Aquel puto ultramarinos.
Lo odiaba a muerte.
El ruido de la persiana a las 6 a.m.
El olor a vinagre.
El tictac del reloj en la pared.
Lento, ajeno al tiempo;
una mariposa atravesada por la aguja.
Y aquella luz turbia día y noche y día.
Bien: al final se apagó.
En su sitio abrieron un solárium.
Quizá debería decir que lo añoro.
Quiero decir la vieja tienda.
Los viejos tiempos.
Quiero decir todo aquello.
La gente suele hacerlo al mirar atrás.
Quizá debería decir:
en realidad no estaba tan mal.
Al fin y al cabo tenía quince años.
¿Hay algo mejor que eso?
Pero sería mentir.
Lo estaba. Estaba muy mal.
Tenía quince años.
Y dieciséis. Y diecisiete.
Y treinta.
Era hora de echar el cierre.
Iván Rojo
Sé de qué habla... mis padres también tenían un ultramarinos.
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