Lo había buscado
en la mirada vidriosa de mi padre
la primera vez que le defraudé.
Y en el final purulento de los poemas.
Y en la hora abrupta del día
en que adquieres conciencia de ti.
Había atravesado
callejones infectos de Bangkok
interrogando a las mujeres/hombre
en su demencial sabiduría.
Bajo la mirada impávida
de perros tan famélicos
como los abrazos de la razón.
callejones infectos de Bangkok
interrogando a las mujeres/hombre
en su demencial sabiduría.
Bajo la mirada impávida
de perros tan famélicos
como los abrazos de la razón.
Había cruzado
Saigón como un desgarro pálido
por una carretera púrpura y hosca.
A lomos de ciclomotores demiurgos
pilotados por niños letales
drogados por la gasolina
y la sal del mar púrpura de Vung Tau.
Horadando la noche púrpura
como crece un deseo púrpura
en el alma de un criminal.
Saigón como un desgarro pálido
por una carretera púrpura y hosca.
A lomos de ciclomotores demiurgos
pilotados por niños letales
drogados por la gasolina
y la sal del mar púrpura de Vung Tau.
Horadando la noche púrpura
como crece un deseo púrpura
en el alma de un criminal.
Había desistido
cuando lo vi tras la barra
despachando hamburguesas y Cola Light.
Aquel cabrón rechoncho y dorado
como el premio al empleado del año.
Sin dejar ni un segundo de sonreír
con aquellos dientes que cualquier día
morderían aburridamente al mundo
como a una hamburguesa de quince pavos.
Me miró distraído y dijo
en tu próxima vida serás lo mismo
antes de continuar eficiente con mi pedido.
Javier Vayá Albert
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