Existen tres tipos en mi ciudad que me tienen de lo más intrigado. El primero es un hombre joven y atlético, alto, fuerte, de menos de cuarenta, que casi siempre viste con una cazadora vaquera y deportivas de running, y lleva una media melena recogida por una cinta de tenis a lo Björn Borg, o por una bandana de color azul marino como si fuese un pandillero. Nada más verle da la impresión de que se hubiera escapado de una película americana de principios de los 80. Su forma de caminar es extraña, y su rostro resulta interesante y perturbador a partes iguales. Me lo he cruzado en numerosas ocasiones y nunca le he visto en compañía de nadie. Él simplemente camina con la mirada perdida como intentando encontrar el lugar y la época a la que pertenece. Siempre que le veo me pregunto cómo será su voz. Si será extranjero. Si será una persona normal o un loco. Si llevará un cuchillo encima…
El segundo es un hombre de unos 45 años. Es de estatura media-baja y complexión fuerte, viste con pantalones Levi’s cuyos bajos le quedan demasiado altos y con unas deportivas blancas inmaculadas; excepto por una vez que le vi llevando un par de viejos zapatos náuticos. Siempre me lo encuentro en el paseo de la playa de Gros, caminando con garbo, moviendo enérgicamente los brazos al compás de sus zancadas y llevando el cuerpo ligeramente inclinado hacia atrás, como si un peso invisible tirara de él y le impidiera mantener una verticalidad normal. Da igual la hora del día que sea: mañana, mediodía, tarde, noche…; él siempre pasa por allí clavando su mirada en el mar mientras desfila con aire marcial.
El tercero no debe de vivir muy lejos de mí, porque siempre le veo merodeando por el barrio. Éste, sin duda, es el más pintoresco de los tres. Viste de manera desaliñada y siempre lleva grandes sombreros hippies de colores llamativos. Tendrá unos 50 años. Es alto y delgado y muy moreno de piel, y sus ojos advierten del hombre desquiciado y peligroso que pudiera ser. A él tampoco le he visto jamás en compañía de otro ser humano, y alguna vez incluso le he cazado hablando solo o entonando una canción y desvariando como si estuviera drogado.
La gran cuestión es: ¿De qué diablos vive esta gente? Siempre están caminando solos por la ciudad, sin rumbo aparente, ociosos, perdidos, completamente locos y abandonados. ¿Quiénes son? ¿Qué les ha pasado? ¿Cómo se lo montan para seguir adelante? Me los cruzo casi a diario; son como fantasmas que sólo yo puedo ver. Esta gente me fascina. Parecen vivir totalmente al margen de la sociedad y eso me gusta; les admiro. En cierto modo creo que les envidio. En realidad me gustaría ser uno de ellos…
Alexander Drake,
de Ignominia (Libros Indie, 2020)