José Luis saca la camilla del quirófano y la empuja hasta el ascensor más cercano. El ochenta por ciento de su trabajo consiste en eso: llevar pacientes de sus habitaciones a los quirófanos y, una vez intervenidos, traerlos de vuelta a la habitación. Los quirófanos están en el ala oeste del edificio, es decir, justo en el otro extremo de donde se encuentran las habitaciones. Los arquitectos que diseñaron el hospital se lucieron a la hora de ubicar las instalaciones. Por su incompetencia él y los demás celadores se ven obligados a empujar las camillas por una serie de intrincados pasillos que no terminan nunca. La media de kilómetros en una jornada normal es de quince. Está agotado de tanto paseo. Pronto será mediodía y podrá irse a casa a descansar. Una vez dentro del ascensor, pulsa el botón de la planta baja. En cuanto se cierran las puertas, se inclina sobre el paciente anestesiado para extraerle una espinilla que tiene en la frente. Presiona con los dedos hasta que empiezan a salir las impurezas. Es como un orgasmo de grasa y pus. Le encanta esa sensación. Ya desde niño sentía una atracción irresistible por cualquier tipo de erupción cutánea. Su etapa de acné, al contrario que los demás adolescentes, fue un regalo para él. Cuando pasó y dejó de tener granos propios empezó a pedirles a sus familiares y amigos que le dejasen reventar los suyos. En ese momento las puertas del ascensor se abren. Él se coloca detrás de la camilla y la empuja a lo largo del pasillo.
José Luis llega a casa empapado. Está lloviendo a mares y se le ha olvidado el paraguas en el trabajo. Se seca por encima con una toalla, luego se quita la ropa mojada para ponerse un albornoz. Está cansado y debería acostarse, pero ha bebido demasiado café a lo largo de la jornada y ahora no tiene sueño. Ya dormirá más tarde. Conecta el ordenador y va directamente a la página de YouTube. Escribe: Extracción de quistes sebáceos. Aparecen una gran variedad de vídeos. Los hay para todos los gustos. Granos con pus lechoso y sangriento, con textura de nata batida, (esos son sus preferidos), también hay imágenes de puntos negros que al extraerlos del interior de la piel parecen tiras de papel arrugado… A José Luis le reconforta ver el número de visitas de la mayoría de los vídeos. En algunos se cuentan por millones. Eso quiere decir que su extravagancia es más común de lo que pensaba. Selecciona un vídeo que no había visto antes. Se trata de la extracción de un quiste en la mejilla de una mujer. Lo novedoso es que la perforación la hacen con rayos láser. El carrillo abarca la pantalla en un primerísimo plano. Unas manos enguantadas con látex dibujan un pequeño círculo con un rotulador negro, delimitando la zona a tratar. Seguidamente apoyan una guía metálica y proyectan el rayo en el centro del círculo dibujado. Se ve perfectamente cómo el haz de luz penetra en la carne. Seguidamente presionan con ambos pulgares hasta que la grasa es expulsada. Una vez que han retirado las impurezas, con unas pinzas proceden a extraer la membrana interior que envolvía la grasa, y la cortan de raíz con unas tijeras. Justo en ese instante le llega un mensaje por Whatsapp. Es Mónica.
*¿Qué haces?
*Poca cosa.
*Lo digo por si quieres pasarte por casa. Mi marido acaba de salir para ir al aeropuerto y voy a estar sola todo el día.
Aunque está cansado, un polvo con Mónica siempre merece la pena. Por otro lado, llueve y hace frío. No le apetece volver a salir de casa estando el día así. Se lo hace saber.
*¿Has visto la que está cayendo? Es el puto diluvio universal.
Como contestación, Mónica envía un selfie de sus tetas.
*Si quieres catarlas vas a tener que mover tu culo hasta aquí.
No las muestra desnudas, pero sí enseña suficiente carne para despertar su interés. Aunque lo que realmente llama su atención no son los pechos, sino una zona de puntos negros que está en medio. Son espinillas. Ese *detalle inclina la balanza.
