuatro y las cinco de la mañana.
El señor Jasper acababa dando vueltas sobre su delgada espalda en el oscuro apartamento amueblado de dos habitaciones. Acababa mirando el techo y esperando el sonido. Llegó un momento en que su cerebro le sacaba del sueño reparador exactamente diez segundos antes de las cuatro de cada mañana. Si Albert Radenhausen, hijo, elegía seguir dormitando, al señor Jasper le daba igual. Él seguía esperando los gemidos.
Intentaba dormir, pero su alterada concentración le convertía en víctima, si no del llanto esperado, sí del portador de cualquier otro sonido que asediara sus oídos hipersensibles.
Un coche petardeando por la calle. El traqueteo de una persiana veneciana. Unos pasos solitarios en algún lugar de la casa. El goteo de un grifo, el ladrido de un perro, las patas de los grillos rozándose, el crujido de la madera. El señor Jasper no podía controlarlo todo. No podía amortiguar, ahogar, aplastar o ignorar a aquellos originadores de sonidos que le afligían sin cesar. Cerraba los ojos hasta que le dolían, con los puños apretados junto a la cadera.
El sueño seguía eludiéndole. Se levantaba de un salto, apartando a un lado sábanas y mantas, y se quedaba sentado, mirando la negrura con aturdimiento, esperando que Albert Radenhausen, hijo, emitiera su llamada para poder volver a dormirse.
Reflexionando en la oscuridad, su mente desarrollaba largos procesos de pensamiento. ¿Era exageradamente sensible?, se preguntaba en su interior. Lo niego enérgicamente. Tengo conciencia, autoproclamaba el señor Jasper. Nada más. Tengo oídos. Puedo oír, ¿verdad?
Era sospechoso.
El señor Jasper no podía recordar qué mañana en el desorden de las mañanas llegó la idea. Pero, una vez hubo llegado, no consiguió librarse de ella. Aunque fue limando su contorno con el paso de los días, el núcleo permaneció inamovible.
A veces, en un momento de sufrimiento en que apretaba los dientes, la idea reaparecía. Otras veces era sólo una vaga corriente de impresiones fluyendo bajo la superficie.
Pero perduró. Todas aquellas cosas que le estaban ocurriendo, ¿eran subjetivas u objetivas, interiores o exteriores? Parecían apilarse tan a menudo, con cada detalle enlazándose hasta que la suma de provocaciones casi le volvía loco, que casi parecía como si estuvieran hechas con intención. Como si…
Como si formaran parte de un plan.

