sábado, 8 de junio de 2019

TRAVESÍA en INTERCOSTAL



ESCRIBIR ES QUEMARSE VIVO

En estos tiempos en los que triunfa la autoficción como género narrativo vuelve a ofrecernos una parte de sí mismo Vicente Muñoz Álvarez, en esta ocasión de la mano de la editorial albaceteña Chamán que tan bien cuida sus ediciones.

Tras una incursión en la poesía de género como fue Del fondo y su antología personal GAS, el autor vuelve a desnudarse bajo la palabra poética. Para quienes no conozcan la escritura de Vicente les podríamos decir que no deja a nadie indiferente, desde una postura existencialista, pasa revista a todo lo que le rodea y construye. La vida es a la vez belleza y lucha, amor y dolor, supervivencia y deleite. Si en algo es característica su poética es en el hábil uso de la dicotomía, de las antítesis que tan bien dibujan su escritura, su vida. Porque si algo define a Travesía es la introspección y la desnudez del autor frente al lector, verdad despojada de todo artificio, de todo intento de parecer. 

Escrito en una cuidada prosa poética, sus ciento ochenta y tres páginas constituyen una obra de madurez, temas que son constantes en su obra como los perros de lluvia (aquellos poetas marginados por el sistema); la lucha entre el yo escritor y el yo inserto en el mundo capitalista, el vendedor de zapatos; las difíciles decisiones que nos llevan por un camino y no por otro; el continuo vaivén de personas que conocemos, con las que compartimos tanto y después desparecen; el amor; el adentro y el afuera del escritor, del hombre. Aparecen tamizados en este libro por una madurez, que como el propio autor dice, quizá sea por la proximidad de la cincuentena, aunque más parece ser un posicionamiento fruto de la experiencia vital y literaria. 

Es esta experiencia literaria un punto en el que me gustaría detenerme, siendo como se trata de un autor heterodoxo, fuera del canon impuesto, sus referencias librescas le acercan a la generación Beatnik, aparecen continuos guiños a autores como Kerouac, al que tan cercano se ha sentido Vicente a lo largo de su vida literaria; pero nunca se olvida de la visión del mar de William Hope Hodgson, la playa, el faro, el océano como lugares de recogimiento, de paz, que con su carga telúrica acercan a Vicente al verdadero recogimiento; sin olvidarnos de otros muchos de sus referentes como Lovecraft.

Estamos, como decía anteriormente, ante una obra de madurez. El poeta se ha dado cuenta de que la verdad se encuentra dentro de uno mismo, de que en el afuera solo encontramos hostilidad, esa Babel como él la denomina, no es más que un elemento de disrupción, de quebrantamiento de la personalidad, de ruptura con la paz ansiada; el mundo como lugar de ruptura con la esencia del ser humano, capitalismo salvaje, engaño, máscaras y juego, donde siempre sale perdiendo el débil. Travesía se convierte así en unas memorias en las que el existencialismo y, en cierto modo, nihilismo con que se contempla el afuera tienen su corolario en el descubrimiento del uno mismo como salvaguarda, de la biblioteca como refugio, del faro como lugar donde refugiarse de los embates del mundo exterior. 

Podríamos pensar que frente a la dureza de este mundo no existe solución, pero en la obra de Vicente Muñoz Álvarez siempre existe un asidero, una Shangri La de soledad compartida, donde el amor tiene su cabida frente a la arena de una playa salvaje.

Libro rico en metáforas, referencias literarias, referencias a sus libros anteriores, pleno de vida, nos sugiere navegar por sus páginas convirtiéndonos en los capitanes de nuestros propios navíos, pues esa es la enseñanza de un libro tan pleno, tan redondo como Travesía, debemos tener la plena consciencia de ser nosotros mismos, de no perder nunca el rumbo. Y quién mejor para mostrárnoslo que un viejo lobo de mar como Vicente Muñoz Álvarez.


Pablo Malmierca, en Intercostal Nº 1





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