Así el reloj, que insulta a un tiempo del que nadie puede escapar. Esa es la verdadera agonía, el “tic tac” en cada acto. Llego a la cafetería de siempre, pido el café de siempre, con el azúcar de siempre, a la misma hora… entonces, me doy cuenta de que hace siglos que no llevo reloj de pulsera, pero aparece por otros lados. Se cuela en los móviles, en las computadoras, cuando entras en la estación; por las calles hay banderolas que te hablan del clima, parpadean y sale el reloj. El tiempo sabe cómo colarse para derramar su ira, sabe cómo abrir las cloacas de nuestra desesperación. Una vez intenté vivir ajena a él, me encerré en casa, con suficientes víveres. Bajé todas las persianas, escondí los aparatos electrónicos y me tendí en la cama mirando al techo. La luz del sol se filtraba por las ranuras, las paredes de mi cuarto eran una proyección de esa mañana. Las líneas comenzaron a bajar según caía la tarde… y de nuevo el maldito “tic tac”, y esa agonía colándose desde el exterior, haciéndote ver que el tiempo siempre te encuentra.
Natacha G. Mendoza
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