En este diario de Corea me ha pasado igual que en otros libros de Pablo, vuelvo a las emociones primigenias de un ostión; tiende a dejar sin aliento, y vuelvo a quedar maravillado con su capacidad de hechicero y escribidor, con esa fuerza suya tan característica y propia de zarandear, de coger por la pechera al lector y llevarlo de imagen en imagen hasta quién sabe el dónde de los mundos posibles que ofrece…
Gsús Bonilla
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