Vale, pero antes tengo que ducharme.
*No olvides afeitarte.
Mónica le tiene prohibido cualquier asomo de barba. No quiere sarpullidos ni irritaciones en su piel que puedan alertar a su marido.
Al salir del portal lo primero que ve es un paraguas rodando por la acera y a su dueña persiguiéndolo. Y es que, para empeorar la cosa, a la borrasca hay que sumarle fuertes rachas de viento. Los ingredientes perfectos para un día de perros. La parada de autobús está a un par de manzanas. José Luis corre en esa dirección procurando pasar por debajo de los soportales y las marquesinas que encuentra por el camino. Llega a la parada y espera. El autobús tarda en llegar. Con ese tiempo el tráfico es un caos. Se oye el silbido de un Whatsapp. Todos los que están en la parada miran sus Smartphone. El aviso es para él.
*¿Dónde coño estás?
Está empapado y temblando de frío, esperando un autobús que no termina de llegar. Lo que menos le apetece es que le metan prisa. Por un momento se plantea volver a casa y dejarla plantada. Pero se acuerda de la zona de puntos negros y cambia de opinión.
*Estoy llegando.
*Ok, date prisa.
Por fin, aparece el autobús. Va lleno y hay que sacar los codos para hacerse hueco entre los pasajeros. De entre la mezcolanza de rostros hay uno que le resulta familiar. Es una mujer delgada, de piel pálida que está sentada junto a una de las ventanillas. No sabe de qué la conoce, pero hay algo en ella que le inquieta. Como en un puzle intenta encajar a esa persona en su vida. Ahora cae. Ambos estudiaron juntos en tercero y cuarto de EGB. Ella se llama Natividad. Recuerda que era una niña de piel blanca y ojeras pronunciadas, excesivamente tímida que se sentaba delante de su pupitre. Sin duda, el remordimiento que siente se debe a que por aquel entonces él no paraba de tomarle el pelo. Un día, tuvo la ocurrencia de darle la vuelta a su nombre, en vez de Natividad decidió llamarla Muerte. El hecho de tener un aspecto enfermizo posibilitó que el mote cuajará y que todos los alumnos terminaran llamándola así: Muerte. Ella nunca se lo perdonó. Se abre paso entre los pasajeros y se acerca a su asiento.
-Hola ¿Te acuerdas de mí?...
Se puede ver en su cara que sí. Él se fija en un pequeño granito que ella tiene junto a la comisura de la boca. Calcula que le faltan tres o cuatro días para que sea una espinilla lista para reventar.
-Ha pasado mucho tiempo, pero quiero que sepas que lamento mucho todas las trastadas que te hice en el colegio –le dice.
-¿Trastadas?
-Bueno, ya sabes.
-Lo que tú llamas trastadas para mí fueron crueles humillaciones.
-No crees que exageras. Yo solo le di la vuelta a tu nombre.
-Veo que no tienes ni idea del daño que me hiciste con eso. Un día, una niña se acercó a mí y me escupió en la cara porque dijo que su abuela había muerto. Lo malo es que lo hizo porque creía que yo era la culpable, pensaba que la decisión había sido mía.
-...
-Tengo una hija. El próximo año empezará a ir al colegio. Mi gran temor es que la sienten cerca de un canalla como tú.
Dicho esto, recoge sus cosas, se dirige a la parte trasera y aguarda a que el autobús se detenga. Cuando lo hace, se apea y se aleja calle abajo lidiando con la lluvia y el viento. Las puertas se cierran para seguir con el trayecto. José Luis ocupa el asiento que Natividad ha dejado libre. Aún conserva su calor corporal. En ese momento, le llega un Whatsapp.
*Han suspendido el vuelo de mi marido por el temporal. Lo siento, tendremos que vernos en otra ocasión.
El mensaje acaba con una serie de emoticonos con caras tristes: ******
Pelotas amarillentas, quistes sebáceos listos para reventar.
Pepe Pereza, de A pesar del frío (Canalla ediciones, 2019).
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