El señor Jasper experimentó.
Su equipo inicial consistió en una libreta blanca, rayada, y un bolígrafo. Su primera metodología consistió en anotar varios momentos de exasperación cuando se producían, la localización, el sexo del agresor y la gravedad relativa de la molestia; este último aspecto se graduaba mediante números que iban del uno al diez.
Ejemplo uno, torpemente anotado mientras todavía estaba medio dormido.
Bebé llorando, 4:52 a. m., la habitación de al lado, varón, 7.
Hecha esta anotación, el señor Jasper se recostó sobre su almohada aplastada con un suspiro que se aproximaba a la satisfacción. Aquello era un principio. En pocos días sabría con seguridad si su extraordinaria especulación tenía una base racional.
Antes de abandonar la casa a las 8:17 a. m., el señor Jasper había acumulado otras tres anotaciones, a saber:
Fuertes golpes en el suelo, 6:33 a. m., habitación de arriba, varón (conjetura), 5.
Ruido de tráfico, 7:00 a. m. en adelante, fuera de la habitación, varones, 6.
Radio alta, 7:40 a. m. en adelante, piso de arriba de la habitación, mujer, 7.
Un aspecto más bien extraño de los esfuerzos del señor Jasper le llamó la atención al abandonar su pequeño apartamento. Era, en resumen, que había eliminado buena parte de su mal humor a través de este simple ejercicio de análisis escrito. No es que los diversos sonidos dejaran, al principio, de hacer que le rechinaran los dientes y que las manos se le flexionaran involuntariamente junto a la cadera. No habían dejado de hacerlo. Sin embargo, la traducción de las vejaciones amorfas en palabras, la reducción de un agravio a un sucinto memorando, de alguna forma le había ayudado. Era extraño, pero agradable.
El viaje en autobús proporcionó nuevas anotaciones.
El hombre que sorbía por la nariz mereció automáticamente una anotación inmediata. Pero una vez que hubo dispuesto de aquella irritación, al señor Jasper le alarmó la rápida acumulación de otras cuatro. No importaba a qué parte del autobús se trasladara, había nuevas razones para quitar la capucha al bolígrafo y garabatear más palabras.
Aliento a ajo, 8:27 a. m., autobús, varón, 7.
Fuertes empujones, 8:28 a. m., autobús, ambos sexos, 8.
Pisotón en el pie. Sin disculpa, 8:29 a. m., autobús, mujer, 9.
Conductor diciéndome que me vaya a la parte de atrás del autobús, 8:33 a. m., autobús, varón, 9.
Luego, el señor Jasper se encontró de pie junto al hombre del resfriado extraordinario. No sacó la libreta del bolsillo, pero sus ojos se cerraron y sus dientes se apretaron con amargura. Luego borró la graduación original del hombre.
¡10!, escribió con furia.
A la hora del almuerzo, en medio de sus habituales antagonistas, el señor Jasper, con ojos feroces y amargados, lo sistematizó todo.
Llenó una página en blanco del cuaderno.
1. Al menos una irritación cada cinco minutos. (Doce por hora). No está perfectamente calculado. A veces se producen dos en un minuto. Intentan desconcertarme alterando el ritmo.
2. Cada una de las 12 irritaciones de la hora es peor que la anterior. La última de las 12 casi me hace estallar.
TEORÍA: Al situar las irritaciones de manera que cada una supere a la precedente, el último golpe de la hora está por tanto diseñado para proporcionar el máximo impacto nervioso: a saber: ¡Conducirme a la locura!
Se quedó sentado, con la sopa enfriándose y un brillo salvaje y científico en los ojos, una calidez investigadora invadiendo su organismo. ¡Sí, por amor de Dios, sí, sí, sí!
Pero tenía que asegurarse.
Terminó el almuerzo, ignorando el humo, la cháchara y la comida incomestible. Se retiró a su mostrador. Pasó una tarde gozosa haciendo anotaciones en su diario de contratiempos.
El sistema se confirmaba.
Resistía firme las pruebas objetivas. Una irritación cada cinco minutos. Algunas, naturalmente, eran tan sutiles que sólo un hombre de la intuición del señor Jasper, un hombre con una misión, podría notarlas. Esas ofensas se realizaban con disimulo. ¡Y con cuánta astucia!, comprendió el señor Jasper. Eran discretas, y tenían la intención de engañarle.
Bueno, pues a él no le engañaban.
Expositor de corbatas derribado, 1:18 p. m., tienda, mujer, 7.
Mosca caminando sobre mano, 1:43 p. m., tienda, hembra (?), 8.
Grifo en cuarto de baño salpica ropas, 2:19 p. m., tienda (¿sexo?), 9.
Negativa a comprar corbata rasgada, 2:38 p. m., tienda, MUJER , 10.
Éstas eran anotaciones típicas de la tarde.
Eran apuntadas con beligerante satisfacción por un tembloroso señor Jasper. Un señor Jasper cuya increíble teoría estaba siendo confirmada.
A eso de las tres de la tarde decidió eliminar los números uno a cinco, ya que ninguna provocación era tan suave como para ser juzgada con tanta ligereza.
A las cuatro había descartado todos los grados menos el nueve y el diez.
A las cinco estaba planteándose muy en serio un nuevo sistema que empezara en diez y llegara hasta veinticinco.
El señor Jasper había planeado recopilar al menos una semana de anotaciones antes de preparar su acusación. Pero, en cierta forma, las impresiones del día le habían debilitado. Sus anotaciones se habían vuelto más acaloradas, su caligrafía menos legible.
Y, a las once de la noche, mientras la gente de la puerta de al lado recuperaba fuerzas y reanudaba su fiesta con un gran estallido de risas, el señor Jasper arrojó su bloc contra la pared con un juramento ahogado y se quedó en pie, temblando violentamente. Estaba claro.
Iban a por él.

