Carpaccio
«La mejor venganza es vivir y ponerte a prueba a ti mismo»
Vedder
Es irónico, y curioso, cómo podemos tener a una persona en la cabeza cuando esta ya te ha olvidado. Lorena le recordaba. Le recordaba pero sin nostalgia alguna. Un día se fue y no volvió. Nadie sabía nada de él. Ni su familia ni sus amigos ni sus compañeros de trabajo. Ni la Policía Nacional ni la Guardia Civil ni la Europol, era como si se lo hubiera tragado la tierra. A su marido le dieron por muerto tras dos años desaparecido. Le dieron un certificado de defunción e hicieron un entierro con un ataúd vacío. Lorena era oficialmente viuda.
Lo que nadie sabía, ni los hijos ya emancipados de aquel matrimonio, es que Lorena fue una mujer maltratada. Su marido le pegaba y ella callaba. Cada vez que ella entraba en su casa encontraba el horror entre esas cuatro paredes de las que el hombre hizo su castillo.
Era un tipo afable y bueno con todo el mundo, pero tras aquellos muros era un déspota sádico que desfogaba sus traumas y frustraciones con ella. Fueron muchos años de sufrir en silencio la lacra del maltrato. La mujer había sufrido mucho, nunca dijo nada a nadie por vergüenza, por miedo o, simplemente, por no saber qué hacer o a quién recurrir.
Desde hace algún tiempo la vida vuelve a brillar en el rostro de Lorena. Se está reencontrando consigo misma, con quien era antes de tomar aquel equivocado camino. Ahora se siente libre, pero disfruta de esa nueva libertad despacio, como el reo que ha pasado toda la vida en la cárcel y un día le abren la puerta y le dicen que ya puede salir, es algo tan desconocido que abruma. Ella saborea el sentimiento de saberse libre de un secreto que la humillaba y sometía.
Ahora pasea por las mañanas, sale con sus amigas y charla con sus vecinas y, lo mejor, se ha aficionado a la alta cocina. Es una forma de distraerse y de sentirse realizada, tras años cocinando insulsa verdura y pescado a la plancha. Para Lorena es otra forma de saborear esa nueva libertad. Le encanta probar las muchas formas que hay de preparar la carne. Al horno, guisada, a la piedra, estofada, a la plancha, a la brasa o carpaccio; con guarnición, con salsas, sazonada, ahumada, con especias o a la sal.
Lorena sabe bien que del cerdo se aprovecha absolutamente todo y que aún le quedan reservas de carne en el enorme congelador que compró hace dos años. Lorena cocina y seguirá cocinando ricos platos de carne que degustará cada noche con un buen vino tinto a la luz de unas velas. Esos manjares le saben a victoria, a liberación y a dignidad. Hay que ver el precio que se paga por la maldad intrínseca de un ser insustancial, de un hombre despreciable.
Lorena le recordaba. Lorena decidió que mejor sola que mal acompañada, y el cuchillo de cocina hizo el resto. Lorena sabía que sólo había una forma de no ser descubierta —si no hay cadáver no hay delito— y que con cada bocado de ese cabronazo saciaba su venganza.
Vengar una humillación, eso sí que es perseverancia, grandeza incluso.
*
Hereditario
«Separar al hombre de la naturaleza como si no tuviera nada
que ver es un error. La naturaleza está en nuestro ADN»
Nadine Gordimer
«Los niños contemplan para admirar, admiran para
aprender y desarrollar lo que llevan por herencia»
Thomas Mann
Desconocía por completo el porqué de aquellos impulsos que le llevaban a apedrear perros, matar gatos, desollar pájaros, desmembrar lagartijas, asfixiar peces o incluso maltratar a niños más pequeños que él. Se estaba metiendo en problemas en el colegio y en la calle. En casa, con sus padres y sus hermanos, todo eran reprimendas y castigos, pero era algo que no podía controlar, lo albergaba en su interior, era superior a él.
Un día, de vacaciones en el pueblo, visitó el viejo caserón que había pertenecido a su abuelo, al padre de su abuelo y a todo un linaje que se perdía en la noche de los tiempos. En una pared, un cuadro le llamó poderosamente la atención. Era un lienzo oscuro, sórdido, con atmósfera gris y nubes tormentosas en el calaje. Se sintió atraído por su aura, como un polo magnético del que no pudiera escapar.
