"corro, escribo, aplaudo, lloro, atisbo, destrozo"
César Vallejo
Estos son los derroteros de la poesía.
Amanece henchida de mezcal, el verso también fermenta y se destila. Se fuma un cigarrillo sin filtro en un café de Coyoacán, al fondo, una puerta abierta vierte una luz blanca que quema y suena la convulsa balada que le da cuerda a tu mundo. Me cautiva tanta destrucción y ella, inquieta, salvaje y estremecida, salvajemente estremecida, lágrima a lágrima, fósforo a fósforo, se quema, se pierde, se construye, se reinventa, provocando la extraña destilación del sueño en la noche. Es un árbol milenario que se despeina en el vendaval, mechones como ramas descarrilan por sus hombros. Cierra los ojos y mírala por dentro, un poco más allá del color crepúsculo de su vientre morfina. Un poco más allá de tu ebriedad en su clavícula. Cuando abandones zigzagueante la licorería de sus axilas. Pasado el relincho del corazón en la escollera de su cintura, rotos los mercurios que nacen en el raval de vuestro abrazo. El broche del verbo se amarra a la hoja como fruto con pedicelo de acero. Pincel de pestañas, ven que va a brotar la palabra. Ella es lo que queda.
Atardece y es ella bebiendo merlot tras un largo paseo por el Jardín de las Tullerías, la humedad ha pegado pétalos a sus zapatos, ha desplegado un ramillete de jamases sobre la mesa mientras, suave y carnosa, se dispone a apaciguar el sarro de la memoria y sepultar sin escándalo las ocasiones perdidas bajo la atenta mirada de un camarero que no la quiere sedienta. Camas y barricadas. La luz agoniza si no la toca. Nadie se acomoda en la cruz. Ella lo sabe. La cicatriz aún de la piel tira. Solloza, animal esbelto. Ríndete al ornamento de los barrancos de los pechos cuando ululan, cuando braman, cuando gritan, que no es confeti sucio, que es el jardín cuando se desnuda y ella lo pisa lo que amparas con tu tinta.
Anochece en un balcón del Raval anclada a los pensamientos más fieros con un verso de Montané que hipnotiza El amor es la bolsa llena de sangre donde respiran los prisioneros. Inesperadamente y con frenetismo construirá para ti una atalaya de aleluyas y un parque en el fin del mundo. Habrá cunetas para albergar los volantazos y flores para cubrir el olor de todos los llantos. Proclama el gozo de los versos hijos de nadie, de la estrofa loca que se hunde y la aguja del verbo que la mente turbe. Amante del tallo cuando liba y la raíz llena de tierra. Que desfile tu osadía y haga arder el carrusel de las vidas sin sobresalto. Que su abdomen suspirante vaciará la habitación de oxígeno y en tu sien sentirás esa gota que hierve y serpentea hasta el corredor de tu nuca mientras tu pulso palpita y mana una palabra tras otra. Así te enfrenta a las luces largas de la hoja en blanco, esa catarsis peligrosa del que se rinde y se entrega, del que se vierte y se escucha con algo de esperanza y todo el espanto.
Julia Roig
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