Supongamos, pensó, que existiera una legión secreta en el mundo. Y que su principal interés fuera sacarle de sus casillas.
¿No sería posible que consiguieran aquel fin perverso sin que se enterase nadie más? ¿No podrían preparar sus enloquecedoras y pequeñas intromisiones en su cordura de forma tan astuta que siempre podría parecer que eran culpa suya; que sólo era un hombrecillo hipersensible que veía intenciones maliciosas en cada irritación accidental? ¿No era posible eso?
Sí. Su mente remachó la afirmación una y otra vez. Era concebible, imaginable, posible, y, por amor de Dios, ¡él lo creía!
¿Por qué no? ¿No podía haber una legión siniestra de gente que se reuniera en sótanos secretos a la luz de las velas? ¿Y que se sentaran con ojos brillantes y malvadas intenciones, mientras su líder hablaba de nuevos planes para mandar al señor Jasper directo al infierno?
¡Claro! El Agente X, asignado a la fila posterior al señor Jasper en una película, para hablar durante las partes de la película que absorbían más al señor Jasper, para arrugar bolsas de papel a intervalos regulares, para masticar palomitas ensordecedoramente hasta que el señor Jasper, enfurecido, salía encorvado al pasillo y se dejaba caer sobre otro asiento.
Donde el Agente Y continuaría el trabajo con chocolatinas y envoltorios crujientes y estornudos extrahúmedos.
Posible. Más que posible. Podría haber estado sucediendo durante años sin que llegara a tener el más mínimo indicio de su existencia. Una intriga sutil y diabólica, casi imposible de detectar. Pero ahora, por fin, despojada de su disfraz, mostraba en toda su realidad espantosa y desnuda.
El señor Jasper se quedó tumbado en la cama, meditando.
No, pensó con un leve resto de racionalidad, es estúpido. Es una idea extravagante.
¿Por qué iba a hacer esas cosas la gente? No hacía falta preguntarse nada más. ¿Cuál era su motivo?
¿No era absurdo pensar que aquella gente iba a por él? Muerto, el señor Jasper no valía nada. Sin duda, su póliza de dos mil dólares, subdividida entre una inmensa legión, no sumaría más que tres o cuatro centavos por conspirador. Incluso en el caso de que le coaccionaran para que los nombrara sus beneficiarios.
¿Por qué, entonces, el señor Jasper se encontró vagando irremediablemente hacia la cocina? ¿Por qué, pues, se quedó allí parado tanto tiempo, sopesando el largo cuchillo de trinchar con la mano? ¿Y por qué temblaba cuando pensaba en su idea?
A menos que fuera verdad. Antes de retirarse, el señor Jasper metió el cuchillo de carnicero en su funda de cartón. Luego, de forma casi automática, se vio deslizando el cuchillo en el bolsillo interior de su abrigo.
Y, horizontal en la negrura, los ojos abiertos, su delgado pecho elevándose y cayendo con un latido irregular, lanzó su desolador ultimátum a la legión que pudiera existir:
—Si estáis ahí, no pienso aguantar más.

Y entonces apareció Albert Radenhausen, hijo, otra vez a las cuatro de la mañana, sobresaltando una vez más al señor Jasper para despertarle, aplicando una nueva cerilla a sus inflamables nervios. Y las pisadas, las bocinas de los coches, los perros ladrando, las persianas repiqueteando, los grifos goteando, las mantas amontonándose, la almohada aplastándose, el pijama retorciéndose. Y la mañana con su tostada quemada y el café malo y la taza rota y la radio alta en el piso de arriba y el lazo del zapato que siempre se deshacía.
Y el cuerpo del señor Jasper se puso rígido de furia inexpresable y lloriqueó y siseó y sus músculos se petrificaron y sus manos temblaron y casi lloró. Olvidados quedaron su cuaderno y su lista, perdidos en su rabia violenta. Sólo quedó una cosa. Y fue… el instinto de supervivencia.
Pues el señor Jasper supo que sí existía una legión de conspiradores, y supo también que la legión estaba redoblando sus esfuerzos porque él lo sabía, y quería contraatacar.
Abandonó el apartamento y bajó corriendo por la calle, atormentado. ¡Tenía que recuperar el control! ¡Era preciso! Era el momento decisivo, el momento de la fermentación. Si dejaba que el curso de los acontecimientos continuara sin obstáculos, caería en la locura y la legión se cobraría su víctima.
¡Supervivencia!
En la parada del autobús permaneció en pie, con la mandíbula blanca y temblorosa, intentando resistirse con todas sus energías. ¡Qué importaba que el tubo de escape petardease! Olvida la risita estridente de la mujer policía al pasar. Ignora el crescendo de nervios destrozados. ¡No vencerán! Su mente convertida en un muelle rígido a punto de saltar, el señor Jasper juró obtener la victoria.
En el autobús, las narices del hombre sorbían vigorosamente y la gente tropezaba con el señor Jasper, y él tragó saliva y supo que en cualquier momento iba a chillar y entonces ocurriría.
¡Sniff, sniff!, hizo el hombre, ¡ SNIFF !
El señor Jasper se alejó, tenso. El hombre nunca había sorbido con tanta fuerza antes. Formaba parte del plan. La mano del señor Jasper aleteó hasta tocar el duro filo del cuchillo bajo su abrigo.
Se abrió paso a través de los apiñados pasajeros. Alguien le pisó el pie. Siseó. El lazo de su zapato volvió a deshacerse. Se inclinó para recomponerlo, y la rodilla de alguien le golpeó en la sien. Se enderezó, mareado en el autobús oscilante, una extraña maldición casi asomando a través de sus labios blancos y apretados.
Quedaba una última esperanza. ¿Podía escapar? La pregunta anuló sus sentidos. ¿Un nuevo apartamento? Ya se había mudado antes. No podría encontrar nada mejor al alcance de su bolsillo. Siempre tendría la misma clase de vecinos.
¿Ir en coche en vez de viajar en autobús? No podía permitírselo.
¿Dejar su miserable trabajo? Todos los trabajos de vendedor eran igual de malos y no sabía hacer otra cosa, y cada vez era más viejo.
Y aunque lo cambiara todo, ¡todo!, la legión seguiría persiguiéndole, llevándole implacable de tensión en tensión, hasta la ruptura inevitable.
Estaba atrapado.
Y de pronto, allí parado con toda la gente mirándole, el señor Jasper vio las horas que tenía por delante, los días, los años, un abrumador cúmulo de molestias e irritaciones y ofensas abrasadoras. Su cabeza giró mientras miraba a todo el mundo.
Y su pelo casi se puso de punta porque se dio cuenta de que todas las personas que iban en el autobús formaban parte de la legión. Y él estaba indefenso en medio de ellos, un peón para ser zarandeado por su presencia cruel e inhumana, sus derechos y lo más inviolable de su individualidad sometido eternamente a su malévola conspiración.
—¡No! —les chilló.
Y su mano voló hasta debajo de su abrigo como un pájaro de la venganza. Y la hoja relampagueó y la legión retrocedió chillando mientras, con una embestida frenética, el señor Jasper libraba su guerra por la cordura.

