Y ahí estaba yo, en medio la explanada, rodeado de perros con el juguete roto del mundo entre las manos. El sol desangrándose sobre la tierra yerma y nosotros lánguidamente allí sentados, libres y dueños al fin de nuestro destino, olfateando el viento y recibiendo en nuestras caras las gotitas de luz violácea del crepúsculo.
Me sentía bien, después de todo, sin remordimientos, con el desierto aquel allá extendido, cientos, miles de kilómetros de ceniza anegando las ruinas de un imperio... Me sentía bien sin Kafra, sin coches, sin hijos, sin ciudades, sin iglesias, sin trabajo, sin futuro, sin planes de jubilación... Me sentía bien yo solo, allí sentado, mirando volado las estrellas y soñando... Quizás hubiese vida allá en lo alto, en cualquier otro planeta, pueblos, mujeres, niños, catedrales, oficinas, un montaje parecido al nuestro, otra religión, otra civilización, otras culturas...
Me consolaría, de vez en cuando, pensando en ello.
Vicente Muñoz Álvarez,
de Las setas y otros relatos de la Era Pulp
(Versátiles, 2021)
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