" Quedábamos siempre al atardecer, a esa hora en que el sol embellece la piel.
Nos citábamos en la puerta de la tienda de tu abuelo, para que su presencia bendijese nuestra mirada. Siempre hay que honrar a los sabios.
Yo llegaba puntual. Cuando me veías, empezabas a bailar y mis sentidos bailaban al ritmo de tu risa.
Deambular escuchando tus derivas, sorteando desconocidos y miradas cómplices de bellezas locales, mientras tú pensabas "¿esta sí, esta no? ...no me acuerdo"
Parada obligada ante la sonrisa gótica de esa gárgola burlona, que auguraba paseos lisérgicos.
Después, como buenos amantes de los rituales, comenzaba nuestro particular Via crucis por el Albaicín, de bar en bar, de caña en caña, caracol col col ...para terminar, como no podía ser de otro modo, en el Sacromonte a la hora violeta.
YO también quería ver el gallo que abre la puerta al submundo que sólo conocen los gitanos! Estaba segura de que el día menos pensado aparecería, y nos daría la llave... y ya no te tendrías que casar con la hija de "Juanillo el cojo" para tener una cueva.
Siempre me preguntaba porque no me llevabas a la Cuesta del Avellano..."
Lola Puñales
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