jueves, 6 de septiembre de 2007

Confesiones de un adicto a la esperanza, de Timothy Leary.

B.B. me contó esta historia:

En Benarés se encontró con un santo anciano llamado Yo Henbene. Había sido profesor de la Universidad pero lo abandonó. El viejo dijo que todo lo que necesitaba uno en la vida es un mendrugo de pan y un poco de hash. Su discípulo, Tambi, le traía cada mañana un poco de hash.Vivía en una pequeña habitación desamueblada a excepción de una alfombra para orar, un chal, un jarrón de agua y una narguila. En la habitación de al lado había un inválido sin brazos ni piernas. Un afortunado pordiosero. Una de las prostitutas locales lo sacaba a la calle por la mañana y lo recogía por la noche para darle de comer. Cada noche la chica a la que apadrinaba lo ponía en una canasta y lo alzaba para follar, moviéndole arriba y abajo. Era muy viril y con un gran pene. A decir verdad esto es todo lo que era. Solo una cabeza, un tronco y una polla. Las prostitutas convenían quién sería la que cuidaría de él. Era rico y un fantástico follador. Encontrar a un tío como éste era un tesoro para estas chicas. Lo habían probado todo ya. El viejo profesor en la habitación de al lado meditaba, soñaba y escuchaba a través de la pared la música de la habitación del mendigo.


Timothy Leary. CONFESIONES DE UN ADICTO A LA ESPERANZA. Traducción de Eloi Riubugent Alsina. Producciones Editoriales, Barcelona, 1978.
Nota de los Hijos de Satanás: El viejo profesor estaba en su habitación matándose a pajas, así de claro...

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