Bajo el volcán, digámoslo desde el principio, no es una novela fácil. Diría más: es una novela sinuosa, complejísima, no por la trama, que en realidad es bastante simple -sugeriría que anecdótica-, sino por la forma. Alineada con la tradición faulkneriana, es un ejercicio constante de estilo (“churrigueresco”, en la propia definición de Lowry), que convierte la lectura en algo necesariamente esforzado, donde el proceso no siempre está guiado por el criterio intelectual, sino que precisa de otra forma de lectura que tiene que ver con lo intuitivo, con lo sensitivo, con ese talante lector que algunos asocian con la percepción poética. En realidad, Bajo el volcán es un poema, de hecho el propio Lowry considera que la novela está más cerca de lo lírico/poético que de lo narrativo.
Bajo el volcán forma parte de la historia de los manuscritos míticos, con un punto maldito, que sufrieron grandes vicisitudes por el camino antes de alcanzar el ‘happy end’. Es la obra cumbre de Malcolm Lowry, y un paradigma de la novela alcohólica: novela de un borracho que describe la historia de un borracho. Hijo de familia acomodada, tras estudiar Filosofía en Cambridge Lowry sintió la llamada romántica del mar, y durante varios años emuló a Stevenson convirtiéndose en marinero por el Extremo Oriente. Recaló durante años en Cuernavaca (México), y fue allí, en México, donde abordó la escritura de Detrás del volcán, la primera de las tres partes de una trilogía que Lowry al menos esbozó durante muchos años de trabajo. Un incendio se llevó por delante las otras dos partes ya en borrador, pero su mujer logró salvar de las llamas la primera parte, que Lowry fue puliendo durante más de una década hasta transformarse en el libro que conocemos hoy. Malcolm Lowry convivía desde hacía años con el alcoholismo, y quiso plasmar ese alcoholismo a través de un relato con vocación psicológica: se trataba de narrar un día en la vida de Geoffrey Firmin, ex cónsul británico en México, a la manera del Ulises de Joyce, con una narración a través de la cual vivimos la decadencia del ex cónsul. El resultado es una obra intensa, tan lírica como, a veces, hermética, sugestiva, aunque en ocasiones desesperante por su cadencia divagadora, pero que deja en el paladar la sensación de haber leído un texto rotundo, inolvidable.
Las vicisitudes de Lowry por ver publicado su manuscrito no acabaron con el incendio. Tras el tortuoso proceso de escritura, llegó el no menos tortuoso proceso de la edición. Esto sonará a más de uno: tras presentar su original a más de una decena de editores, recibió de uno de ellos una carta, suscrita por un lector de la editorial, que sugería cambios drásticos en la novela. El libro que nos ocupa incluye esta carta, nunca publicada hasta ahora, y la larga respuesta de Lowry al editor, en la que el escritor intenta rebatir de forma pormenorizada todas las objeciones planteadas por el informe de lectura.
Detrás del volcán es un libro indispensable para todo aquel que haya leído Bajo el volcán o esté interesado en leerlo. Pero también es un libro de gran interés para todo aquel que, habiendo o sin haber leído el libro, está interesado por la peliaguda cuestión de las aspiraciones de edición de una novela concluida. Es un libro que insuflará nuevos ánimos a aquellos que están acostumbrados al rechazo editorial -esto no sé si es bueno-, y es un libro que en general animará a los escritores en su pulso cotidiano con los editores, un pulso que los segundos tienen de momento bastante ganado. Eran otros tiempos, y resulta prodigioso cómo Lowry, en su larga carta, consigue introducir argumentos que algunas veces resultan ridículos para desmontar las objeciones del informe de lectura, propiciando finalmente que el libro se publique tal y como el escritor británico lo planteó, sin ninguna de las amputaciones sugeridas. Es un triunfo del escritor, ante el que el editor claudica, aun cuando Lowry no era aún un escritor conocido, y hacia el que el editor, Jonathan Cape, profesa una confianza ciega. Historias de otros tiempos editoriales, indudablemente, que algunos pueden blandir como argumento de que los editores no siempre aciertan, o los escritores no siempre se equivocan, ya que Bajo el volcán está considerada una obra maestra indiscutible de la literatura universal siglo XX.
La larga carta que Lowry manda a su editor puede leerse así como una defensa del texto literario frente a las invasiones y premisas de la cosa editorial. Lowry se muestra por momentos indignado, por momentos vanidoso y altivo, por momentos ridículo hasta lo chistoso, defendiendo su manuscrito como un fortín frente a las amenazas de amputación y modificación de la novela, apelando incluso a simbologías ocultas del texto relacionadas con la Cábala judía. No resulta difícil imaginar en lo que hubiera acabado hoy ese pulso: probablemente Bajo el volcán no hubiera llegado a publicarse en su forma actual, o si lo hubiera hecho desde luego no habría alcanzado la recepción crítica y el prestigio que hoy tiene. La jugada le salió bien a Lowry, algo de lo que él parece incluso ser consciente, cuando en la conclusión de su prólogo a la primera edición, dirigida al lector, confiesa: “Quizá lo honesto sería confesarte que la idea cara a mi corazón fue la de hacer, en su genero, una especie de obra de pionero y escribir al fin la auténtica historia de un borracho”.
Lo dicho: otros tiempos.
Daniel Ruiz García, en Estado Crítico.
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