La delicadeza con la que se impone el alba; la fragilidad de quien habita el claro del bosque; la elegancia del silencio exacto; un brumoso misticismo; el paso enlentecido del amante en retirada impuesta; el vehemente deseo de quien goza el cuerpo y la carne, el anhelo sostenido de que el recuerdo se incardine con el hoy de los días, trascienda y acompañe; un campo semántico que condensa (pulso, rosa, núbil, luz, puro, manos, memoria, claridad, olvido, tormenta…) Cuanto acaba de nombrarse habla del yo poético de Javier Lostalé, que a lo largo de los años ha ido abriendo el cauce de un significado tan propio y reconocible como hermoso.
Esther Peñas
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