Creo más en mí que en los gusanos,
en mi mano derecha y mi navaja.
Me muerdo los labios, la lengua,
trago la saliva para no escupir sobre tu nombre.
Miro esas piedras y esos castillos
hasta donde me llega la vista y duele mirar.
Escucho el calor en los muros de adobe,
la gata que ha parido en la leñera,
la guadaña que cuelga oxidada e inerte
pero atenta a las hierbas y a las piernas.
Nací antes que tú,
en una tierra con río y escorpiones,
con barbos, anzuelos y sedales, jabalíes, ortegas.
Me eduqué con esmero pisando hielo y barro,
fumando en las cuestas,
sin tener nada más que los bienes de mis antepasados
y un juez ahorcado en una viga,
al nacer el verano,
por deudas y honor.
Esos eran los colegios, las escuelas,
los restos humanos entre los escombros,
bajo las iglesias
y sus cementerios.
Esos eran los consejos:
no muerdas la mano que te da de comer
pero muerde, hínchate
en los banquetes de boda, en los funerales,
en las verbenas después de recoger las cerezas,
al final del verano después de cosechar el trigo, de vendimiar,
en invierno cuando entres a las castañas y cada vecino mate a su cerdo.
Que no se note tu hambre.
Y si es así yo te daré paz en la tierra, en el nombre del padre.
Lo recuerdo gravado a fuego, todo en esa tierra
era en su nombre, en el nombre del padre
del que nadie, ni siquiera las mujeres, ni los niños, ni los derrotados pueden huir.
Elías Gorostiaga, de Cuerdas de plata (Diario de Jaén, 2020).
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