Recuento es un parpadeo vital, de Zaragoza hasta Ateca. La ciudad en la distancia que se ahoga por su sed de mar, nunca saciada por el río que la atraviesa. Zaragoza es la memoria de sus padres, de la noche convertida en aliada, de la fiebre que abrasaba, del idioma de la ginebra aprendido, Manuel Rotellar, José Orús, Manuel Giménez Abad o Luis Felipe Alegre son fantasmas que recorren sus barrios, que beben en los bares la absenta fabricada con agua del Huerva. Ateca es una noche distinta, muda y repetida, que permite la mutación, que limpia los pulmones y la garganta. Es un hijo que corre por la luna, un recorrido que se repite, amigos fallecidos que vienen de visita. Dos ríos que se encuentran, un corazón que busca hacer las paces con el extraño del espejo. La muerte y la vida, la ciudad y el pueblo, la soledad y la compañía. Un recuento vital, cerrar los ojos y, un instante más tarde, abrirlos y encontrarme, completamente distinto.
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