Hice vida de eremita. Ayunaba, me mortificaba, caminaba por los dominios del escorpión y la culebra, la noche de fuego, astrónomo sentimental, las manos juntas.
Recibí la revelación al tercer año en un lugar llamado el Puntal de Don Diego. No exaltaré el incidente a la fantasía de un pentateuco. La revelación no vale una anécdota de Swedenborg.
Se acabó. Yo detesto el espíritu, señor, yo soy frívolo, yo soy espiritual en el trago de John Haig y en el cuerpo de Corina, la diva del lenocinio, la reina de Sinaloa,
Corina, cuéntame el pentateuco criminal de Sinaloa.
Mandé todo al diablo, Señor, al diablo usted, al diablo el ascetismo y los buenos modales.
Bebí, hablé una lengua lacónica y huraña, el servandés, asilado en el país de los varones, el bar de Servando. Sostuve la mirada tipográfica de los servandeses: “A quién me grita le pego, y a quién me pega lo mato”
Me pegaron, me quebraron los huesos, les repugnaba mi oratoria y controversia. Me deportaron por un racismo ontológico que entiendo. No lo tomo en cuenta. El ser de un hombre no se agota en sus actos. Se acabó. He sido lo servandés que pude. Mi sustancia no da para más.
Probé la escritura, me vendí a las librerías y las páginas de FB. Detesto la escritura. Devine toxicómano del like, la última bajeza. Dije, y abundé en lo que dije, y cuanto dije fue nada. Perdí la palabra en el bar de Servando, donde los varones juramentan con miradas firmes como edictos.
He de cambiar de vida. Yaceré en un hospital prodigando tumores y las artes de morir. Me enrolaré en la flota pesquera cubana. Buscaré un Sinaí riguroso en un lupanar de Sinaloa, apóstol de Corina, la santa poliomielítica que baila el striptease, que los cielos se abren si ella cede el corpiño, que son lenguas de fuego, que son las tablas de la ley su mínima clavícula.
Sergio Mayor
No hay comentarios:
Publicar un comentario