Los ojos relampaguean uno junto al otro con la inocencia del amor y la pasión. Se funden en un abrazo cálido y sudoroso que suplican por hacer eterno. Las manos entrelazadas como intento de anclar los cuerpos en su deriva por el éter. Un dulce asidero en mitad del caos. Entregados sin miedo y sin remedio, los alientos se mezclan y espesan. Ya no hay uno, ya no hay nada. Delirios y temblores en medio de un baile sensual, convencidos de tener en sus manos el tesoro más preciado. Surge el fuego abrasador que los consume entre gritos. La carne se derrite envuelta en llamas, y para siempre no es más que un instante.
Juntos pero separados, sin venda en los ojos. Las imperfecciones ya no son bellas. La paranoia. La inseguridad. El hastío. Acaricia su pelo e intenta fundirse con su cuerpo. Las lágrimas empiezan a brotar de su rostro. ¿Por qué lloras amor mío? ¿Por qué lloras amor mío? La angustia de la incomprensión. Se aparta, oculta la cabeza entre las manos. En el fondo saben lo que está pasando, pero se resisten a admitir esa sombra que se perfilaba en el horizonte y que creció hasta envolverlos.
Una distancia igual de grande que la anterior cercanía. Las dos caras de la moneda. La pesadumbre en el reflejo de aquella silueta adorada. El suspiro que marca el tempo al final de la ensoñación. El giro del reloj de arena. Y dos enormes montones de ceniza que una vez fueron cuerpos. Cuerpos que una vez se amaron.
Carlos Salcedo Odklas,
de Los cuadernos negros
(próximamente)
Un texto muy profundo.
ResponderEliminarEnhorabuena.❤️