UN HOMBRE APUÑALA A SEIS PERSONAS
EN AUTOBÚS ATESTADO;
LA POLICÍA LO ABATE A TIROS

No se conoce el móvil
del salvaje ataque

Richard Matheson,
de Pesadilla a 20.000 pies
(Valdemar, 2021)

miércoles, 18 de diciembre de 2024

REGOMAR: Tomás Soler Borja.




La odisea diaria

Entre signos de exclamación 
todo dolor 
aun atándose firme al mástil del silencio 
en previsión —absurda— 
del canto de sirenas 
que por supuesto no vendrá 

qué mar de la tranquilidad 
ha de ser             la nada 
cuando ya ni los poemas nos delaten 
braceando, apenas asomando la boca 
un instante de más 
por encima de las aguas revueltas


Maelstrom 

Enajenarse ante los tropiezos del presente
que harán mala historia 
ser uno y nadie en sí mismo 
bajo el augurio de toneladas de oscuridad 
y aguas para el olvido 
como el viejo Capitán Nemo 
en su Nautilus 

contemplando las maravillas 
del poema eterno 
y sus siempre misteriosas profundidades 
mientras allá fuera 
el mundo se ha vuelto loco 
gira y gira sin sentido 
con los ojos en blanco y el vértigo
bien adentro del corazón


Obra viva 

La honda respiración del mar 
ahogando su voz 
en el tamiz revuelto de arenas 
ecos de tempestad 
de afán primario y olas blancas 
alcanzando a morir en los abrazos 
a tierra firme 

solo en noches de clamor 
cuando la jauría y sus muchedumbres 
se ausentan 
alcanzo a oírla 
por encima del propio corazón

porque la oscuridad es cómplice 
y tramoya de gran teatro 
tacto de alientos paralelos que aquí 
se perpetúan 

amor, tus labios, su dádiva 
por esta esquina trémula de carne 
            y memoria 
son mi caracola


Los niños de Sorolla 

¿Quién ha visto alguna vez a un niño 
que intenta apresar en su mano 
un rayo de sol?
Luis Cernuda 

Los he visto y rememoro 
en el espejo de la memoria 
por las orillas de la mar, los niños 
de nuestros lejanos días 
corriendo entre dos mundos 
casi que al vuelo 
salpicando aguas y arena 
todo ese tiempo que nos resbala indolente 
—en verdad ya no tanto— 
por el calendario finito 
y como el ámbar brillan, redondas 
exactas las gotas 
su sal, aquella demasía de luz
sobre la piel desnuda 
los gritos, las risas 
y cuando ya se alejan, ahí 
sus espaldas 
resaltando entre el costillar, acentuadas 
las escápulas, el puro hueso 
ese par de muñones de cuando 
fuimos ángeles en otros cielos 


Pasos de cangrejo 

Son mis pasos, sigue siendo esta 
mi historia 
la dirección contraria, siempre 
me regresa                  a la mar


Tomás Soler Borja, del poemario inédito Regomar.


martes, 17 de diciembre de 2024

POSTRIMERÍAS: Luis Miguel Rabanal.




