miércoles, 6 de mayo de 2015

MADE IN JAPAN, POR GONZALO ARÍSTEGUI



Extraído del blog Ragged Glory

Made In Japan bien pudiera servir para compendiar toda una época en la que muy buena parte del rock and roll vive del y por el exceso, planta en él sus credenciales y sueña con fundir a Chuck Berry y Eddie Cochran con Beethoven y Bruckner —por ejemplo— como si quisiera ser admitida en los conservatorios. Solo algunos salieron bien parados de tan fastuoso intento sin que el instinto popular, inmediato y primigenio de la música del diablo se perdiera en el camino. Entre ellos, claro, Deep Purple, inmortalizado en su segunda formación, en Japón, en 1972 y en directo, gracias al magnífico y mítico doble elepé que hoy llega a Ragged Glory cual trueno vinílico surcado por la aguja de mi tocadiscos. Hard rock que tiende a ser progresivo y sinfónico —el gusto de Jon Lord por las músicas clásica y barroca—, pero que demuestra, como afirmaba Fernando Pardo, que "se puede delirar en directo sin flojear, sin perder el control. Lo que parece macarrismo es la misma agresividad de MC5 o los Stooges, los grupos high energy más santificados por la crítica". Eso es. Los siete temas que ocupan las cuatro caras del artefacto en cuestión —explayándose durante hora y cuarto— proponen un despliegue técnico extraordinario que es cercanía y pasión, no distancia y erudición, cuyo desarrollo interpela a nuestro estómago antes que a nuestro cerebro, aunque éste también sea invitado.

La cara uno lleva al paroxismo esa agresividad controlada de la que habla Pardo mediante gloriosas versiones de Highway Star y Child In Time registradas en Osaka el 16 de agosto. Little Richard y Bach son conjurados en el primero de los temas por una base rítmica arrolladora (Ian Paice y Roger Glover), un Ian Gillan frenético y dos solos de Ritchie Blackmore y Jon Lord que —guitarra y órgano respectivamente— extraen notas y sonidos ya eternos que los millones de reproducciones en todo el mundo jamás han menoscabado. El misterioso órgano de Lord, la batería gradual de Paice (platos, timbales, bombo, caja), la voz (moderada en principio) de Gillan y, al final, el bajo de Glover fabrican un crescendo que estalla cuando entran las seis cuerdas de Blackmore, y Gillan empiezan a soltar esos alaridos que parece van a romper los altavoces. Hablamos, por supuesto, de la mencionada Child In Time. El tempo se acelera para que Blackmore realice una tremenda exhibición que, una vez concluida, es reemplazada por el motivo principal y el segundo crescendo del corte, sintiéndose de nuevo esa mezcla de pánico y estupefacción —que será el hazmerreír del punk— ante los agudos chillidos que salen de las cuerdas vocales de Ian Gillan. Una coda remata los doce minutos y medio de la canción para júbilo del público nipón, que aplaude a rabiar.



La segunda cara viaja al día anterior, sin moverse de Osaka, para que el riff más famoso de cualquier tiempo y lugar, el de Smoke On The Water, dé paso a una interpretación espléndida del tema. The Mule, el 17 de agosto en Tokio, da pie a la eterna discusión sobre los solos de batería y las bandas de rock. El que aquí hace Paice es muy bueno, pero cierto que el percutir durante varios minutos sin el acompañamiento de otro instrumento resulta enormemente tedioso (e incluso sobrante) para muchos oyentes, entre los que puede haber fans del hard rock y de Deep Purple. Sin embargo, es parte de un conjunto indivisible, tan representativo del quinteto y de su tiempo que no puede ser obviado.

De nuevo en Osaka, el día 16, la tercera parte del doble elepé recupera la unanimidad gracias al hard blues de Strange Kind Of Woman y el diálogo que establecen Blackmore y Gillan. El vanguardista prólogo de Jon Lord en Lazy (en el que intercala los acordes de Louie Louie y C Jam Blues) —mismas fecha y ciudad que The Mule— es seguido de un punteo muy jazzístico de Blackmore, antes de que todo el grupo se lance a la carrera practicando un R&B progresivo en el que Lord suena a Jimmy Smith regalándonos un pequeño y soberbio solo, Gillan toca la armónica y Blackmore introduce el motivo principal de la primera de las rapsodias suecas de Hugo Alfvén. ¡Ahí es nada!




La última cara de Made In Japan (Osaka, 16 de agosto) la ocupa en exclusiva Space Truckin', que en vivo multiplica por cinco su duración en Machine Head hasta convertirse en un monstruo psicodélico en el que cabe por igual un fragmento de Los planetas de Holst (Júpiter) tocado por Lord, la improvisación atonal y free o el saqueo de uno de los temas del propio grupo, Fools. Perfecta exageración o hipérbole la que es utilizada para concluir un documento indispensable —el que fija la primera visita de Deep Purple al país del sol naciente— si se quiere conocer una estética musical que dominó el rock durante buena parte de los años setenta, si bien lo que en unos era plomizo, pedante y ridículo, en Made In Japan y el quinteto inglés resulta vibrante, embriagador y pleno de groove. Y, sin ningún género de dudas, influyente hasta la médula.

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