37 hijos de Satanás brindan a la salud de Bukowski en un libro que dejará una resaca brutal
jueves, 30 de abril de 2009
Postal Navideña de una puta de Minneapolis. Tom Waits
miércoles, 29 de abril de 2009
Un poema de LA PUTA VERDAD, de Mariano Schuster
CONSEJOS, NADA MÁS...
A partir de cierto punto no hay retorno posible.
Ese es el punto al que hay que llegar.
Franz Kafka, Consideraciones acerca del pecado.
Dejate el pelo hasta los pies
y prendé esa maría.
Tocá un rock and roll
hasta las cuatro de la madrugada.
Caminá por el barrio chino
buscando la iluminación zen
sin presumir.
Y enamorate de todo
hasta perderte.
Llamala ahora
y recitale uno de Rimbaud
y si no lo entiende
no lo dudes:
tenés que dejarla.
Emborrachate con aristócratas y obreros
y, por las tardes,
sentite un dandi
caminando solo en un mundo
que se derrumba
cuando te manejás sin zapatos.
Y si ves a un vagabundo
extendele tu mano,
porque el reserva algo
que vos no podes darle.
Sabelo: hay personas
que no van a encontrar en vos
más que un montón de mierda,
pero hay otras
que van a verte como un guía.
Sin embargo, eso no es importante ahora.
Pensá en los berlineses
que construyeron el muro
y hacé uno alrededor tuyo.
Ya va a llegar alguien que te lo sacuda.
Y cuando tu mente esté distraída
no dejés que te atrape
esa sensación común de felicidad
que carcomió a los falsos talentos.
Y recorré todos los viejos moteles
y los viejos bares
donde gitanos y malditos
fueron dejando sus pieles.
Y cuando necesités una mano
acudí a un manco.
Él sabrá explicarte porqué
sólo es necesario tener corazón.
Pero por sobre todas las cosas
movete
como un nómada moderno
hasta que el absurdo
se haga estupidez.
Y sabé
que la razón
termina con la muerte
y que la muerte no termina con nada.
Y no tomes estos consejos como algo personal,
y no escribas poemas
si no estás muerto.
A Julián Galante, nuevo Kerouac oculto de una generación brutal
7 huevos cocidos y 500 gramos de carne picada en un florero de cuello estrecho, según Khuruts Begoña
CADA HOMBRE. Nivaria Tejara
Cada hombre lleva dentro de sí mismo
un perro solitario que yerra y que gime sin detenerse nunca
un perro que muerde la luna y come estrellas y se nutre de esta nada
una ventana de viejo hierro plena de arañas que no se abre nunca
y también viejas y poderosas hormigas
que miran tan lejos que uno no puede seguirlas
y un polvo que gira siempre
como gira la oscuridad del ciego en el mundo.
Cada hombre lleva dentro de sí mismo
una tierra enorme
una tierra toda negra y húmeda
que lo hunde lentamente
pacientemente
en la muerte.
Este poema lo robamos también de Con tinta en las botas, y buscando información apresurada sobre Nivaria Tejara encontramos esto: N
RED WATERS. Lluis Pons Mora
A S. le tocó una entrada para un concierto de Roger Waters a través de un sorteo del periódico. Fue la hostia, me contó. Estábamos en su salón, bebiendo birra y fumando yerba del bote de cristal. Le comenté que Tom Waits tocaba el mes de julio en Donosti y Barcelona, y que la entrada más barata costaba unos cien, ciento y pico euros. ¡Qué pasada!, dijo Ll. Sin duda mucha pasta, respondí, pero si la tuviera la pagaría. Mi miraron raro. Luego fuimos al bar de debajo su casa. Los seis. Las tres parejas. Pedimos bastantes rondas. La conversación se centró en los controles de alcoholemia. S. decía que le parecía estúpido que con apenas par de tragos diera positivo, que él, que todos, habíamos bebido mucho más y peor tiempo atrás [aunque de algún modo eso no era del todo cierto]. Cuéntales eso a la Guardia Civil, decían ellas. ¡Oh, sí, eso es lo que haré!, respondió. Lo que pasa es que por suerte nunca me han parado para hacerme soplar. Estaría bien que me pararan, que mi hicieran la prueba, y reventar el puto chisme ese, ¿o no, Chicha?. Claro, contesté, habría que reventar el puto chisme ese. Ellas decían que estábamos fatal, que Ll. era el único que tenía cabeza. Y recuerda esto: en ese aspecto ellas casi siempre tienen razón.
