Antonio Javier es un mirón sensible, un crítico, una concidencia con patas, un paseante de calles, un habitante de tabernas con el suelo lleno de serrín de pino y urinarios llenos de frases soeces, un ilustrador de aceras, un puñetero zarandeador de personajes rutinarios, un poeta de lo cotidiano, y lo cotidiano no es lírico, ni bello, ni de enfermos de opacarofilia.
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