De vez en cuando
ensayabas la vida,
eso decías,
la vida bocetada por
los otros.
Arrojabas los ojos
por la ventana
directos a un mañana
todavía abarcable,
subordinado siempre
al dictamen exacto
de sus pies
y caminabas sin rumbo
ni aspiraciones peatonales,
sin planos y sin planes.
La mañana era un huerto
de córneas perezosas
y párpados sellados,
un bostezo ahogado,
la eutanasia del sueño
prendiéndole el silencio
a la garganta,
un cielo adolescente,
un quejido de cafetera
subtitulado...
Ensayabas la vida
como las plantas
trepadoras
le bailan la quietud
a las fachadas,
como vuelan
las bicicletas, los pájaros
y los dragones,
igual que las farolas
observan a la luna
por encima del hombro
y te quedabas quieto,
muy quieto,
con un profundo esguince
en los playeros
y un pozo petrolífero
en la boca,
vivo de miedo,
tembloroso, alerta...
Entonces me mirabas
desde lejos,
cansado del guión
parecías decirme:
¿Qué tal si improvisamos?
Y yo me reía
con la lengua y los dientes
manchados de un futuro
alternativo
y quemaba el telón
antes del primer acto.
Ya sabes,
por si acaso otras vidas,
las vidas de los otros
dirigiendo la nuestra.
Gema Fernández Martínez
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