S. empezó a trabajar en una planta de biogás en Víznar, a 7 kms. del centro. Por ahí mataron a Lorca, en algún lugar de la carretera que va de Víznar a Alfacar. En documentos oficiales expedidos en Granada puede leerse que F. García Lorca Falleció en el mes de agosto de 1.936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra. S. trabaja los fines de semana, veinte o treinta horas. No cobraba demasiado mal. En un día le explicaron cómo iba todo aquello. Le indicaron qué parámetros debían mantener los indicadores de la maquinaria y cómo reiniciarla. Poco más. Tenía una caseta de obra con dos ordenadores, una cama, tv, y un microondas. Pasaba tardes y noches junto a Cat, viendo las olimpiadas de Beijing, la fórmula uno, o los partidos, si todo iba bien. Si todo iba bien incluso dormía. Cat era un bull mastif descomunal, cojo y viejo y con una polla impresionante. Ese animal daba auténtico miedo. Era un tanque con músculos y mandíbula. Al principio marcaba las distancias, pero S. aprendió rápido su código, le trató con dignidad, como a un igual incluso, y el perro le aceptó. El perro le cogió cariño a S., tengo la certeza, hemos hablado de ello. Y comprendo a Cat.
La última vez que pasé por la ciudad supe que durante su turno hubo un incendio en el terreno colindante a la central. S. vio que las llamas podían llegar hasta la planta y llamó a emergencias. Llamó por teléfono y se encaminó hacia el fuego. Tres veces pasó la avioneta, Chicha, y no se enteraba. Llegó la pasma, y flipó, no sabían que aquello existiera. Al llegar la policía S. les guió por el camino de tierra. Cuando la avioneta soltó el agua me caló entero, chorreando, de pies a cabeza, y rojo, porque el agua llevaba algún tinte o alguna movida así.
Y esa es la imagen que conservo: S. plantado en un cerro en la noche, bailan las llamas, suenan los helicópteros de The Happiest Days of Our Lives de los Pink Floid y las sirenas mudas del coche patrulla centellean. Cae del cielo un gran charco de agua rojo, se estampa contra el suelo y contra todos ellos. La tierra humea. S. comprueba si se le ha mojado el tabaco. La cámara gira, y gira, y gira... Cat se sacude y empieza a ladrar.
Extraído del blog del hijo de Satanás Lluis Pons Mora Con tinta en las botas
martes, 28 de abril de 2009
Presentación de Cinta transportadora de Ángel Petisme
"Pero les recomiendo otro libro, este nada desasosegante, aunque su autor, Angel Petisme, tenga la sana obsesión de enfrentarnos en cada verso a la cambiante y tantas veces negra realidad y a boicotear fronteras nacionales, históricas y de géneros (literarios) en cada palabra que escribe para leer o cantar. El inventor de aquel hermoso concepto de Hijos del Cierzo para denominar a los aragoneses y aragonesas que incluyó en 1997 en su esplendoroso libro-disco llamado Cierzo, acaba de ganar ahora el Premio Internacional Claudio Rodriguez con Cinta Transportadora, un poemario en forma de maleta viajera sin destino, que se trae de cada puerto y cada desierto un trozo del alma humana y toda la visión crítica de la que es capaz un ser humano para luego destilarla en gotas de amor. Empecé a leerlo por el final (una tonta costumbre que adquirí cuando descubrí los periódicos hace décadas), por el delicioso poema en prosa llamado Moleskine. "
Fernando Rivarés. El Periódico de Aragón. 25-abril-09
ÚLTIMO CAPÍTULO DE 'LA VIRGEN PUTA'
-Usted no parece un madero.
