lunes, 15 de octubre de 2012

ARTE DE VENTRILOQUÍA. Miguel Sánchez-Ostiz


Para mí tiene que ver con el oficio de escritor, este de ir poniendo una palabra detrás de otra y haciendo oír (si es que se puede, que no siempre se puede) las voces de la legión que duerme en nuestra sesera. El narrador-protagonista de mi novela La flecha del miedo es un ventrílocuo que trabaja en calidad de tal para el Inserso. Ese es el primer trabajo fijo que ha conseguido en su vida y allí va, en los viajes de jubilados, con sus muñecos, Robin Hood, la Wendy y el doctor Mabuse, a hacerles filosofías a una gente que no tiene ya el coño para ruidos y quiere, como mínimo, Mari Carmen y sus muñecos, y jotas bravas. Suele pasar. El caso es que yo ya no entiendo este oficio sin el recurso a esas voces inelegantes, gamberras, desgarradas, dementes, inoportunas, balbuceantes, crepusculares, airadas que vienen, vete a saber de dónde vienen, pero en la escena de papel acaban.

Extraído del blog Vivir de buena gana

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