Un hombre que dice adiós 

A nadie le convence su rostro estropeado
por las brumas agoreras del último invierno. 
Nadie conversa con él de las muchachas desvestidas
y de los libros sin un porqué discernible. 
Es el apestado que sobrevive a su propia 
y profunda repulsión. 

No hay otro procedimiento que verle llorar 
cuando se esconde
al paso del amigo, después frota sus ojos 
y sobrevendrá la noche. 
Si quisiésemos podríamos golpearlo sin dolor,
con solo hacer burla de sus piernas que no existen 
tampoco o con susurrarle al oído un nombre de niño 
sofocado, y ya estaría en nuestro poder su vida. 
Es el enfermo que sonríe pues algo macera su corazón
y lo extenúa, lo mismo que una contienda exagerada 
con el desangelado dragón de la memoria. 
Si pudiese ofrecernos su explicación nos hablaría 
de países que limitan al norte 
con su sangre, de la Tejera 
y Ceide, de los muertos que se le han adelantado 
en ese tranvía casi fantasma que toman los adivinos
para mejor destruirlo todo cuando vienen.

No grita su pesar, únicamente dice adiós 
a quien merodea su desidia, 
se levanta entre pausas y murmura 
un nombre: M. bañado en lágrimas. 
Sin embargo no desea nada, ni el abandono 
que es justo y acertado buscar al final de un viaje, 
ni los labios más rojos que el amor ha dibujado 
una tarde para él, sin vergüenza y sin el inmundo 
oficio de los cuerpos. 

Es el personaje que tose desde su silla 
ensangrentada y tiene mucho, mucho, mucho frío. 
Nos ha mirado con pena y nos señala 
por casualidad las flores.


Aléjate del fuego 

Sin ninguna piedad, como se desviste 
al enfermo y es amarga la sed y tiene color 
su boca de inminente y trágico peligro, 
así rememorarías aquellos años de jugar tú solo 
al borde del fangal, al borde de una imagen 
con hogueras y humo azul para las lágrimas. 
Debiste proteger mejor tu cuerpo entonces. 
Hoy ya es tarde para deambular a ciegas
los lugares que dispuso la rutina ante tus ojos. 
Mírate si no, esta edad no puede ser la tuya,
ni el amigo que ayer asesinaron, tan poca cosa, 
y que nunca más verás no siendo en tu corazón, 
cuando lo sueñes, y sea una batalla 
sin sangre tu corazón de niño turbio. 
Como si todo hubiera terminado, 
ahora que comienzas a recordar su nombre 
y no hay razón para haberlo escrito en los tabiques. 
De aquel tiempo te queda una tormenta 
que pasó y pasó y borró las nubes


Gritos 

Hasta la hora apropiada que sea él quien reiteradamente dicte el poema con su cándido susurro y su vorágine. A medida que transcurre se apacigua el jadeo, se aleja de cada prenda como en el juego de la infancia: allí están atravesados sus pechos, la cumbre de su vida que crece sin detenerse jamás. No toques la brújula, vierte dentro de ella la sal que la corrompe. Escupe, mi amor, soy ciega desde que tú me has elegido. Lodo y ansiedad y chicles de clorofila y un sinfín de ternura. Así de deprisa cabalga sobre él o le ha roto alguna certeza, estoy seguro, huye sin mí, no me abandones. Légamo y más y más palabras. Se proponen frases grasientas que no han de ser censuradas, es culpa del que no ha venido, no es culpa suya el no haber acudido hoy a la cita. A partir de este momento se paralizan sus percepciones, no habrá más caricias. La lengua es la del otro que besa e intercede por ti. No son tontadas. Baja la voz.


Un hombre que dice (otra vez) adiós 

I

Nunca la indiferencia para quien nos ha conducido 
de su mano fiel al final de la vida. 
Nos ha argumentado que solo en esta barbarie 
seremos felices, nos enjuga el sudor 
de la fiebre y arroja nuestros ojos 
lejos, muy lejos de aquí. 

El verdadero lugar 
donde rompen su espuma las olas.

 II

Es el que no ha soñado tanto como para decir 
apártate de mi lado pues huele fatal mi cuerpo, 
me sabe mal la boca, a lumbre y a subterfugios 
de la noche como quemazón y violencia 
y sucios dientes clavados 
en el manto deshilachado de la vida. 

Es el hombre que no esperábamos ver jamás, 
rendido en su jergón lo mismo que un guiñapo, 
desnudo entre su vómito 
y su nube blanca repleta de amargura. 
De esta madrugada no pasará, nos garantiza ella. 
O es que, por el contrario, equivoca su risa 
desencajada en un montón de ropa vieja de hospital 
donde nadie oye. 
Es muy vil su rostro, presenta temblores y afuera luce 
un sol hermoso que tampoco es el suyo. 
Qué nos importa este hombre que ensordece 
con su grito, y nos invaden sentimientos 
de despecho hacia cuanto lo nombra en su inanición. 
Apenas si expresa algo más 
que un pasado espantoso, 
no merecemos volver a mirarlo, no merecemos volver. 