-Gracias, soy periodista.
-Tampoco parece periodista.
-Gracias- repetí.
Este diálogo y la ilustración de Juan Kalvellido, pertenecen a la novela juvenil "La virgen puta" (la reedición de mi primera novela, Cuestión de supervivencia), que hemos ido publicando por capítulos en http://lavirgenputa.blogspot.com. En breve colgaremos en ese mismo blog el texto en formato PDF para que se pueda descargar gratuitamente. Gracias a todos los lectores y seguidores de las andanzas de Felisín, el detective punk, y su fiel escudero Picio.Patxi Irurzun.
CARTA DE UN EDITOR DE LIBROS. Agustín Sánchez Antequera
CONCLUSIONES sobre el MUNDO EDITORIAL tras un año con LEGADOS.
(No siempre ocurre así, ADVIERTO, pero es la regla general).
OBITUARIO. Javier Ortiz.
VICENTE MUÑOZ MERODEANDO POR VALLADOLID
HE INICIADO OTRA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE by María Eloy García.
en todo mi julio
tarde como siempre
acomodando a mis cosas la fiereza
de una lucha contra el poder que me establezco
empecé siendo tirana
luego algo de despotismo ilustrado
ahora subo la escalinata y me encuentro con la reina
me miro frente a frente
y qué bolchevique se pone mi mirada
en el espejo qué rostro de ejecución
me sublevo me canso me lastimo
soy la guardia roja de decirme
que ya derrocho sangre por la idea
y al final empiezo la etapa
de matarme para darme la salida
qué joven de repente
qué cicatrices le salen a la bayoneta
con la que marqué mi cara tan dura
y pido tiempo al insurrecto para rehacer
el país de entenderme
que se contentará con la idea de la soberanía imposible
pero que secretamente sabe que como siempre
ellos vuelven
matarán la ilusión de la huída hacia el aire respirable
yo misma doy el golpe de estado con las mismas ideas
de mi revolución pido para mis campesinos
hartos de trabajar en tardes de martirio
clamo a dios que me ayude en la parte de acabarme
y muero en la balanza
no peso
no rondo
no respiro
con la cara de nada yo me aclamo
qué corte general qué enmienda
qué fin
se disuelve en el ácido pánico
me pisoteo y me acostumbro
espero en el punto de abril
para empezar de nuevo
otro tierno nacimiento
lunes, 27 de abril de 2009
DELANTE DE LOS GRISES
− No bebo, gracias.
− Usted se lo pierde. No se ve un tokai como éste todos los días.
− Disfrútelo a mi salud, señor Bukowski.
− Charlie, por favor.
− No creo que deba…
− Es una tontería preocuparse tanto por lo que se debe o no se debe hacer. Por mucho que la sociedad se empeñe, no te llamaría señora Austen ni por todo el oro del mundo…
− Claro que no; señorita, en todo caso –le interrumpió ella.
− Jane es un nombre precioso. No lo desperdicies.
− Como prefiera −, suspiró ella, resignada ante la terquedad del viejo escritor.
Se sentó en un sillón enfrente de la dama, a espaldas de la ventana. Así podía disfrutar de la luz que ella acaparaba y observó su corsé con la curiosidad de un niño. Jane no perdió el tiempo:
− He venido por Clarisse. Tengo algunas preguntas.
− Esa loca del diablo −, rió él −. ¿Amiga tuya?
− No se te ocurra hablar así de ella −, respondió Jane desechando su cortesía por un momento −. Es una extraordinaria mujer y, perdona que te lo diga, no te la mereces.
− Ya veo que sí sois amigas.
− No deja de hablarme de ti…
− Eso es perfectamente normal -, sonrió como un lobo.
