Yo cuando era niño mataba sapos. Les hacía fumar.
Y luego se hinchaban porque se quedaban con el humo.
Nunca vi ojos tan tristes como los de los sapos. No hay un sapo más triste que otro.
Eran todos tristes, pero al final siempre me tengo que acordar de los ojos de un sapo.
Matar a cualquier cosa que esté viva debería ser un delito. Por eso yo soy un asesino.
Que sepas eso. Un asesino. No me importa decírtelo.
Pero yo ahora comparo.
Recuerdo los ojos de aquel sapo. Voy al recuerdo de los ojos de aquel sapo.
Y cuando soy infeliz en la vida se me vienen a la memoria.
Cuando algo sucede en mis cálculos de vida, por ejemplo un drama.
Cada dos meses el fracaso del mes que me acosa, o el fracaso anual que me corresponde.
Pienso en los ojos del sapo, tan tristes. Y su porvenir.
Hinchada su barriga, porque no sabía fumar.
Porque los sapos no fuman.
Y me digo, peor era la vida del sapo.
Que no sabía fumar.
Y.
Oh, Señor, tú misericordioso,
este es mi consuelo.
Kenit Folio
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