Y sin embargo parece mentira 
este cuerpo que nos hace guiños oscuros.


Luis Miguel Rabanal, de Postrimerías (Eolas Ediciones, 2024)


viernes, 13 de diciembre de 2024

UN ABRAZO FUERTE. HOMENAJE AL POETA DAVID GONZÁLEZ.



No queríamos que este fuera un libro póstumo. Surgió como un homenaje al poeta David González cuando todavía tenía los guantes puestos, con la intención de ayudarle, de enviarle ánimos y fuerzas para continuar el combate con la enfermedad, aferrándonos a la idea de que tampoco este sería su último asalto. David siempre había estado ahí, partiéndose la cara, siempre había sido un referente (en su sentido más amplio, es decir, en cuanto a lo estrictamente literario, sus libros, pero también en cuanto a su actitud, la honestidad y la radicalidad con la que se entregó a la poesía). 

Buena parte de las autoras y autores que participan en este libro de homenaje y reconocimiento fueron en algún momento compañeros de camino de David, compartieron con él páginas, recitales, intercambios epistolares, antologías, afinidades electivas, lecturas, barras de bar…; formaron, en fin, con mayor o menor fortuna o fulgor, parte del mismo espectro generacional; otros muchos son escritores para quienes el descubrimiento de la obra de David fue un hito, una influencia indisimulada; todos, lectores, seguidores fieles de su obra y reivindicadores de la misma.

Este libro es, en suma, una despedida de quienes fueron sus amigos y valedores:

Adolfo Marchena, Albert Sihod, Alberto García-Teresa, Alejandro Mallada, Ana Pérez Cañamares, Ana Vega, Andrés Izu, Andrés Ramón Pérez Blanco (El Kebran), Ángel González González, Ángel Petisme, Antonio Díez, Antonio Orihuela, Belo, Brenda Ascoz, Carlos Salcedo Odklas, Carmen Beltrán, David Mardaras, Doris Escarlata, Enrique Cabezón, Enrique Falcón, Enrique Villagrasa, Enrique Villarreal «El Drogas», Escandar Algeet, Esteban Gutiérrez Gómez «Baco», Eva Vaz, Fee Reega, Fermín Herrero, Fernando Beltrán, Fernando García Magdalena, Francisco Rojas Monfra, Gabi Oca, Gsús Bonilla, Inma Luna, Javier Pascual «Pascu», Javier Payeras, Javier Vayá Albert, Joaquín Piqueras, Jorge M. Molinero, Jorge Riechmann, José Ángel Barrueco, José Ferreras, José Luis Pérez Pastor, José Malvís, José Pastor González, José Yebra, Josu Arteaga, Juan Leyva, Julia Navas Moreno, Julia Roig, Karmelo C. Iribarren, Kike Babas, Kutxi Romero, Lucas Rodríguez, Luisa Echeverría, María Nieto, Mario Crespo, Miriam Reyes, Montero Glez, Nacho Tajahuerce, Nacho Vegas, Pablo Cerezal, Patxi Irurzun, Pedro Teruel, Pepe Pereza, Pilar Gorricho, Safrika, Sagrario Manrique, Sara Prida Vega, Silvia D. Chica, Sofía Castañón, Sonia San Román, Uberto Stabile, Verso Fuster, Vicente Muñoz Álvarez


miércoles, 11 de diciembre de 2024

CUARTELES DE INVIERNO por JOSÉ PASTOR GONZÁLEZ



he vivido tanto tiempo perdido
y a la intemperie
que he aprendido
a esconderme
y
a reconocer
que los refugios
las caricias
y el fuego
son necesarios
para sobrevivir
a todos los inviernos
y a todos los infiernos
y que como alimaña que soy
me gustan las madrigueras
y que mi cabeza entre tus piernas
sea uno de mis mejores cobijos
hasta que llegue la primavera

José Pastor González


martes, 10 de diciembre de 2024

SIN ACRITUD por RAFAEL LÓPEZ VILAS



Mi madre tenía un boquete
estampado en la frente
El boquete se lo hizo la pata de hierro
de un futbolín portátil
El futbolín
era mío
La mano
que blandía la pata era
la de mi padre
Recuerdo aquella noche
El cuerpo mortecino de mi madre
alfombrando el suelo
con su sangre
La pestilencia del alcohol
dibujando su mortaja en el aire
Tendría 8
Quizá nueve tacos
Aquella fue la mala leche
que amantó aquellos días