− Y a juzgar por lo que me ha contado, no has sido muy honesto con ella.
− Si es por el asunto de la puta, no tienes ningún derecho a recriminarme nada. Clarisse es una mojigata. Encantadora e inteligente, pero una mojigata. Y yo no acostumbro, al contrario que tú, a reprimir mis impulsos.
Jane no pudo hacer otra cosa que enmudecer, los ojos como los de un búho. Le habría gustado que el viejo no fuera tan débil ni estuviera tan enfermo para poder partirle la cara.
− Apuesto a que ahora mismo querrías partirme la cara, pero te lo impide tu puritana educación −, se mofó él.
− No, me lo impide mi sentido común. Y aunque tengo impulsos, como tú los llamas, soy yo quien elige lo que hacer, mi cerebro, no mi estómago −, y se envalentonó, una vez empezó a soltarse −, y no debería extrañarte que una mujer no quiera acostarse contigo. Excepto las prostitutas, claro.
− Oh, una forma muy británica de decirme que doy asco.
− Asco no, Charles. Das pena. No esperaba esto del hombre que escribía aquellas cartas a Clarisse. Te creía un tipo brillante.
El viejo esbozó una sonrisa.
− ¿Crees que no amo a las mujeres, que por eso me acuesto con putas?
− Creo que muchos hombres obtienen más de lo que se merecen de las mujeres. Y tú, en concreto, no pareces amar más que a ti mismo. Y de las mujeres de la calle, prefiero no hablar.
− No me jodas, Jane. Soy muy mayor, he hecho muchas cosas en mi vida, y de lo único de lo que puedo estar orgulloso es de haber amado a las mujeres. A todas sin excepción, desde mi madre hasta la puta con la que me acosté anoche, pasando por mis novias, aventuras y ex mujeres. Si nos limitamos a las que han sido mi pareja, déjame preguntarte algo. ¿Tú piensas que una mujer se acuesta con un hombre si no puede obtener alguna garantía?
− Pues… no, supongo que no. Pero depende de a qué garantías te refieres.
− Algunas quieren amor y sexo, sin compromiso ni formalidades, sin nada más –ésas son mis preferidas, las divertidas, pero también las más raras −. Otras quieren una relación seria, probablemente larga y que termine en una casa con hijos, como tu amiga Clarisse; estos ejemplares nunca te avisan antes de sus intenciones. Otro tipo de mujeres quieren exprimirte y manipularte. Otras quieren dinero. Al menos las putas te dicen antes qué es lo que esperan de ti, tú se lo das de antemano, y para mí, que simplemente quiero pasar un buen rato y recordar por qué me gusta tanto ser un hombre, son más honestas que la mayoría de las mujeres. Esa honestidad es un valor jodidamente raro, y no las hace menos mujeres, por eso las quiero. No puedo querer a una sola persona, dudo que lo soportáramos ambos. Eso es lo que Clarisse no entendió.
Jane se sorprendió de haberle entendido. No podía decir nada en contra de la verdad, ni de los sentimientos de aquel viejo, ni tampoco en contra de su amiga, a la que era leal. Optó por callarse.
− Y veo que tú sí lo entiendes −, le sonrió el viejo, entendiendo el silencio.
