miércoles, 29 de abril de 2009

RED WATERS. Lluis Pons Mora

A S. le tocó una entrada para un concierto de Roger Waters a través de un sorteo del periódico. Fue la hostia, me contó. Estábamos en su salón, bebiendo birra y fumando yerba del bote de cristal. Le comenté que Tom Waits tocaba el mes de julio en Donosti y Barcelona, y que la entrada más barata costaba unos cien, ciento y pico euros. ¡Qué pasada!, dijo Ll. Sin duda mucha pasta, respondí, pero si la tuviera la pagaría. Mi miraron raro. Luego fuimos al bar de debajo su casa. Los seis. Las tres parejas. Pedimos bastantes rondas. La conversación se centró en los controles de alcoholemia. S. decía que le parecía estúpido que con apenas par de tragos diera positivo, que él, que todos, habíamos bebido mucho más y peor tiempo atrás [aunque de algún modo eso no era del todo cierto]. Cuéntales eso a la Guardia Civil, decían ellas. ¡Oh, sí, eso es lo que haré!, respondió. Lo que pasa es que por suerte nunca me han parado para hacerme soplar. Estaría bien que me pararan, que mi hicieran la prueba, y reventar el puto chisme ese, ¿o no, Chicha?. Claro, contesté, habría que reventar el puto chisme ese. Ellas decían que estábamos fatal, que Ll. era el único que tenía cabeza. Y recuerda esto: en ese aspecto ellas casi siempre tienen razón.

S. empezó a trabajar en una planta de biogás en Víznar, a 7 kms. del centro. Por ahí mataron a Lorca, en algún lugar de la carretera que va de Víznar a Alfacar. En documentos oficiales expedidos en Granada puede leerse que F. García Lorca Falleció en el mes de agosto de 1.936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra. S. trabaja los fines de semana, veinte o treinta horas. No cobraba demasiado mal. En un día le explicaron cómo iba todo aquello. Le indicaron qué parámetros debían mantener los indicadores de la maquinaria y cómo reiniciarla. Poco más. Tenía una caseta de obra con dos ordenadores, una cama, tv, y un microondas. Pasaba tardes y noches junto a Cat, viendo las olimpiadas de Beijing, la fórmula uno, o los partidos, si todo iba bien. Si todo iba bien incluso dormía. Cat era un bull mastif descomunal, cojo y viejo y con una polla impresionante. Ese animal daba auténtico miedo. Era un tanque con músculos y mandíbula. Al principio marcaba las distancias, pero S. aprendió rápido su código, le trató con dignidad, como a un igual incluso, y el perro le aceptó. El perro le cogió cariño a S., tengo la certeza, hemos hablado de ello. Y comprendo a Cat.

La última vez que pasé por la ciudad supe que durante su turno hubo un incendio en el terreno colindante a la central. S. vio que las llamas podían llegar hasta la planta y llamó a emergencias. Llamó por teléfono y se encaminó hacia el fuego. Tres veces pasó la avioneta, Chicha, y no se enteraba. Llegó la pasma, y flipó, no sabían que aquello existiera. Al llegar la policía S. les guió por el camino de tierra. Cuando la avioneta soltó el agua me caló entero, chorreando, de pies a cabeza, y rojo, porque el agua llevaba algún tinte o alguna movida así.

Y esa es la imagen que conservo: S. plantado en un cerro en la noche, bailan las llamas, suenan los helicópteros de The Happiest Days of Our Lives de los Pink Floid y las sirenas mudas del coche patrulla centellean. Cae del cielo un gran charco de agua rojo, se estampa contra el suelo y contra todos ellos. La tierra humea. S. comprueba si se le ha mojado el tabaco. La cámara gira, y gira, y gira... Cat se sacude y empieza a ladrar.


Extraído del blog del hijo de Satanás Lluis Pons Mora  Con tinta en las botas


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