Un día, a los diecisiete años, Iggy Pop se fumó un buen porro en un río y se dio cuenta de que no era negro.
Otro día se cansó de mirar los culos de los demás miembros del grupo desde la batería.
Otro día afinó todas las cuerdas de su guitarra en la misma nota: en sí mismo. Y aquello sonaba como un avión despegando.
Otro día se dio cuenta de que lo que le iba en el escenario era imitar los movimientos de los chimpancés, o de los babuinos cuando van a atacar.
Otro día Iggy se dio cuenta de que le gustaba coger el micrófono y aspirar, y bajar octavas.
Otro día cogió un poco de mescalina y una pala y quiso construir una casa sin tener ni idea.
Otro día los miembros de los Stooges se disolvieron y volvieron con sus madres.
Otro día Iggy no quiso dejar atrás aquella música demente de los inicios, aquella música para vagabundos hecha por vagabundos.
Otro día se dio cuenta de que había que ser sencillo y a la vez potente.
Otro día decidió poner los amplificadores a tope. Diez Marshall apilados, a ver qué pasaba.
Recuerda todo esto, cuéntaselo a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Y no lo olvides jamás.
Víctor Pérez
Muy interesante.
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