EL POETA ES UN VIVIDOR
[Paráfrasis de un poema de Roger Wolfe]
El poeta es un fingidor.
F. Pessoa
En realidad la cosa es muy simple:
eres un vividor y tú lo sabes.
Te pones y escribes
un poema cada dos o tres días,
—fingiendo que eres otro,
que vives otras vidas—,
y luego lo abandonas
debajo de una pila
de poemas escritos de la misma manera
cada dos o tres días.
Más tarde te arrodillas
en un lugar propicio de la casa
—el baño, por ejemplo—,
y con los brazos en cruz
le das las gracias
a Dios y a las Musas
por el don del poema
que escribes cada dos o tres días,
por su verdad fingida
y porque a veces puedes sobrevivir con ella.
Y llamas por el móvil
a todos los amigos que te ignoran,
a todos los poetas que te ignoran,
a las madres de todos los poetas
y todos los amigos que te ignoran,
y a todos los críticos que ignoran tus poemas
escritos cada dos o tres días
y les anuncias la buena noticia,
les juras y perjuras,
mentiroso infalible, fingidor verdadero,
que no volverás a escribir otro poema
hasta dentro de dos o tres días
si Dios quiere.
YO QUISE SER POETA
Yo quise ser poeta de los de pelo en pecho,
de los que escriben versos con las manos,
no con el corazón, que así les salen.
Yo quise ser poeta de los de pelo en pecho
para tomarle el pulso a los problemas
del hombre de la calle.
Yo quise ser poeta
de los de pelo en pecho,
trasnochar, beber whisky, escribir una oda
a la mujer barbuda, al machismo,
a las torres gemelas, esas que ya no existen,
y a los toros de Osborne que los tienen bien puestos.
Sin embargo, mis versos,
ásperos como barba de tres días,
no hallan acomodo en este siglo
de atléticos poetas de gimnasio
que bañan su poemas
en agua de colonia de diseño
para que huelan bien cuando los leas
y no puedas oler su podredumbre.
Yo quise ser poeta de los de pelo en pecho,
pero ya no se estilan
y he tenido que ceder a la moda.
Dentro de diez minutos me depilo
y mañana me apunto en un gimnasio.
eres un vividor y tú lo sabes.
Te pones y escribes
un poema cada dos o tres días,
—fingiendo que eres otro,
que vives otras vidas—,
y luego lo abandonas
debajo de una pila
de poemas escritos de la misma manera
cada dos o tres días.
Más tarde te arrodillas
en un lugar propicio de la casa
—el baño, por ejemplo—,
y con los brazos en cruz
le das las gracias
a Dios y a las Musas
por el don del poema
que escribes cada dos o tres días,
por su verdad fingida
y porque a veces puedes sobrevivir con ella.
Y llamas por el móvil
a todos los amigos que te ignoran,
a todos los poetas que te ignoran,
a las madres de todos los poetas
y todos los amigos que te ignoran,
y a todos los críticos que ignoran tus poemas
escritos cada dos o tres días
y les anuncias la buena noticia,
les juras y perjuras,
mentiroso infalible, fingidor verdadero,
que no volverás a escribir otro poema
hasta dentro de dos o tres días
si Dios quiere.
YO QUISE SER POETA
Yo quise ser poeta de los de pelo en pecho,
de los que escriben versos con las manos,
no con el corazón, que así les salen.
Yo quise ser poeta de los de pelo en pecho
para tomarle el pulso a los problemas
del hombre de la calle.
Yo quise ser poeta
de los de pelo en pecho,
trasnochar, beber whisky, escribir una oda
a la mujer barbuda, al machismo,
a las torres gemelas, esas que ya no existen,
y a los toros de Osborne que los tienen bien puestos.
Sin embargo, mis versos,
ásperos como barba de tres días,
no hallan acomodo en este siglo
de atléticos poetas de gimnasio
que bañan su poemas
en agua de colonia de diseño
para que huelan bien cuando los leas
y no puedas oler su podredumbre.
Yo quise ser poeta de los de pelo en pecho,
pero ya no se estilan
y he tenido que ceder a la moda.
Dentro de diez minutos me depilo
y mañana me apunto en un gimnasio.
FACEBOOK
Avec le temps tout s´evanouit.
Avec le temps
Avec le temps, va, tout s´en va
Avec le temps tout s´evanouit.
Avec le temps
Avec le temps, va, tout s´en va
Leó Ferré
Intentas que la vida parezca interesante,
Intentas que la vida parezca interesante,
una fiesta sin fin, una orgía perpetua.
