viernes, 16 de mayo de 2014

CIEN AÑOS DE SOLEDAD (DE AUSENCIA). Patxi Irurzun



Artículo publicado en la sección "Rubio de bote" de el semanal ON de los periódicos del Grupo Noticias



“Cien años de soledad”, el libro de García Márquez, del cual tanto se ha hablado durante estos últimos días, está dedicado —y de eso se ha hablado mucho menos— a una pamplonesa, María Luisa Elío, pero en su ciudad natal prefieren dedicar, con triquiñuelas, plazas a asesinos en serie, como el Conde de Rodezno, a quien se le quedó la mano tonta de firmar sentencias de muerte (con triquiñuelas y con recochineo, porque las leyes de memoria histórica y de símbolos, recordemos, se burlaron alegando que el nombre de la plaza no alude al ministro de justicia del primer e ilegítimo gobierno franquista sino genéricamente al título nobiliario; y además, con alcaldada de por medio, con todos los grupos de la oposición en contra —la alcaldesa era por entonces la hoy presidenta del Gobierno de Navarra Yolanda Barcina—).

Claro que María Luisa Elío era hija de un republicano, Luis Elío, juez municipal de Pamplona, uno de los primeros detenidos tras el golpe militar de 1936, que posteriormente permaneció emparedado vivo durante tres años en un lavadero de la Casa de Misericordia, hasta que consiguió huir a Francia, donde a su vez sería confinado en el campo de prisioneros de Gurs. Cuando por fin logró reunirse con su esposa y sus dos hijas, Luis Elío era un hombre derruido, física y moralmente. Su hija María Luisa, cuenta que “pasaron treinta años antes de que muriera, pero el anterior papá ya había muerto”. La familia se exilió a México, y allá fue donde Luis Elío escribió “Soledad de ausencia”, el libro donde cuenta su experiencia como topo humano. Su hija, por su parte, también escribiría otro libro, “Tiempo de llorar”, en el que aparece la famosa frase “Regresar es irse” dedicada a Pamplona.

En México, María Luisa Elío viviría con el cineasta Jomi García Ascot, y el matrimonio establecería un círculo de amistades entre las que se contaban Carlos Fuentes, Octavio Paz, Álvaro Mutis o García Márquez, quien contaría, antes de escribirla, “Cien años de soledad” a María Luisa Elío. Ella fue una de sus primeras lectoras, vio gestarse y crecer la novela y se convirtió en el sustento emocional del autor cuando a este lo acosaban las deudas y las dudas, muchísimo tiempo antes de que el escritor colombiano viera cómo el hielo del éxito lo inmortalizaba. Una de las grandes obras de la literatura universal, pues, está conectada de algún modo con Pamplona, ciudad a la que María Luisa Elío regresaría para irse en 1970, como cuenta en “Tiempo de llorar”, durante un viaje en el que sus recuerdos infantiles y soleados de la ciudad serían fumigados por la gazmoñería de una Pamplona cubierta por un cielo gris, oscuro, como un enorme uniforme militar o una sotana asfixiante. Una Pamplona de la que en realidad María Luisa Elío no se fue, la echaron, aún siguen haciéndolo.

Bajo ese mismo cielo algunos todavía se sienten cómodos, a resguardo, bajo el palio de una justicia con dos varas de medir. La misma alcaldesa que, con triquiñuelas y con recochineo, mantuvo la plaza a quien condenara a muerte a cincuenta mil personas, hoy presidenta proclama que hemos salido de la crisis mientras en Navarra hay cincuenta mil parados, más de la mitad larga de larga duración. Y en ninguno de los dos casos hay enaltecimiento de la violencia ni humillación de las víctimas. Es, sigue siendo, tiempo de llorar.


Patxi Irurzun

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