«Dicen que cada ser humano atesora en su alma, lo sepa o no, una cualidad que lo hace único, un don asombroso que con suerte terminará aflorando en algún instante de su vida o que, por desgracia, morirá en silencio dentro de su espíritu».
Tal vez Horacio hubiera preferido que ese don muriera en silencio y escondido. Tal vez, de ese modo, hubiera concluido sus estudios de filosofía, hubiera encajado en la adinerada familia de su preciosa exmujer, los problemas del anciano Matías le hubieran sido del todo irrelevantes por desconocidos y hubiera disfrutado de una existencia anodina pero relajada.
Sin embargo el don afloró cuando apenas había dejado atrás la adolescencia, y aunque siempre procuró seguir a rajatabla los consejos de su guía y mentor, una decisión precipitada en un momento de flaqueza lanzó la bola de nieve que comenzó a perseguirle ladera abajo hasta convertirse en alud.
Rubén Castillo cruza la línea para mostrarnos, desde el punto de vista de un ‘Elegido’, la soledad, la incomprensión, el desarraigo, el miedo, la carga y la responsabilidad a que se ve sometido quien ostenta un poder que ni quiere ni ha pedido.
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