miércoles, 18 de junio de 2008

EL AUTOESTOPISTA



Goio González Barandalla, la mente preclara que nos proporcionó el título Hank Over a la antología, nos manda esta broma sobre el destino, sus caprichos, lo que pudimos ser y no fuimos... Salud, Goio.

Carretera secundaria de la cornisa cantábrica.  Vicente y Vicenta regresaban a casa en su brioso dos caballos tras visitar a unos viejos amigos del pueblo.  Vicente, que empuñaba el volante, atropelló con la mirada una señal del arcén que indicaba “SATANDER 30”. 

-A este rótulo algún endemoniado le ha robado una letra – espetó Vicente. 

Vicenta se santiguó. 

-Tampoco es para tanto, santurrona – le reprochó Vicente. 

Y empezaron a discutir.  Como siempre.  Discutían por todo.  Y más cuando andaban con los buches de cosacos.  Pero se querían mucho.  En eso no cabía ninguna discusión.  Caía la tarde y el cielo trazaba unos nubarrones gris ceniza que hacían presagiar un buen chaparrón.  Vicenta encendió la radio.  Una voz modulada en almizcle daba el parte del tiempo: «Atención agricultor, hoy sí existe riesgo de tormenta con granizo». Vicenta se volvió a santiguar, y las nubes empezaron a descargar.  Llovía.  Llovía a cántabros.

 

Por desgracia, los regalos del cielo siempre vienen en forma de agua, nieve, piedras o batracios.  Y con éste, el Altísimo estaba siendo harto generoso.  El cielo, loco como una regadera, disparaba a discreción con música de Wagner en las ondas.  Las gotas rompían con furia desatada, y el repicar era pesado.  En una carretera yerma donde se habían llevado a las almas.  Ningún coche.  Nadie.  Salvo… en la distancia, alumbrado por los faros del buga, la figura de un joven encorvado como un anciano, con mochila al hombro y pulgar en ristre, que resistía en pena bajo el diluvio.

 

- Mira Vicente, un autoestopista.  Cógelo.

- Yo no cojo ni al manteca.

- Pero mira la que cae.

 

Como si del batir de alas de un animal mitológico se tratara, el dos caballos dibujó un ciclón al paso por el joven de la mochila, descosiendo su larga melena de rizos calada.  Vicenta volteó la cabeza.  Y ahí se quedó, contemplando con pesar cómo aquella mochila caqui se perdía por el horizonte, allá donde las espinas se clavan en la conciencia.

 

- El Señor nos castigará por haber hecho algo así – dijo Vicenta santiguándose.

 

Vicente se volvió para discutir una vez más.  Con el calentón no pudo advertir la señal de Stop del cruce a la general.  Los pedales no funcionaron a tiempo, y el dos caballos desbocado atravesó la bifurcación justo al momento que un camión de carga abría camino por la transversal.  El impacto fue tin, ton, tan violento, que doblaron campanas hasta tres para empozarse el vehículo en el parapeto de un pastizal.  Vicente yacía inerte con los ojos a la bartola y las piernas en tenazas sobre la garganta de Vicenta, a quien todavía le quedaba casi un minuto de vida.  De la radio asomó otra vez la voz de almizcle: «Interrumpimos la emisión para difundir una nota urgente que nos acaba de llegar.  Si circulan por la carretera de Torriente a Santillana, tengan cuidado de no coger a un psicópata muy peligroso que se hace pasar por autoestopista.  El sujeto, joven de complexión fuerte, lleva pelo rizado largo y una mochila caqui.  Y ahora, les dejamos con los números de la bonoloto.  Suerte».

Goio González Barandalla

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