La recordaré siempre

Sus labios hinchados
La desesperación
de sus gritos ahogados

Oh, sí, mequetrefe
Odiar
es sólo un verbo
No es fácil buscar un adjetivo
y la muerte es
un sustantivo fácil
Tuviste suerte, basura
Hoy
te arrancaría la cabeza
con el pozo de amargura
que mis manos
heredaron

Rafael López Vilas


domingo, 8 de diciembre de 2024

DE GOLPEAR, LE CRECIERON MUNDOS A MIS PASOS por MAREVA MAYO



Golpeaba al principio, una pared, una piedad, una mano caliente, contra el frío, contra el golpe helado que mi cuerpo paría a la vida, a sí mismo, como lo que erigió su materia, su forma de ser amasijo, viscosidad, puerta y sepultura.. para otros cuerpos, para otros golpes.

De golpear, le crecieron mundos a mis pasos, le crecieron machetes a la ternura que te decía que sí, que te acariciaba lo homicida con nubes anaranjadas, con mieles de sombra que bebe el nácar de ésta suicida que mata... que nació de ti y contra ti... pero que se decidió cuando nada quedaba, y empezó mucho antes que tú fueras. Pero no fue a la muerte, no, no fue a la muerte, tierno amor de la oda de la bala y el excremento, no fue a la oscuridad que preparaste, no fue a la maldad que dejaste entre nosotros... ella decidió contra la actriz, contra la obra, contra el espíritu, para que el espíritu la poseyera, y esa asfixiante contra-entrega de los papeles y el destino... hechos inevitablemente a sangre y deseo y sombra, a imagen y semejanza de la tierra que devora y sacia cuando el cuerpo es el sacrificio, cuando es la lluvia que prepara ese brote... y es la huella pisoteada por los dioses ausentes borrada a colmillo, a maldición que conspira claridad en la podredumbre que empieza tras los papeles y el destino hechos por ti, por lo más profundo de lo que yo era, contra lo que yo era sin ella, sin tu hollín, sin lo que tú eras o no eras, a la rasante del abismo de los ojos que nos vieron... invertidos, en ese vaho que mezclaba el esqueleto del pez y la tinta, al juego de la aguja y del hambre, en el que el amor conoció a esa bestia que lo soñó por vez primera en nosotros... pero antes de nosotros, decidió atacar. Era yo sólo esa pequeña rendija, esa cavidad hechicera de las fiebres de lo habido, de las venganzas de lo invisible... por la que pasó tu maldición, yo la elegí, tú mismo sin saberlo la buscabas, así como yo tierna cerilla, dulce llaga, buscaba en tu sombra, el puñal que pudiera llegar a escribir con mis manos, en ti y para éstas líneas.

Mareva Mayo


sábado, 7 de diciembre de 2024

HAIKUS OTOÑALES por JOAQUÍN PIQUERAS



llega septiembre

exhibiendo su ajado

traje de hastío

*

luz que despunta

entre susurros de aire,

un nuevo día

*

atrasar la hora

aun sabiendo que el tiempo

sigue su ritmo

*

en nuestro afán

por vivir nos matamos

muy lentamente

*

el agua fluye

entre caricias de árboles,

el río piensa

*

 cae la tarde,

un pisar de hojas secas

forja un recuerdo


Joaquín Piqueras

https://www.facebook.com/joaquin.piqueras


jueves, 5 de diciembre de 2024

DEL FONDO: NUEVA EDICIÓN ILUSTRADA


En nada ya, cuestión de días, saldrá de imprenta, de la mano de Underdog Ventures, una nueva edición de DEL FONDO, un poemario fantástico que publiqué en 2018, maravillosa y terroríficamente ilustrado por Andrés Casciani, con prólogo de Jesús Palacios y epílogo de Pablo Malmierca, homenaje a algunos de mis maestros antiguos: H.P. Lovecraft, Aleister Crowley y David Cronenberg. Un viaje alucinante al fin de la cordura y la noche, que los editores de Underdog Ventures han querido rescatar del infierno, con nueva portada y formato.

De momento, os dejo aquí el magnífico booktrailer de Richard Quevedo para esta nueva edición.

Vicente Muñoz Álvarez


lunes, 2 de diciembre de 2024

PELÍCULAS QUE ERIZAN LA PIEL: Epílogo por Óscar Alonso Pardo.



