lunes, 24 de junio de 2013

TENGO TRASTORNO BIPOLAR. Sergio Saldaña


El tercer ingreso también fue con los pies por delante y esposado a una camilla. Tengo que retroceder en el tiempo.
Fue a los dos meses de dejar a mi chica de entonces con la que, entre pitos y flautas, llevábamos cinco años de relación: el tiempo que transcurrió entre mi segundo ingreso y éste.
(…)
Lo estaba pasando mal, pero muy mal. Fue una decisión dura, lo de acabar con mi chica. Mis padres ya se habían separado un año antes. La crisis estaba casi controlada, creo recordar. Vamos, que era un domingo y el lunes yo no iba a trabajar. Tengo muy claro el momento en el que dije que le den por culo a todo. Eso que explicaba por ahí arriba, de que se me cae el interruptor y todo eso. Pensé que, si me iba a tirar entre ocho y diez semanas empastillado en casa, sin poder trabajar, hecho un guiñapo, y luego vendría el rebote de la depresión… antes me merecía un homenaje.
(…)
Me metí en otra cafetería para hacer hora hasta que salieran los gatos pardos. Cerveza va, cerveza viene. Hasta que nos quedamos el camarero y yo y nos fuimos a una discoteca. Cuando se está con ese ánimo, se hacen amigos hasta en el infierno. De la discoteca, a un after hour. Se dio la circunstancia de que estaba muy cerca de la comisaría de la policía local. Tuve un momento alumbrado, por lo poco lúcido. Y realmente no estaba como una cuba, y eso que ya era de día. Entre que estaba a tope de la noradrenalina de mi cuerpo y que tampoco iba como si fuera la última noche de mi vida, estaba templado, pero para nada pedo. Se me ocurrió que, ya puestos, y viendo la tortura que me esperaba otra vez en casa, me llevaran los municipales a que me viera mi anterior psiquiatra, que estaría en el hospital, tan pancho, en su despacho.
Así fue. Entré, les conté la película, me hicieron esperar y me llevaron en un coche de paisano. Todo de muy buen rollo. Y a mí entrándome las dudas. Sobre todo cuando me llevaron a la misma sala donde había roto aquél cristal de un codazo en el anterior ingreso. Con las mismas enfermeras. El mismo ambiente que, como veis, sigo sin describir. Se fueron los municipales. Espera aquí sentado, que ahora mismo te atendemos y pasas a tu habitación y luego te ve el doctor. Me dije: “Sí, aquí fumando espero.”
Estaban por el pasillo las de la limpieza, con un carro enorme con todos los utensilios. Lo agarré, lo empujé cogiendo velocidad unos cuantos metros y lo estampé contra la puerta de emergencia. Reventó. Me fui andando, tan pichi. Hasta que empecé a oír gritos detrás. Ahí eché a correr todo lo que pude. Que fue bastante poco, porque entre lo que había bebido, que llevaba veinte horas sin comer de fundamento y que, todavía no me imagino por qué, me había quitado los calcetines mientras esperaba, tenía la sensación de ir a cámara lenta. Con lo rápido que iban mis pensamientos. Me ligaron un poco más adelante.
Y me tiré tres semanas en el agujero. Que no es más que un agujero destructor, voraz, alienante y despersonalizado. Y luego, dos meses de baja. De postre. Embotado. Y luego, un rebote a una depresión de mil pares de cojones.
Si a Papillon le salían tan bien las fugas, y al Lute alguna de ellas -todas menos una-, por qué a mí no…”




Con esta crudeza, pero también con naturalidad y sentido del humor, Sergio Saldaña Soto destapa una enfermedad ocultada por muchos y desconocida para casi todos. Incluso para quienes la han tenido cerca.

El autor "sale del armario" con valentía y grita "tengo trastorno bipolar". Y lo hace logrando transmitir cómo ha vivido su enfermedad, sin tapujos ni edulcorantes, pero también sin dramatismos ni exageraciones. No le hacen falta. Comparte sus experiencias, su vida en definitiva, porque está convencido de que "hablar del trastorno bipolar allana caminos".

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