Y son tanto en un cuerpo, que las manos bien podrían ser el rostro.
Como una puerta previa a la morada del cansancio, obran constantes, victoriosas o vencidas, desahuciadas o colaborativas. Tocan, sienten, transportan, anhelan y reclaman, disponen y golpean, tiemblan, y van cavando lento en la arena de los días, desgastándose con todo lo que tocan, un continuo diálogo entre dedos, aire, mundo, cinco plumas perladas y abiertas constatando de sí mismas los extremos.
Con los ojos cerrados, confirman presencias, y devuelven luego al sueño lo que asieron, y al reposar pareciera que escuchan, o que callan los hechos, y de tanto que viven y recuerdan, son notarios del alma.
Cada trazo un sentido completo, una firma inconsciente, un sendero en el gesto delineado en el silencio de una danza.
Manos que cuchichean entre sombras, redes tendidas y rendidas al encuentro, manos que piensan sobre aquello que buscan, manos que obvian, que rezan, que olvidan, y manos que se cierran, manos que esconden miseria en sus puños, emisarias de aromas o de temperaturas, manos torpes, febriles o diestras, o manos que amedrentan, manos que buscan y se abren con sangre, y manos que despiertan, manos que sanan, que huyen, que aman, que arrojan leña al fuego y que firman tratados de paz.
Portarán símbolos y ruegos, y habrá algunas que trepen por los acantilados, que resbalen por fin del acero o que labren la lluvia, manos de tierra, de rabia y ternura, manos enfermas de tristeza, veteranas de guerras y de dudas, manos que callan lo que otorgan, manos, rostros, ellas.
Mónica Marique de Lara
Muchas veces las manos muestran más que la cara.
ResponderEliminarTexto excelente
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