Si tienes entre tus manos este libro, eres de los míos, de los que nos gusta pasar miedo frente a una pantalla. Hay mucha literatura sobre el mundo del cine, pero si algo me llama la atención de Vicente Muñoz Álvarez, es la capacidad que tiene para encontrar esas joyas ocultas que pueden alegrarte una oscura noche de tormenta. Tras sus dos trabajos sobre la materia, los excelentes Cult movies. Películas para llevarse al infierno y Cult movies. Películas para la penumbra, ahora, para completar la trilogía, nos regala una nueva selección de títulos que erizarán la piel al mismo diablo.

Si bien, como él mismo apunta en el prólogo, abundan las películas pertenecientes a los años 60 y 70, el espectro que maneja el autor arranca desde el cine mudo, con La caída de la Casa Usher, de Jean Epstein, allá por el año 1928; hasta la reciente No estarás sola, de Goran Stolevski, ya en el año 2022. Un recorrido en el que no faltan grandes directores del género como Fisher, Bava, Corman, Romero o Cronenberg, ni tampoco maestros del cine clásico como Wyler, Hitchcock, Tourneur o Aldrich que, sin ser habituales en el cine de terror, también han sabido dejar su impronta dentro. Estoy convencido de que habrás descubierto nombres de los que no sabías su existencia, rarezas que dan sentido a este libro y que agradecerás de por vida. Mención aparte merece, y me gustaría resaltarlo, las numerosas películas del cine español que aparecen en esta sugerente antología. Jesús Franco, Eloy de la Iglesia, Francisco Regueiro, Jorge Grau o Eugenio Martín, entre otros muchos nombres, son claros ejemplos de amor por el cine. Con la guillotina de la censura acechando, denostados por la crítica y con presupuestos casi siempre muy precarios, realizadores que supieron dejar su sello personal y a los que tanto les debe el séptimo arte.

Se ve que Vicente sabe de lo que habla, se agradece esa forma clara y concisa de introducirnos en cada uno de los filmes que recomienda. Cine inquietante, turbador, subversivo, dispuesto a sacar del letargo a nuestras conciencias adormecidas.

Este tipo de listas siempre generan controversia, pues es imposible coincidir plenamente con la persona que las confecciona. En la discrepancia está el aprendizaje, en la variedad de gustos y conceptos. Ahí está también la gracia de esta obra, que estoy seguro que no te habrá dejado indiferente.

Uno, que tiene tendencia a la nostalgia, recuerda con cariño las dobles sesiones que programaban en los cines de su niñez. Acercarse a la cartelera suponía una aventura que se vivía con gran emoción. Algo así he sentido al recorrer estas páginas. Esa ilusión de no saber qué te vas a encontrar a la vuelta de cada hoja. Esos tesoros ocultos que sabes que no puedes dejar de ver.

Es de noche, afuera llueve y hace frío, vete preparando un hueco en el sofá, elige una de estas pelis y dale al play. Hazme caso, no te arrepentirás; por un rato vivirás en el infierno, mecido en el calor de la felicidad.

Óscar Alonso Pardo,
epílogo a Películas que erizan la piel
(Underdog Ventures, 2024)



domingo, 1 de diciembre de 2024

ENVUELTO EN PAPEL DORADO por GORDON HASKEL



Recréate como aquel niño que eras,
con el olor a tierra mojada
que empapa la lluvia en las tardes de otoño,
con las mariposas que alteran
las tripas de adolescente
al ver pasar a la persona
que desmonta tu mundo.

Recréate, aunque solo sea por un instante,
con esa sensación de libertad
que emana de los amaneceres
cuando la juventud viaja
en un tren sin destino ni equipaje.

Olvida por un momento la prisa urgente,
y colorea de luces el árbol de las ilusiones,
como aquel año que no esperabas
encontrarte a sus pies, envuelto en papel dorado,
el juguete que tanto deseabas.

Vuelve a pasear entre las nubes de tus sueños,
imaginando ser un ave que vuela sin cadenas.
 
Recréate en las noches descontroladas
sin relojes ni horarios,
en los atajos que tomabas
para burlar la soledad,
en el carmín que empaña su copa,
en ese tango que siempre quisiste bailar.

Despega con las luces de neón
para alumbrar el horizonte.
Que no te engañen los espejismos del desierto,
ni te envuelva la desazón
que rubrica la desesperanza.
Y recréate con la magia de las estrellas,
con la música que compone el aire.

Embriágate del sabor
de las caricias que sus manos
dejan en tu piel,
de los abrazos sinceros,
de las sonrisas transparentes.

Recréate al fin, con los cuentos de hadas,
aunque digan que no existen
y el final de este poema
solo sea el principio
de los días que vendrán.
 
Porque siempre es agradable regresar
a la estación donde siempre esperan,
los que nunca se olvidaron de ti.


Gordon Haskel, del libro inédito Sobrevolando los tejados.

Fotografía del autor: MarÇal Mateus