EL TREN DE BURDEOS. Marguerite Duras
Una vez, tuve dieciséis años. A esta edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigon, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1.930. Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño. Este hombre me hacía preguntas sobre mi familia, y yo le contaba cómo se vivía en las colonias, las lluvias, el calor, las verandas, la diferencia con Francia, las caminatas por los bosques, y el bachillerato que iba a pasar aquel año, cosas así, de conversación habitual en un tren, cuando uno desembucha toda su historia y la de su familia. Y luego, de golpe, nos dimos cuenta que todo el mundo dormía. Mi madre y mis hermanos se habían dormido muy deprisa tras salir de Burdeos. Yo hablaba bajo para no despertarles. Si me hubieran oído contar las historias de la familia, me habrían prohibido hacerlo con gritos, amenazas y chillidos. Hablar así bajo, con el hombre a solas había adormecido a los otros tres o cuatro pasajeros del vagón. Con lo cual este hombre y yo éramos los únicos que quedábamos despiertos, y de ese modo empezó todo en el mismo momento, exacta y brutalmente de una sola mirada. En aquella época, no se decía nada de estas cosas, sobre todo en tales circunstancias. De repente, no pudimos hablarnos más. No pudimos, tampoco, mirarnos más, nos quedamos sin fuerzas, fulminados. Soy yo la que dije que debíamos dormir para no estar demasiado cansados a la mañana siguiente, al llegar a París. Él estaba junto a la puerta, apagó la luz. Entre él y yo había un asiento vacío. Me estiré sobre la banqueta, doblé las piernas y cerré los ojos. Oí que abrían la puerta, salió y volvió con una manta de tren que extendió encima mío. Abrí los ojos para sonreírle y darle las gracias. Él dijo: "Por la noche, en los trenes, apagan la calefacción y de madrugada hace frío". Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálida sobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpo hacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Al principio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el final, el abandono al goce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado.
Hubo un largo momento en que no ocurrió nada, salvo el ruido del tren. Se puso a ir más deprisa y el ruido se hizo ensordecedor. Luego, de nuevo, resultó soportable. Su mano llegó sobre mí. Era salvaje, estaba todavía caliente, tenía miedo. La guardé en la mía. Luego la solté, y la dejé hacer.
El ruido del tren volvió. La mano se retiró, se quedó lejos de mí durante un largo rato, ya no me acuerdo, debí caer dormida.
Volvió.
Acaricia el cuerpo entero y luego acaricia los senos, el vientre, las caderas, en una especie de humor, de dulzura a veces exasperada por el deseo que vuelve. Se detiene a saltos. Está sobre el sexo, temblorosa, dispuesta a morder, ardiente de nuevo. Y luego se va. Razona, sienta la cabeza, se pone amable para decir adiós a la niña. Alrededor de la mano, el ruido del tren. Alrededor del tren, la noche. El silencio de los pasillos en el ruido del tren. Las paradas que despiertan. Bajó durante la noche. En París, cuando abrí los ojos, su asiento estaba vacío.
BUKOWSKI CLUB EN 'EL PAÍS' & FELICIDADES CARLOS
PRIMAVERA GUERRILLERA
AL OTRO LADO DEL ESPEJO
domingo, 26 de abril de 2009
sábado, 25 de abril de 2009
ANTOLOGÍA EXPANSIVA de Sor Kampana
Envenenamiento místico
Recostado sobre nubes de poliexpán,
tiñendo de sangre el paisaje, cierra los párpados el calor del sol,
un viento helado aúlla entonces desesperado
agrietando las óseas catacumbas del ser,
que en un último intento, aterrado y caótico,
de acabar con el dolor y la soledad emprende viaje,
por envenenamiento místico, en busca de la luz
y que le llevará a las fauces del alma
(esa bestia imaginaria que nos inoculan desde el primer soplo de razón,
ese parásito virtual que nos consume
penetrando con sus profundas raíces
cada nicho de los abismos de la conciencia);
y así, quizá definitivamente, el dogma emponzoña la mente,
maniatándola a la silla del fanátismo.
Sor Kampana
Y este es el prólogo de Patxi Irurzun: Poetoxicomanía
Y un artículo de Rampova que deja claro quién es Sor Kampana y que empieza así:
Porque te quiero a tí, porque te quiero,
dejé de ser monja de clausura e hice la carrera.
Porque te quiero a tí, porque te quiero,
me hice asesina en serie
y maté a todos los diputados del P.P.
Tu nombre me sabe a Sor Kampana,
la monja libertina que transformó la teología en
punky-lesbiana
Además, en este web (aún en pruebas), aparecerá todo lo relacionado con este proyecto (videocreaciones, poemas, etc): http://www.aleacionweb.com/