... PARA SAN FERMÍN. Se avecinan días de borracheras descomunales y resacas más descomunales todavía. El domingo empiezan los sanfermines, las fiestas de pueblo más universales, y para quien prefiera que el kalimotxo, la sangre y la orina le salpiquen solo desde las páginas de un libro, ahí os va esta recomendación. El texto de abajo es el primer capítulo de Fiambre, el cuento con el que se abre el capítulo en el que un nieto pasea a su abuelo muerto por diferentes escenarios de la fiesta.P.
CUENTOS SANFERMINEROS
Patxi Irurzun.
ALTAFFAYLLA KULTUR TALDEA
www.gureliburuak.com
FIAMBRE
Usted, abuelo, siempre fue un poco puñetero. Incluso para palmarla: la víspera del chupinazo, tuvo que estirar la pata -o sea, el muñón-.
Estaba tan contento sentadito en su silla de ruedas y de repente su corazón se paró, silenciosamente, como un viejo motor que no da más de sí, ni siquiera para hacer aspavientos cuando revienta.
-Ya verás, ya, Mintxo -me decía- mañana nos meteremos en el cohete, y después nos comeremos unos fritos en el Cordovilla, y también nos tomaremos unos txikitos ¿no?, je, je -intentaba contagiarme su entusiasmo con su risa como un virus.
Pero yo ya estaba inmunizado y no le hacía demasiado caso. Tenía mis propios problemas. Encerrado dentro de mi cuarto oscuro, recordaba aquello que dijo la Postiza, el día que usted la trajo a casa, poco después de morir la amatxi (la Txinurri, como usted la llamaba):
-A este niño le faltan un par de hervores.
La Postiza era una arpía aunque eso era lo que pensaban todos cuando me veían, tan chiquitito, tan cabezón (tanto que despanzurré a mamá al nacer y por ello papá murió al poco de tristeza), sobre todo tan enervantemente tartaja.
Y pensaba que usted, al menos, podía haberme defendido, contestar lo que la amatxi me decía cuando me atascaba y echaba a llorar enrabietado:
-Tranquilo Mintxo, lo que te pasa a tí sólo es que eres un poco más lento, pero eso es porque en la cabeza te caben muchas más cosas que a los demás.
Sin embargo, no abrió la boca, sólo se encogió de hombros y permitió que los insectos que le correteaban por la entrepierna le esculpieran una sonrisa, je, je, en honor de esa mala mujer. Creo que fue entonces, y lo tuvo merecido, cuando la Postiza comenzó a hacerle la vida imposible. Y cuando yo, claro, dejé de prestarle atención, abuelo.
Vivía, pues, encerrado en mí mismo, aunque desde que la Postiza también, ejem, ejem, murió, la relación entre usted y yo había mejorado. Los demás me habían castigado en el cuarto oscuro pero ahora comprendía que yo nunca había intentado abrir la puerta y había preferido vivir a oscuras, amargado, resentido, incapaz de querer a nadie... En cierto modo, igual que usted. La diferencia estaba en que a usted le había pasado eso porque había abierto la puerta con demasiado ímpetu y se había dado con ella en las narices. Quería tanto a la Txinurri (bastaba con oírle explicar por que le llamaba así: "Es pequeñita como una hormiga" decía cariñosamente) que al morir ella le resultó inconcebible vivir sin sentir ese amor, necesario como el oxígeno, y corrió, cojeó más bien, a buscarlo a Benidorm, y de aquel Rastro de emociones baratas para viejos verdes se trajo ese cacharro oxidado y sucio como una lata que era el corazón de la Postiza. Y se acabó el txikiteo, el mus... Y ahora que la Postiza por fin había muerto pensó que era el momento de recuperar, a toda hostia, porque a usted tampoco le podía quedar mucho -no le quedó nada, en realidad-, todo el tiempo perdido. Y ahí estaba diciendo:
-Mañana nos meteremos en el cohete.... -y todos esos proyectos tan desmelenados para un calvo nonagenario que, con sólo imaginarlos, detuvieron su motorcito viejo y cansado.
En cuanto a mí, si no le hice caso fue por por pura rutina, pues en realidad también había decidido salir del cuarto oscuro, buscar fuera un poco de alegría, un pellizco de amor, y qué mejor ocasión que los sanfermínes, aquella celebración de la vida.
-Así que -pensé- usted tranquilícese, abuelo, de todas maneras iremos al chupinazo, y al encierro, que siempre le gustó tanto, aunque aquel toro traidor le llevara por delante la pierna, y a los toros, y hasta saldremos alguna noche, a ver si encontramos alguna chica tan guapa como la Txinurri ¿eh? Claro que sí, abuelo, cumpliré su última voluntad, iremos a donde usted quiera.
-Pu....pu...pu...puñetero.
Este cuento es la hostia. Te partes.
ResponderEliminarSalud