Cuelgas fotografías de momentos sublimes
o que tú crees sublimes. Incluso algún poema
de tus libros antiguos de los que ya no quedan
más que los ejemplares que guardas en tu casa.
Es agosto, es verano, abundan esas fotos
con fondo de piscina o playa con palmeras
donde luces bronceado y tus clásicas gafas
de sol de todo el año y el bañador de moda;
el último diseño comprado en es.collection.
También hay muchas fotos de cenas con amigos,
de copas en locales donde la noche muere
cansada y agotada cuando se acaba el ritmo
que el DJ nos impone. Y puntuales enlaces
con You Tube y el pasado. Canciones de Cecilia,
o quizás de Dalida: Mourir sur scène, Avec le temps,
Il venait d´avoir 18 ans, o tal vez canciones
de Saint Etienne. Canciones de un tiempo derruido.
Nostalgia del que fuiste, del niño sin palabras
y del adolescente que leía poemas
de Valente y Cernuda, de Lorca y de Cavafis:
como quien busca amigos o ignorados amantes.
Versos que permanecen como llagas abiertas
en la torpe memoria del que te has convertido.
Ese que cuelga fotos banales del presente
—playas, cenas, amigos, bañadores de marca—,
pero que cada noche cuando muere la noche
elije un cuerpo inerte, fugaz, desconocido,
para calmar la rabia que nace del deseo
y vuelve solo a casa, agotado y cansado,
y escribe otro poema donde al menos intenta
que la vida parezca perfecta y misteriosa
aunque ya no lo sea y el poema se vuelva
arma de doble filo, quizás en contra suya.
Más tarde, cuando se despierte, elegirá
las fotos adecuadas para dejar constancia
de que anoche, la noche, fue mejor que anteanoche.
Pero él ya lo sabe y tú también lo sabes,
en las fotografías que ahora miras en Facebook
no aparecen las grietas, las dudas, los defectos:
la vejez de tus padres, tus dolores de espalda,
la soledad y el miedo, la rutina mediocre
de los días iguales que aburren y desgastan.
De eso solo hablas cuando escribes poemas.
En tu Facebook intentas esconder el presente
y legar al futuro la impostura perfecta.
El rostro de tu alma siempre serán tus versos.
Cuelgas fotografías de momentos sublimes
o que tú crees sublimes. Incluso algún poema
de tus libros antiguos de los que ya no quedan
más que los ejemplares que guardas en tu casa.
Es agosto, es verano, abundan esas fotos
con fondo de piscina o playa con palmeras
donde luces bronceado y tus clásicas gafas
de sol de todo el año y el bañador de moda;
el último diseño comprado en es.collection.
También hay muchas fotos de cenas con amigos,
de copas en locales donde la noche muere
cansada y agotada cuando se acaba el ritmo
que el DJ nos impone. Y puntuales enlaces
con You Tube y el pasado. Canciones de Cecilia,
o quizás de Dalida: Mourir sur scène, Avec le temps,
Il venait d´avoir 18 ans, o tal vez canciones
de Saint Etienne. Canciones de un tiempo derruido.
Nostalgia del que fuiste, del niño sin palabras
y del adolescente que leía poemas
de Valente y Cernuda, de Lorca y de Cavafis:
como quien busca amigos o ignorados amantes.
Versos que permanecen como llagas abiertas
en la torpe memoria del que te has convertido.
Ese que cuelga fotos banales del presente
—playas, cenas, amigos, bañadores de marca—,
pero que cada noche cuando muere la noche
elije un cuerpo inerte, fugaz, desconocido,
para calmar la rabia que nace del deseo
y vuelve solo a casa, agotado y cansado,
y escribe otro poema donde al menos intenta
que la vida parezca perfecta y misteriosa
aunque ya no lo sea y el poema se vuelva
arma de doble filo, quizás en contra suya.
Más tarde, cuando se despierte, elegirá
las fotos adecuadas para dejar constancia
de que anoche, la noche, fue mejor que anteanoche.
Pero él ya lo sabe y tú también lo sabes,
en las fotografías que ahora miras en Facebook
no aparecen las grietas, las dudas, los defectos:
la vejez de tus padres, tus dolores de espalda,
la soledad y el miedo, la rutina mediocre
de los días iguales que aburren y desgastan.
De eso solo hablas cuando escribes poemas.
En tu Facebook intentas esconder el presente
y legar al futuro la impostura perfecta.
El rostro de tu alma siempre serán tus versos.
Ramón Bascuñana, de Artículos de primera necesidad (Boria Ediciones, 2020)
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