Representaba una ejecución. El sentenciado subía los escalones hacia el cadalso mientras el verdugo, con vestimenta negra y encapuchado, sostenía una enorme hacha en la mano. En su dedo anular, el pintor había dibujado con precisión un anillo dorado, con un escudo o blasón muy particular.
El mismo anillo, herencia familiar, que lucía en su ahora temblorosa mano.
*
¡Aleluya!
«La maldad no es algo sobrehumano, es algo menos que humano»
Agatha Christie
Mi mujer y yo vamos de vacaciones a la Costa Blanca. En la radio del coche llevo puesto un cd de saetas de cantaores de Huelva. La imagen de la Virgen de la Macarena que cuelga del retrovisor se ladea ligeramente siguiendo la fuerza de la prolongada curva en la que acabamos de entrar. Desde nuestro coche observamos cómo el autobús que tenemos delante toma la curva temerariamente, se sale de la vía y da varias vueltas de campana hasta estrellarse contra la ladera del monte. Detengo el coche y vamos corriendo hacia el lugar del accidente. Allí está el autobús desparramado de lado. La escena es dantesca, un escalofrío recorre mi espalda. Hay cuerpos mutilados, sangre, esquirlas de cristal, trozos de piel, miembros amputados, fuego y humo. Al ver el cuerpo sin vida de una mujer en la calzada nos arrodillamos y nos santiguamos: que el señor la tenga en su gloria. ¡Hay que hacer algo con toda esta gente! ¡Deprisa, por Dios!, me grita mi mujer. Es cierto, toda esta gente aquí herida, medio muerta o muerta, ¡hay que actuar ya! Asiento con la cabeza y le digo que vaya cogiendo las maletas que han salido despedidas del autocar y las meta en nuestro coche. Yo, mientras, entro en lo que hasta hace poco era un autobús y voy rebuscando entre los cuerpos, ya sean cadáveres o gente inconsciente, anillos, relojes, cadenas de oro, alhajas o carteras. ¡Socorro, ayuda!, grita un supervivientes atrapado entre el amasijo de hierros. No alcanzo a verlo. Mejor, él no nos ha visto a nosotros tampoco, nunca sabrá que pudo sobrevivir. No cuentes tus penas, hermano, los buitres se abalanzan sobre los animales heridos.
A lo lejos se escuchan las sirenas. Mi mujer ha llenado el maletero y la parte de atrás del coche con las bolsas de mano y maletas que mejor pinta tenían: si son Loewe, Cartier o Blueberry hay más posibilidades de que contengan cosas de valor. Yo llevo los bolsillos llenos de carteras, joyas y relojes. No ha ido mal, tampoco nos lo esperábamos. Hay que agradecer las oportunidades que el buen Dios nos pone en el camino.
Arrancamos y salimos disparados. La cortina de humo va quedando cada vez más lejos a nuestra espalda. Por el camino hacia Peñíscola, mi mujer y yo vamos rezándole al Señor, dándole las gracias. Él, que siempre nos provee y nos cuida… ¡Alabado sea Dios! Cambio el cd de saetas por uno de salmos e himnos. Alabado sea Dios, Jesucristo y la Virgen María.
Danny Romero Mas,
de Red hot & blue: 70 relatos de lo insólito
(Boria Ediciones, 2019)
A Danny hace tiempo que se le quedó pequeña nuestra dimensión (puede que de ahí su inquietud) y anda siempre buscando portales por los que trascender hasta otro tipo de hechos nada cotidianos. Puertas que nos llevan a otros tiempos, o a otros lugares sobre la misma baldosa. Caminos por los que circulan voces, seres y objetos que atraviesan agujeros de gusano y de cuyos actos apenas quedará más registro que un rostro desencajado atrapado para siempre en una camisa de fuerza.
No falta el humor, negro e irreverente casi en su totalidad, en forma de hilarantes conversaciones post-coitales o increíbles giros finales en la resolución de crímenes. Y tampoco la mirada social que (y como editor creo firmemente en esto) todo texto publicado debe contener: las dietas milagro, el egoísmo de la sociedad de consumo, el capitalismo salvaje, la hipocresía, la religión, el acoso escolar…
Luis Sánchez Martín
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